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María Antonieta con sus hijos

Dinastías y poder

¿Qué pasó con la hija de María Antonieta?

Fue la única que se libró de la guillotina: la «huérfana del Temple», última superviviente del matrimonio de Luis XVI con María Antonieta. Sufrió los infernales días de prisión y un largo cautiverio

Fue la única que se libró de la guillotina: la «huérfana del Temple», última superviviente del matrimonio de Luis XVI con María Antonieta. Sufrió los infernales días de prisión y un largo cautiverio. Pero la mediación de sus parientes austriacos la libraron del trágico final del resto de la familia. Aclamada por los legitimistas franceses, María Teresa de Francia, «madame Royale», contrajo matrimonio con su primo, el duque de Angulema, el mismo que liderará los Cien Mil hijos de San Luis que ocuparon España para restablecer el absolutismo en 1823. Por breve tiempo la llamaron Delfina, aunque su muerte sin hijos supone el final de la dinastía que durante más de un siglo brilló en Versalles.

María Teresa era la primogénita de Luis XVI y la célebre María Antonieta. Nació después de muchos años de matrimonio, cuando algunos pensaban en la imposibilidad del heredero para concebir. Stefan Zweig relata muy bien este episodio, marcado por la sombra de la bastardía. Luego llegaron sus hermanos, aunque solo uno, Luis, el ansiado varón, llegó a sufrir los horrores jacobinos. Pese a la acusada frivolidad de su madre, María Teresa creció con afecto, entre juegos en Trianon y las lecturas pausadas de su apocado progenitor. Pero en julio de 1789 todo cambió: el inicio del proceso revolucionario que liquidó el Antiguo Régimen terminó con las expectativas felices de la princesa. En 1791, tras la fallida fuga de Varennes, ella y su familia, eran devueltos a París para empezar un proceso de terror.

Su padre, el Rey de Francia, era guillotinado en la Plaza de la Concordia el 21 de enero de 1793. Ella permaneció durante varios meses junto a su madre en la prisión del Temple, desde donde podían escuchar los gritos insolentes de la muchedumbre y vieron desfilar la cabeza en una pica de la princesa de Lamballe. Poco después la separaron de su madre: acusada de todo tipo de injurias, la reina era conducida al cadalso el 16 de octubre de 1793.

Solo le quedaba la compañía de su tía, madame Isabel, la hermana de Luis XVI que se había negado a abandonarles. Pero a ella también la mataron. En esos días, la joven María Teresa pudo aún escuchar los gemidos de su pequeño hermano, el Delfín, en manos de un cruel carcelero. Pasó varios meses en la soledad de su celda, con su libro de oraciones. Ese tiempo la marcará para siempre. Tenía, dieciséis años.

En 1795, el Emperador de Austria, su primo Francisco II –hijo de un hermano de su madre– negoció el intercambio de la joven huérfana por un grupo de revolucionarios. Famélica y desaseada, llegó a la corte de Viena para enfrentarse a un destino incierto. Los dos hermanos de su padre, que habían abandonado Francia, vivían en el exilio: el conde de Provenza y el conde de Artois, estaban en Finlandia, bajo de protección del zar Pablo I, hijo de Catalina la Grande. ¿Qué mejor que casar a la desvalida princesa Borbón con un primo de la misma sangre real? Luis Antonio de Artois, duque de Angulema, era el primogénito del conde de Artois, muy apegado a la tradición. La boda se celebró en Curlandia, en la región del Báltico, actual Letonia, en 1799. Después, se instalaron en Inglaterra, bajo la protección de Jorge III.

María Teresa en 1727, por Andreas Möller

La oportunidad de la Restauración borbónica llegó con la caída de Napoleón en Waterloo en 1815. Luis XVIII, conde de Provenza, y primero de los hermanos de Luis XVI, era proclamado rey. La única superviviente de los guillotinados soberanos franceses volvía a París aclamada por los legitimistas. Lo primero que hizo fue recuperar los cuerpos de sus padres, enterrados sin distinciones en el cementerio de la Magdalena, para depositarlos en la basílica de Saint-Denis.

En plenos días del Congreso de Viena, el Rey restableció el absolutismo y dio orden a su sobrino Luis Antonio, esposo de María Teresa, de marchar al frente de cien mil franceses para terminar con el liberalismo en España. Ella le esperó en París, pese a los ofrecimientos de Fernando VII de concederles residencia en el madrileño palacio de Buenavista. Cuando pocos meses después, falleció el rey de Francia, el siguiente de sus hermanos, Carlos X –hasta entonces conde de Artois– se convertía en Rey. Luis Antonio y María Teresa, eran los nuevos herederos.

Sin embargo, la falta de descendencia del matrimonio los llevó a ceder sus derechos en el conde de Chambord, primogénito del duque de Berry, hermano de Luis Antonio. Eso, unido a la crisis política que volvía a desencadenarse en Francia como consecuencia de los aires de barricada animados por Felipe de Orleans, provocaron el final de los Borbones y el comienzo de un nuevo destierro: en Francia se abría un nuevo conflicto por la sucesión.

Viuda desde 1844, María Teresa vivió en Edimburgo, Görz y Frohsdorf hasta su muerte en Viena en 1851, cuando Luis Napoleón Bonaparte ejercía ya como presidente de la II República Francesa. Sus restos descansan junto a los de su esposo y su suegro en la cripta del monasterio franciscano de la actual ciudad eslovena de Nova Gorica. No con sus padres. Los que un día ostentaron el poder en Versalles.