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Evacuación de niños en una zona de conflicto por el Servicio Civil Internacional (SCI) en 1937

El asilo diplomático que salvó a más de 11.000 personas de la represión republicana en la Guerra Civil

El hecho fue trasladado a las páginas de la literatura en algunos libros, en muchos casos desconocidos por el público actual, por lo que su repaso resulta necesario

Entre 1936 y 1939, más de 11.000 personas fueron salvadas de la represión republicana gracias a la concesión de un generoso asilo diplomático y consular por parte de numerosas representaciones extranjeras. El hecho fue trasladado a las páginas de la literatura en algunos libros, en muchos casos desconocidos por el público actual, por lo que su repaso resulta necesario.

La primera novela que reflejó el asilo consular en Málaga fue obra de Eugen Kuthe, que –bajo el seudónimo de Horst Uden– publicó Travermarsch. Roman aus Andalusien (1938). Al no editarse traducida, fue más conocida El otro mundo (la vida de las embajadas de Madrid) de Jacinto Miquelarena, publicada ese mismo año, con un claro trasfondo autobiográfico. El protagonista, redactor del monárquico, rememoraba, a su llegada a una Embajada, su vida en los últimos meses.

La narración describía con realismo la vida de refugiados, interrumpiendo el tono dramático con algún recuerdo humorístico. Así, no se recataba en describir a los refugiados vestidos con pijamas rotos, pantalones destrozados, chaquetas prestadas, calzados con una enorme variedad de zapatos, zapatillas, alpargatas, monos, presentando a muchos de ellos con un aspectos desaliñado, sucios y mal afeitados, dadas las circunstancias. Un duro contraste para quienes solían presentar habitualmente un aspecto incólume, como profesionales medios, militares, oficiales de la Marina, hombres de carrera o de comercio. El autor intensificó el tono dramático en dos episodios que sufrieron algunas Embajadas: el temor al asalto por la policía republicana y una evacuación llena de dificultades, con asilados apresados por los milicianos y el temor a no poder embarcar en un puerto mediterráneo desde donde, finalmente, los asilados logran salir de la España republicana.

En 1939, dos autores españoles publicaron dos pequeños relatos en La novela del sábado. Emilio Carrere en La ciudad de los siete puñales escribió con una pluma amarga y entristecida la situación del Madrid de 1936. En ella contaba las aventuras del periodista Joaquín Moliner que, por investigar la muerte de un amigo en manos de agentes del Ministerio de Gobernación, es perseguido, al igual que su novia. El asilo en la Legación de Panamá logra salvarles. El autor concluye, de forma apagada, con una amarga visión: «Madrid, ciudad de las siete estrellas, se ha convertido en la ciudad de los siete puñales».

El segundo relato lo firmó Samuel Ros y, titulado Meses de esperanza y lentejas, se centró, con más detalle, en la vida de los refugiados en la embajada de Chile, donde él mismo estuvo asilado. Relata el nacimiento del amor entre jóvenes y no tan jóvenes –como Marta y Gustavo–, los rencores y pequeñas rencillas, las amistades, los deseos de noticias, el temor al asalto, el miedo... Casi todos los asilados van aprendiendo que es necesario encontrar la felicidad en los hechos menores, en las cosas pequeñas de la vida. Van reconociendo que cada persona se puede librar de grandes males y morir por una casualidad de las más insignificantes, por lo que es importante vivir intensamente la vida. Al mismo tiempo, el autor no deja de reconocer la callada y valerosa actitud de los funcionarios de las Legaciones y el interés de sus superiores.

Al finalizar la guerra, igualmente, la novela Madridgrado de Francisco Camba aludió en algunos capítulos al drama de las Embajadas. El escritor y cineasta Edgard Neville publicó una serie de cuentos cortos bajo el títulos de Frente de Madrid, en uno de los cuales –titulado FAI– narraba las vicisitudes por las que pasaba un perseguido, durante los primeros meses de la revolución. Entre las opciones de salvación, el protagonista, Antonio, piensa solicitar asilo diplomático, pero, a pesar de sus contactos, no logra refugiar a su familia ni en la Embajada británica ni en la norteamericana.

Continua sus contactos clandestinos hasta que una noche, junto a otros dos amigos, espera la llegada de un automóvil que les podría llevar a una Legación. Cuando, en la madrugada, llega, se precipitan hacia él, sin darse cuenta que es una trampa montada por los anarquistas, a los que una criada del protagonista había puesto sobre aviso. Bien estructurado y narrado, con un final sorprendente pero amargo, el cuento desliza una dura crítica hacía aquellas naciones que se negaron a ejercer el derecho de asilo abiertamente y de forma masiva.

De menor calidad fue la novela Fandango, escrita por Robert Briffault que relataba los cambios que la Guerra Civil produjo en Carlota von Goerlitz, hija del embajador de Austria, que abre sus puertas a los españoles perseguidos. Siguiendo el mismo tono folletinesco, Luisa María de Aramburu publicó Estampas de un amor, en 1942, donde narraba la vida de una familia aristocrática que debe asilarse para salvar la vida.

Vivir una historia destruye siempre a los protagonistas, pero vivir la Historia con mayúscula aniquila las mismas bases de la personalidad

Finalmente, la narración de mayor calidad literaria fue Una isla en el mar rojo, publicada por Wenceslao Fernández Flórez en 1939, basada en sus propias experiencias como refugiado en la Legación de los Países Bajos. A través de sus páginas, conocemos las reflexiones del escritor sobre la guerra, fruto de este obligado encierro.

Para él, la contienda fratricida no sólo se reducía a que se cometían tropelías contra los profesionales y clases medias, sino a que la sociedad asistía a la subversión de lo inmutable por obra del resentimiento y de la envidia social, pero, sobre todo, se asaltaba inconsideradamente la intimidad, se obligaba a la humillación del destino colectivo y se reducía a justos y pecadores a una economía moral y física de supervivencia que transformaba a los hombres en seres despreciables y mezquinos.

El autor llegaba a una conclusión personal en la novela: vivir una historia destruye siempre a los protagonistas, pero vivir la Historia con mayúscula aniquila las mismas bases de la personalidad. Su experiencia en el Madrid republicano y en la Legación convierten al protagonista de su novela en un hombre acorralado, en un simple receptáculo de circunstancias.