La guerra de 1956: victoria militar de Israel, triunfo político de Egipto
Las tropas del general Dayan humillaron en el Sinaí a las de Nasser, pero este último supo utilizar la derrota para afirmarse como líder del mundo árabe
Segunda Guerra Árabe-israelí para buena parte de la historiografía especializada, Crisis de Suez para franceses y británicos, Agresión Tripartita para los egipcios y Guerra del Sinaí para los israelíes: sigue sin haber acuerdo para definir lo que ocurrió en torno a Egipto en los meses de octubre y noviembre de 1956. Se entiende, pues se trató de una operación híbrida y compleja, en la que sus promotores, Gran Bretaña y Francia determinaron un objetivo –recuperar el control del Canal de Suez–, que terminó siendo frustrado por la oposición conjunta de las dos grandes potencias del momento, Estados Unidos y la Unión Soviética.
Lo innegable es que los orígenes del conflicto radican en el enfrentamiento entre Egipto e Israel. La clara victoria del Estado hebreo en la guerra de 1948-1949 no supuso, en modo alguno, el final de las hostilidades entre ambos países. Egipto permitió que su territorio sirviera de retaguardia para los ataques, a base de incursiones, que los fedayines palestinos lanzaban contra Israel, actividad que también desarrollaban, si bien en menor medida, desde Siria, Jordania y el Líbano. Israel replicó a esta modalidad de guerrilla con la creación de unidades especializadas, siendo una de ellas, la 101, origen de sus fuerzas de élite, cuyo mando inicial fue encomendado a un joven y prometedor oficial, de nombre Ariel Sharon. Perfeccionó, asimismo, su dispositivo con la puesta en marcha de su mítica brigada paracaidista.
Egipto, por su parte, también se rearmaba: el 27 de septiembre de 1955, firmó con Checoslovaquia un fabuloso contrato mediante el cual el país comunista –que en realidad hacía las veces de testaferro de la Unión Soviética– le entregó 400 carros de combate, 200 vehículos blindados de infantería, 500 piezas de artillería y miles de armas antitanques y antiaéreas. En el plano naval, el país árabe adquirió dos destructores, seis submarinos y una quincena de buques torpederos. Mas el grueso del contrato afectaba a la aviación, que se benefició 50 bombarderos Il-28, 120 interceptadores Mig-15 y una quincena de cazabombarderos Mig-17, los más modernos de la época.
Este acuerdo plasmaba la estrecha alianza que Egipto fraguó con la Unión Soviética. Un Egipto muy distinto al de 1948: en 1952, unos oficiales impregnados de nacionalismo árabe habían derrocado al Rey Faruk, con dos objetivos: vencer y destruir a Israel, convertir al país en pieza imprescindible en Oriente Medio. Para intentar cumplir el primero, había que esperar la oportunidad. O provocarla: es lo que hizo el rais egipcio, Gamal Abdel Nasser, el 26 de julio de 1956 al nacionalizar el Canal de Suez, punto estratégico del comercio marítimo mundial, gestionado desde 1869 por una compañía mayoritariamente francesa y protegido militarmente por Gran Bretaña hasta 1955.
París y Londres consideraron la decisión de Nasser como un casus belli. Francia era, por aquel entonces, el principal aliado occidental de Israel; Gran Bretaña, menos, por sus estrechos vínculos, políticos y militares, con Jordania e Irak. Pero tanto París como Londres, cargados de razones jurídicas, aunque poco conscientes de su pérdida de peso diplomático, estaban dispuestos a recuperar el mando del Canal de Suez y acabar con Nasser, su régimen y sobre todo, sus pretensiones.
Supieron convencer a Israel de la necesidad de atacar a Egipto por el Sinaí. Los dos países occidentales, siguiendo con su rocambolesco plan –suscrito secretamente con Israel en Sèvres el 24 de octubre– amenazarían con intervenir si los dos contendientes –el Estado hebreo y Egipto– no decretaban un alto el fuego en el Sinaí. Para los occidentales, a sabiendas de que Egipto no aceptaría su propuesta, era un mero pretexto para justificar sus planes en relación con el Canal.
Los objetivos militares de Israel eran tres: erradicar las bases desde las que operan los fedayines; destruir el nuevo potencial militar de Egipto, y acabar con el bloqueo naval del Estrecho de Tirán, decretado por Nasser, que entorpecía el abastecimiento de Israel por el sur. Israel empezó a aplicarlos el 29 de octubre bajo la batuta de su jefe de Estado Mayor, el general Moshe Dayan. Las tropas de Tsahal avanzaron rápidamente por todo el Sinaí, exhibiendo una superioridad apabullante de sus blindados y de sus aviones, sin olvidar la brillantez de los paracaidistas del coronel Rafael Eytan o la excepcional acción de Sharon al tomar la colina de Mitla, crucial para acercarse al Canal por el flanco sur.
Mientras, Gran Bretaña y Francia, tras bombardear el Canal por el Mediterráneo para facilitar el desembarco de sus tropas –cabe destacar ciertas proezas de los Royal Marines y de los paracaidistas franceses–, se empeñaban en ir controlando los puntos neurálgicos de Suez, si bien encontraron resistencia según iban tomando posiciones en el territorio egipcio.
Cuando entró en vigor el alto el fuego decretado -bajo presión conjunta por la ONU el 7 de noviembre, los participantes de Sèvres se encontraban en posición dominante. En vano: la victoria militar fue una dura derrota diplomática. Por primera vez, fueron enviados cascos azules a una zona de conflicto. Británicos y franceses retiraron a sus tropas en diciembre; Israel evacuó el Sinaí en marzo de 1957. «Aunque a Ben Gurión le resultó muy incómodo tener que retirarse de unos territorios que las Fuerzas de Defensa de Israel habían logrado ocupar mediante el uso de las armas», escribe Eugene Rogan en su ya clásico Los árabes, «había dado a sus vecinos árabes, una vez más, muestras de la capacidad militar israelí». Una premisa que se verificaría, de nuevo, once años más tarde en la siguiente guerra, la de los Seis Días.