Fundado en 1910

El Infante don Pelayo acude al rescate del Santísima Trinidad en la batalla del Cabo de San Vicente del 14 de febrero de 1797

Un negocio escandaloso en tiempos de Fernando VII: cuando Rusia vendió a España una flota para reconquistar América

Se extendió la noticia de que el zar de Rusia había estafado al Gobierno español y le había vendido un puñado de barcos destartalados e incapaces de hacerse a la mar. Pero, ¿qué ocurrió realmente?

En 1817 todas las embajadas y gabinetes de Europa se hicieron eco del mismo rumor: Rusia había enviado una flota para ayudar a Fernando VII a luchar contra los rebeldes de la América española. El secretismo más absoluto rodeó todo el negocio. Poco después, se extendió la noticia de que, en realidad, el zar había estafado al Gobierno español y le había vendido un puñado de barcos destartalados e incapaces de hacerse a la mar. Pero, ¿qué ocurrió realmente?

Para hacer frente a la rebelión en América, España necesitaba urgentemente barcos. La Armada española, que llegó a ser la tercera mayor del mundo, había sido desmantelada o hundida entre el desastre de Trafalgar y la larga Guerra de Independencia. Por eso, Fernando VII se encontró con que no tenía barcos para enviar refuerzos a las tropas leales que luchaban en América.

En este contexto, el único país que se mostró dispuesto a ofrecer ayuda fue Rusia. El embajador ruso en Madrid era el conde Dimitri Tatischev, un habilidoso e intrigante diplomático que se ganó la confianza de Fernando VII. En marzo de 1817, el rey le preguntó si el gobierno ruso estaría dispuesto a ayudar de alguna manera a España en su guerra en América y ambos acordaron que lo más útil sería que Rusia vendiese una flota. El zar Alejandro I se mostró absolutamente de acuerdo y se convino la venta de cinco navíos de línea y tres fragatas por la suma de 13.600.000 rublos.

El gobierno de Londres desconfiaba de todo acercamiento entre Rusia y España y no quería que la influencia rusa pudiese extenderse a América

Había un problema: la oposición de Gran Bretaña. El gobierno de Londres desconfiaba de todo acercamiento entre Rusia y España y no quería que la influencia rusa pudiese extenderse a América. Los diplomáticos ingleses incluso extendieron el rumor de que Fernando VII planeaba entregar Menorca a los rusos a cambio de apoyo naval. Por eso, sabiendo que los británicos harían todo lo posible por evitar el acuerdo, se acordó que la negociación se llevase en el más absoluto secreto. Fernando VII la encargó a su hombre de confianza, Antonio Ugarte, y al ministro de la guerra, el general Eguía, apartando al resto de los ministros, incluido el de Marina, José Vázquez de Figueroa.

Los barcos salieron del puerto de Kronstadt y llegaron a Cádiz en febrero de 1818. Antes incluso de que llegasen a España, empezó a circular el rumor de que los rusos habían estafado a España vendiéndole unos barcos viejos y podridos. Los estudios recientes de la documentación tanto española como rusa han probado, sin embargo, que esto es falso. Todos eran muy nuevos, construidos entre 1812 y 1817, y en la inspección fueron declarados aptos para el servicio. El único problema que no se había tenido en cuenta fue que, al estar hechos de madera de pino del Báltico, se conservaban mal en las cálidas aguas de la Bahía de Cádiz.

Ante esta queja, el zar generosamente se ofreció a compensar el imprevisto, regalando otras tres fragatas más. Fue Figueroa, enfadado por haber sido apartado del negocio, quien comenzó a esparcir el rumor de que los barcos eran inservibles, pero sus protestas crearon una crisis ministerial que se zanjó con su destitución y la de otros dos ministros.

El rumor de los barcos podridos, sin embargo, ya había calado y la oposición liberal comenzó a usarlo para criticar al gobierno de Fernando VII. Cuando en 1820 el Rey intentó enviar una gran expedición a Buenos Aires, el miedo a embarcar en navíos tenidos por inservibles ayudó a que triunfase el golpe de Riego, que sublevó a las tropas contra el gobierno y obligó al rey a jurar de nuevo la Constitución de 1812.

Todo el negocio, por tanto, quedó en nada. Aunque Rusia protestó, España solo pagó un adelanto de la suma convenida. Los nuevos gobiernos liberales paralizaron el proyecto de expedición a América y dejaron desatendidos los barcos, que en 1821 fueron finalmente desmantelados y subastados. La compra de los barcos rusos quedaría como uno de los grandes escándalos del reinado de Fernando VII, cuyo mito ha sobrevivido hasta hoy.