Turismo en tiempos de Guerra civil: la insólita ruta bélica por el norte de España en 1938
Si retrocediéremos en el tiempo a julio de 1938, encontraríamos una propuesta, cuando menos, peculiar: la primera de las Rutas Nacionales de Guerra, la Ruta de Guerra del Norte. ¿Un ejemplo de «turismo en guerra»?
Con los rigores del verano, a más de uno nos encantaría disfrutar de nueve días de vacaciones recorriendo el norte de España. Si retrocediéremos en el tiempo a julio de 1938, encontraríamos una propuesta, cuando menos, peculiar: la primera de las Rutas Nacionales de Guerra, la Ruta de Guerra del Norte. ¿Un ejemplo de «turismo en guerra»? Aunque la guerra no terminó hasta el 1 de abril de 1939, el hecho de que el frente del norte estuviese ya dominado por el bando nacional haría que nuestro plan entrase dentro de lo que se conoce como «turismo de guerra», turismo bélico, tanatoturismo o turismo negro, cuyo inicio se remonta al siglo XIX (Waterloo, 1815).
La ruta de Guerra del Norte
Siendo Ramón Serrano Suñer ministro del Interior, Prensa y Propaganda, el 7 de junio de 1938, se ve la «oportunidad y utilidad» de organizar viajes de extranjeros a España «en el magnífico escenario de un paisaje incomparable». La iniciativa se considera «producto estrella» del Servicio Nacional de Turismo en la zona nacional. ¿La razón? Todas sus derivadas: además de permitir a los turistas visitar «los lugares más relevantes de aquella gloriosa etapa de la Cruzada», ayudaría a la obtención de divisas extranjeras y serviría «de inteligente propaganda de la Causa».
Las palabras del ministro son elocuentes: «El arma principal que contra nosotros venía esgrimiendo el enemigo es la propaganda (…) Frente a ella exhibimos nosotros ante el mundo la verdad de España, la verdad de nuestra guerra y nuestro Movimiento político tal y como son». Por esta razón, el ministro invita a todos los ciudadanos de los «países civilizados» a «comprobar personalmente la tranquilidad y el orden que reina en regiones recién conquistadas por las armas y en las que con toda comodidad podrán ver las huellas aún candentes de una de las epopeyas más grandes que registra la Historia».
Guías, intérpretes, auxiliares
El Ministerio del Interior es el autorizado para organizar la Ruta, por medio del Servicio Nacional de Turismo, pero se ven implicados otros cinco ministerios: Industria, Obras Públicas, Orden Público, Asuntos Exteriores y Educación Nacional, ¡casi nada!
En noviembre de 1938 se convoca el concurso para la provisión de siete plazas de Guías-Intérpretes-Auxiliares. Al examen se pueden presentar mayores de 23 años y menores de 45, con certificado «de lealtad al Glorioso Alzamiento nacional» y certificado «acreditativo de pertenecer a la Falange Española Tradicionalista y de las J.O.N.S.». Los aspirantes tienen que conocer dos de los siguientes idiomas: alemán, francés, inglés, italiano y portugués. Como en otras convocatorias, tienen preferencia los mutilados de Guerra por la Patria y los combatientes con más de seis meses de permanencia en el frente, «siempre que unos y otros estén capacitados para el trabajo».
El ejercicio escrito versa sobre temas relativos «al Alzamiento Nacional, al desarrollo de la guerra y a los principales aspectos turísticos de España y nociones elementales de Geografía, Arte e Historia de la misma». En cuanto a las condiciones de trabajo, los guías son considerados «temporeros» con una retribución mensual de 416,66 pesetas (2,5 euros al cambio actual), «menos los descuentos correspondientes», haciéndose constar, por ejemplo, la obligación de cumplir «las órdenes e indicaciones» del Servicio Nacional de Turismo, la prohibición de aceptar propinas o gratificaciones de los viajeros y la duración tipo de ocho horas de la jornada, aunque quedan sin limitar atendiendo a que «el combatiente lucha sin descanso» y «la reconstrucción de España exige sacrificios por parte de todos».
Primer viaje de la ruta
La primera invitación «oficial» para hacer la Ruta de Guerra del Norte se traslada a «nuestros hermanos de Portugal», en cuyo honor comienza en Tuy. Alberto Pena se refiere a la Ruta como «intercambio propagandístico del fascismo ibérico», colaboraciones estratégicas «para fomentar el sentimiento ibérico de cohesión ideológica y consenso anti-comunista».
El primer grupo de «turistas» sale el 10 de julio en un autobús Pulmann y lo forman 22 personalidades invitadas por la Embajada Española en Lisboa. Entre ellos está Artur Portela, uno de los cinco periodistas del Diario de Lisboa que cubrió la Guerra Civil española. Por delante 1.750 kilómetros y nueve días de viaje, en los que Portela ejerce de «corresponsal de paz» y propagandista de la Causa. Para Sandie Holguin, crónicas como las de Portela transmitirán una visión tentadora de lo que muchos lectores no podrán visitar, creando un deseo por conocer sitios y aumentando el prestigio social de aquellos que los visitan.
La ruta vista con los ojos de Portela
Portela y sus compañeros disfrutan en Galicia de un paisaje que parece un «verdadeiro jardín», pasando por Bayona y Vigo. En Redondela, Portela cita la isla de San Antón, con 400 prisioneros «vermelhos», y la compara con Sing-Sing, que «debe ser pior». A La Toja le dedica unas líneas: habla de su jabón, que «não se vende en Portugal», su agua fina y su hotel, convertido en hospital de guerra. De Santiago dice que, más que una iglesia, «é uma biblia de pedra», ahora cubierta de banderas, un paisaje en calma que habla de la gloria de España.
La campaña de Asturias le conmueve. O martirio de Oviedo es el título de una de sus crónicas. Para Portela, Oviedo es una ciudad flagelada, «martirizada e disforme», un «templo de ruinas» desde 1934. Compara los 15 meses de asedio de la ciudad con un pequeño insecto «imobilizado» en una tela de araña urdida por una «aranha gigantesca». No falta la alusión a la tortura, a cadáveres insepultos o a un cráneo desenterrado. También, habla de la extraña psicología de guerra entre los dos bandos, una especie de familiaridad feroz: los soldados habían conversado de un lado a otro de las trincheras con asombrosa naturalidad, aunque después se batieron, se masacraron, con odio, como chacales, sedientos de sangre. Según él, nada como el tiempo para borrar los errores de los hombres.
Al finalizar la Guerra Civil las rutas van perdiendo su objetivo inicial y su continuación se apoya en la demanda interna
Antes de volver a Tuy, primero había una parada en Santander. Aquí la guerra se deja sentir, sobre todo, en el comercio. Faltan medias para las mujeres, pero esto no impide que las mujeres sin ellas pierdan su belleza cuando pasean por el Sardinero, para algunos «moda amoral». Faltaba el arroz y el café, pero no se escuchaba ni el más mínimo comentario contra la dura autarquía de guerra. Las obras sociales nacían y crecían con «fulgurante rapidez», no había niños sin pan en esta España, en todos los pueblos había comedor infantil que ofrece tres platos en un ambiente de ternura, «de franca e ingenua alegría». Portela cierra su crónica afirmando que España va camino de su unidad histórica, que nació un día, en una cueva de Covadonga, bajo el estandarte de la reconquista cristiana.
Al finalizar la Guerra Civil las rutas van perdiendo su objetivo inicial y su continuación se apoya en la demanda interna, máxime cuando el inicio de la Segunda Guerra Mundial supone un descenso de turistas extranjeros. Pasarán a conocerse como rutas nacionales de España.