'Una isla en el mar rojo': el Liceo francés de Madrid fue refugio de 900 españoles en la Guerra Civil
Allí esperaron la entrada de las tropas nacionales en 1936 pero, ante la derrota de las mismas en la batalla de Madrid, su esperanza se cifró en las negociaciones de los diplomáticos franceses con el gobierno republicano para lograr una evacuación
Entre 1936 y 1939, la Embajada francesa protegió a unos 900 españoles perseguidos por motivos políticos, sociales y religiosos de la represión republicana. El principal lugar donde concedió asilo diplomático fue el Liceo Francés de Madrid que ocupaba una superficie suficiente para contener tres pabellones: un colegio, un instituto y el Liceo, comunicados por amplios patios donde deambularon y tomaron el sol sus refugiados. Allí esperaron la entrada de las tropas nacionales en 1936 pero, ante la derrota de las mismas en la batalla de Madrid, su esperanza se cifró en las negociaciones de los diplomáticos franceses con el gobierno republicano para lograr una evacuación. Y así, a partir de 1937 se organizaron varias expediciones de salida hacia los puertos levantinos y, desde allí, hacia Francia.
El miedo a un asalto de los milicianos de izquierdas convivió con la espera interminable de la evacuación
Al principio, los refugiados dispusieron su estancia de acuerdo a las órdenes de la Embajada pero pronto decidieron organizarse internamente entre ellos. Así, los españoles crearon una Oficina Auxiliar bajo cuyo mando se pusieron los jefes de los edificios, ayudados por los responsables de habitaciones y pisos. El hacinamiento llegó a ser un problema, de tal manera que el paisaje interior estaba formado por mujeres, niños, ancianos, hombres, colchones por los suelos y maletas.
El miedo a un asalto de los milicianos de izquierdas convivió con la espera interminable de la evacuación, de tal manera que los refugiados intentaron aumentar las medidas de seguridad. En una ocasión, una bomba estalló en el Liceo abriendo un boquete, lo que hizo que varios asilados decidieran turnarse con algunas armas clandestinas para evitar un asalto de las patrullas republicanas.
La necesidad de distracción, en medio del terror, hizo que pronto comenzaran a surgir motes y chistes. A los pisos superiores se les llamó «La Estratosfera» donde las continuas goteras obligaban a colocar varias palanganas en las literas de los ocupantes. Los pasillos y habitaciones fueron bautizados con nombres sorprendentes: «La Quinta Avenida», «El Vaticano» –zona de eclesiásticos–, «Fosa común», «La habitación de los generales», etc. También se acuñó la frase de que el Liceo Francés era el asilo más peligroso de la capital ya que estaba lleno de «Riesgos», apellido que ostentaban muchos refugiados.
Se decía que el Liceo Francés era el asilo más peligroso de la capital ya que estaba lleno de «Riesgos», apellido que ostentaban muchos refugiados
Allí se refugiaron todo tipo de personas como el duque de Zaragoza; el general Eugenio Espinosa de los Monteros; la madre superiora del colegio Cluny de Pozuelo; los periodistas González Ubeda de ABC y José Manzano de El Siglo Futuro; la esposa del farmaceútico Labiaga, que relató cómo su marido había podido salvar el popular cuadro de la Virgen de la Paloma al esconderlo en la cabecera de su cama.
Para ocupar la mente en otras cosas que no fuera la guerra, se organizaron clases por parte de algunos asilados para niños y adolescentes, pasando 95 alumnos por sus aulas. El padre Teodoro Cuesta organizó los escasos libros en una biblioteca y el doctor Manuel Romero abrió un dispensario, formando enfermeras entre muchachas voluntarias.
A pesar de la cotidiana persecución religiosa en la España republicana, entre las paredes del Liceo se celebraron misas y fiestas como Nochebuena, Navidad, San José, los días de las Vírgenes patronas
Algunos se animaron a organizar un ciclo de conferencias sobre asuntos de su especialidad para pasar las tardes de angustiosa espera. A pesar de la cotidiana persecución religiosa en la España republicana, entre las paredes del Liceo se celebraron misas y fiestas como Nochebuena, Navidad, San José, los días de las Vírgenes patronas de las Fuerzas Armadas, primeras comuniones y algún matrimonio. La toma de ciudades y avances por el Ejército Nacional motivaron explosiones de entusiasmo que los funcionarios franceses intentaban aplacar, para evitar que los milicianos las utilizaran como excusa para asaltar el edificio o impedir sus movimientos en la ciudad.
Ante el temor de que se produjera una epidemia, París envió 3.000 inyecciones de vacuna antitífica que se inocularon a todos los asilados. Y es que la escasez de agua con fines higiénicos y la baja alimentación eran caldo de cultivo potencial para una enfermedad contagiosa. Eso sí, fue imposible evitar la compañía de chinches de tal manera que alguien puso un cartel señalando «Hay muchas existencias en grande y pequeño, según las muestras. Se despachan al por mayor con notable rebaja. No hace falta guardar cola, pues es un género que abunda en grado sumo».
Pero todo se soportó, incluso el hambre, pues era difícil lograr comida para tanta gente, por lo que los funcionarios franceses recurrieron a las cartillas de racionamiento, al mercado negro y al soborno. El café del desayuno fue bautizado como «Sudor del Negus» –en alusión al Emperador de Etiopía– y sus cuatro galletas como «cemento» por su dureza; se dijo que los garbanzos podían haberse usado como metralla y las latas de sardinas –una por refugiado– llegaron a revenderse en un alto precio.
Y la situación en el Liceo francés de Valencia no era mejor. Allí recalaban las expediciones que llegaban de Madrid y esperaban –o desesperaban– el embarque en un buque francés que les sacara de la España republicana. La angustiosa espera llevó a algunos a firmar estas jocosos versos:
«Mañana nos marcharemos» nos dijeron los franceses
y, en efecto, ya llevamos aquí cerca de dos meses.
La comida es asquerosa, no nos dan ni pan ni vino
y nos sirve con las manos un fulano muy cochino.
Para todo hay que hacer colas: cola para comprar uvas,
cola para lavar los platos y colas para las duchas.
Y estamos tan apretados que, aunque parezca mentira,
hasta incluso hay que hacer cola para rascarse la barriga.
(...) Sin embargo no hay motivo para tanto pesimismo
pues tenemos esperanza de salir el día del Juicio.