El siglo de oro de Inglaterra con Isabel I, la «Reina virgen»
La viruela que sufrió Isabel I de Inglaterra durante su niñez le provocaron marcas en la cara que tapó con maquillaje durante su vida
Puede que Isabel I de Inglaterra sea una de las reinas más controvertidas de la Historia moderna. Es de sobra conocido que se ganó la enemistad de Francia, del papado, y, por supuesto, de Felipe II. Gobernó durante 44 años en los que recuperó el anglicanismo, decapitó a sus detractores, expandió sus dominios por América, potenció el comercio marítimo utilizando diversos métodos, entre ellos, las patentes de corso que concedió a corsarios como Drake. Durante su reinado consiguió un periodo de prosperidad económica y vivió el cénit cultural de las obras teatrales de Shakespeare y Marlowe, y los ensayos de Francis Bacon. Fue la monarca que cambió la vida social y política de Inglaterra para siempre. Esta es su historia.
Gobernó durante 44 años en los que recuperó el anglicanismo, decapitó a sus detractores, expandió sus dominios por América, potenció el comercio marítimo utilizando diversos métodos, entre ellos, las patentes de corso que concedió a corsarios como Drake
Todo empieza antes del nacimiento de la Reina. Su padre, Enrique VIII, se había divorciado de Catalina de Aragón y había tenido una segunda hija con Ana Bolena, a la que llamaría Isabel. En 1534 el Papa excomulgó al monarca inglés que decidió separarse de Roma para siempre y unificar en su persona el poder terrenal y divino de una nueva Iglesia, la Anglicana. Enseguida, el papado, e incluso el Parlamento inglés invalidó el matrimonio, y, por tanto, su hija era ilegítima. Isabel no había cumplido los cuatro años cuando el Rey, su padre, ordenó decapitar a su madre por traición a la corona, unos cargos que se inventó para deshacerse de ella. Con este panorama, la futura Reina vivió una infancia complicada, aunque contó con la protección y el cuidado de María Tudor, su hermana mayor con la que se llevaba 17 años de diferencia, nacida del enlace entre Enrique VIII y Catalina de Aragón.
Cuando éste murió, solo había dejado un heredero varón, su hijo Eduardo VI, que ocupó el trono a pesar de estar muy enfermo. El futuro dinástico de los Tudor era incierto, pero Eduardo VI aguantó seis años en los que se limitó a seguir las políticas de su padre y despreció a las dos hermanas, a las que no metió en su testamento. Con su muerte, ascendió al trono Juana de Grey, más conocida como «la reina de los nueve días», porque no duró más. El Consejo Privado, un órgano formado por varios nobles encargado de asesorar al gobernante de turno, nombró a María Tudor Reina de Inglaterra en el verano de 1553.
Restauró la doctrina católica, abolió todas las leyes promulgadas por su hermano y declaró válido el matrimonio entre sus padres. Además, María Tudor contrajo matrimonio con Felipe II, que se convirtió en rey consorte de Inglaterra durante cuatro años, pero no tuvieron descendencia, lo que terminó con idea de su padre, Carlos V, –que por entonces era Rey de España– de reunir bajo una misma corona Flandes, Inglaterra y Borgoña.
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Poder, anglicismo y comercio
En 1558, con la muerte de María Tudor, asciende al trono su hermana Isabel, con 25 años. Aunque Isabel I fue coronada por el rito romano, nada mas colocarse la corona recuperó el anglicanismo. Su reinado empezó con grandes reformas destinadas a fortalecer su poder absoluto a nivel terrenal y eclesiástico. En 1559 promulgó el Acta de Supremacía en el que recuperaba las leyes religiosas de su padre. Aunque, por ejemplo, eximió a los católicos de las misas parroquiales anglicanas, eso sí, a cambio de pagar una contribución económica.
Una norma que cambió en los últimos de su reinado, cuando hizo obligatoria la asistencia al culto anglicano bajo pena de prisión Esto ocasionaría malestar entre varios obispos católicos que fueron destituidos inmediatamente. Al recuperar la reforma anglicana, el Papa Pío V la excomulgó en 1570, lo que empeoró la situación de los católicos en los dominios isabelinos.
Aunque Isabel I mostró una aparente tolerancia hacia los católicos, no dudó en expulsar a los jesuitas una década después, y a los que se quedaron los ejecutó. Sin duda, su reforma fue un éxito porque Inglaterra ha sido anglicana desde entonces. Entre los mayores miedos de la Reina estaba que una revuelta de católicos acabase con su reinado, y entre las posibles líderes de esa lucha estaba otra mujer: María Estuardo, católica, escocesa y cercana a Francia y España. En febrero de 1587 Isabel I de Inglaterra ordena decapitar a su prima María, acusada de conspirar contra la corona. Su asesinato conmocionó a la Europa cristiana del momento y le hizo ganar nuevos enemigos. Todavía quedaban 25 años de reinado.
Isabel I quiso expandir sus dominios por América y Asia, para conseguirlo debía enfrentarse con las amas y las finanzas al Imperio de Felipe II. Se sirvió de las patentes de corso a varios piratas como el famoso Drake, que atacó los convoyes y puertos españoles en repetidas ocasiones. No era una lucha menor, tanto es así que Felipe II, cansado de los ataques ingleses acabo, entre otras medidas, enviando una gran flota que pasó a la historia como Armada Invencible, que tenía el objetivo de derrocar a la reina inglesa. Isabel I también aumentó su presencia militar en los territorios del Nuevo Mundo y favoreció la exploración de nuevos territorios. Su arma económica fueron las numerosas empresas que se crearon durante su reinado, como al Compañía Moscovia, que tuvo el monopolio comercial entre Inglaterra y el Gran Ducado de Moscú; o la Compañía de Levante que pretendía competir contra España; o la más que conocida Compañía de las Indias Orientales, fundada en el 1600.
En los últimos años del reinado de Isabel I todo se complicó. Ya anciana, enfrentó varias rebeliones en Irlanda e Inglaterra y una fuerte crisis económica debido al agotamiento de las reservas y la inflación. Aunque esos eran problemas menores comparados con la cuestión sucesoria, ya que Isabel no había tenido descendencia y nunca se casó, aunque tuvo varios amantes. Ironías de la vida, antes de fallecer en marzo de 1603, Isabel I Tudor designó como sucesor a Jacobo I, que era hijo de la decapitada María Estuardo. Así, Isabel moría como la última monarca de la dinastía de los Tudor.