Los grupos de acción carlista durante la Guerra Civil: obreros y niños en la retaguardia
Al comenzar la guerra los carlistas pusieron en marcha sus proyectos de movilización, encuadramiento y proselitismo social en la retaguardia
Al comenzar la Guerra Civil, los carlistas pusieron en marcha sus proyectos de movilización, encuadramiento y proselitismo social en la retaguardia. Una de sus primeras preocupaciones fue rescatar del izquierdismo revolucionario a los trabajadores. Por ello, algunos crearon agrupaciones gremiales, organizadas bajo la doctrina social de la Iglesia Católica, desde Sevilla a Pamplona, dirigidas por la Delegación de Gremios y Corporaciones, cuyo objetivo declarado –para conseguir la victoria– era armonizar el mundo del trabajo, ya que la derrota de los republicanos debía provocar la instauración paralela de un nuevo orden social y político.
Ante el fracaso del capitalismo y del socialismo, los carlistas propusieron un corporativismo anclado en la historia. Así defendieron que «España, al iniciar su reconstrucción, no tiene necesidad de copiarse de nadie, ni de buscar en otros país la fórmula salvadora; a España le basta con encontrarse a sí misma, con restablecer su admirable organización gremial, verdadera precursora del régimen corporativo».
A partir de enero de 1937, los carlistas utilizaron su Obra Nacional Corporativa como el sustituto ideal de las antiguas organizaciones sindicales. Este «sindicato legitimista» intentó huir del sindicalismo autoritario preconizado por Falange, revalorizando las premisas de la soberanía social que debía convivir con la política social, tal y como había defendido Juan Vázquez de Mella. Su corta vida (enero-marzo de 1937) impidió valorizar su eficacia, aunque su mayor éxito se alcanzó cuando lograron la adhesión de la Confederación Española de Sindicatos Obreros, una entidad católica que contaba con medio millón de afiliados en la España nacional.
El control de la mano de obra y la movilización social de retaguardia se unieron en las disposiciones tomadas sobre el servicio sanitario de los tercios. Movilizados periódicamente, médicos, camilleros, sanitarios y practicantes alistados en el requeté, fueron llamados a concentrarse en el Hotel Gran Kursaal de San Sebastián, según las necesidades de la organización. En el caso del personal sanitario adscrito a la Junta de Guerra Carlista de Álava, o de los panaderos, se les concentró con la finalidad de procurarles trabajo asalariado.
En la España republicana se había desatado una revolución social de notable importancia
Actuaciones de este tipo revalorizaron el papel de estas organizaciones como dispensadoras de seguridad laboral en una retaguardia sensible por el impacto de la lucha de clases de la que daba noticias la prensa. Y es que en la España republicana se había desatado una revolución social de notable importancia, que había producido no sólo una fuerte represión sino impulsado una política de colectivización de empresas y fincas, nacionalización de determinados sectores económicos y control obrero de la producción. Pero la revolución social provocó tal caos organizativo que el Gobierno de Burgos intentó siempre evitar ese fallo en su zona mediante un estricto encuadramiento social y económico.
Esta reorganización de la población se extendió al mundo infantil, que también el carlismo quiso movilizar en su beneficio mediante la organización de «los Pelayos», su sección infantil. Por edad, al no tener cabida en el requeté, «el Pelayo» vino a simbolizar la preocupación de la Comunión Tradicionalista por la educación de sus elementos más jóvenes, desde el ámbito familiar, al considerar a la familia como la célula básica de la sociedad cristiana. Se destacó especialmente su militancia guerrera, pues «el Pelayo» era la crisálida del requeté, primando deberes como la enseñanza de la instrucción, ejercicios físicos, salidas al campo, concentraciones uniformadas, añadiendo una nota folclórica y guerrera al carácter embrionario del niño carlista en su evolución hacia el futuro requeté.
El niño fue insertado en el cuadro jerárquico tradicionalista a través de sus secciones infantiles
De ahí esta copla popular: «Somos niños los Pelayos / mas seremos sin tardar / los soldados más valientes/que a su Patria salvarán». Así, el niño fue insertado en el cuadro jerárquico tradicionalista a través de sus secciones infantiles, dependientes de los círculos locales, como en el caso de Sevilla, donde dentro de las instalaciones generales se reservó un salón para los pelayos. En éste se habían de formar dentro del igualitarismo tradicionalista, exhortando a los hijos de los pudientes a dar clases a los hijos de los obreros. En cuestión de días, el centro sevillano formó un batallón infantil.
La labor de educación y adoctrinamiento tuvo un especial ejecutor en la edición del semanario Pelayo, publicación destinada a estimular las labores de todos los niños tradicionalistas. Sus dibujantes y guionistas trataron de incentivar el peso doctrinal para que sus lectores se convirtieran en buenos ciudadanos carlistas en la Nueva España, de ahí la religiosidad católica del semanario, su constante adoración por la Patria y lealtad a la Monarquía.
No obstante, los responsables de la revista alternaron estos mensajes con contenidos propios del mundo infantil, tales como dibujos, literatura risueña y breve, color y movimiento, con la intención de alejarles un poco del trauma de la guerra. Tras el Decreto de Unificación (20 de abril de 1937), Pelayo se convirtió en Flechas y Pelayos, revista infantil que fue utilizada para propagar la unión de falangistas y carlistas, aunque los objetivos políticos de fondo, es decir, la recristianización de España y la creación de una sociedad de retaguardia resistente y militante, persistieron.