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Grabado de Tombuctú siglo XIX

Cuando moriscos hispanos conquistaron Níger en el siglo XVI

El sultán de Marruecos, ávido de las leyendas sobre las enormes reservas de oro songhay, confió en sus tropas de élite para la conquista, la mayoría formadas por moriscos hispanos y cristianos cautivos

En 1578, tras la batalla de Alcazarquivir en que los portugueses fueron derrotados por los marroquíes, subió al trono el sultán Mulay Ahmed al Mansur. Envalentonado por la victoria sobre una potencia europea, puso sus ojos en la conquista del Imperio Songhay, objetivo que sus antecesores no habían logrado.

Desde las costas del Senegal hasta el lago Chad se extendía un territorio rico, poderoso y desarrollado, cuya riqueza se basaba en el control de rutas comerciales que atravesaban esa zona. Su ciudad más relevante era Tombuctú y su estilo de vida era un escándalo para los musulmanes del norte de África. Se decía que las mujeres tenían mucha libertad, que convivían el islam con religiones animistas y se admitía con tolerancia todo tipo de costumbres.

Los songhay controlaban la mayor parte del tráfico caravanero subsahariano consistente en sal, marfil, oro y esclavos cuyas rutas finalizaban en los mercados de Argel, Marrakech, Túnez, Tripoli y El Cairo. Tombuctú tenía 80.000 habitantes y Gao, la segunda ciudad, unos 60.000, bien surtidas de artesanía europea. La capacidad de la dinastía Askia, gobernante en el Imperio, para movilizar 100.000 soldados mantenía su independencia pero, en realidad, era una estructura con pies de barro. Apenas existía una buena burocracia, las diferencias intertribales e interétnicas podían estallar en cualquier momento y las discrepancias sociales entre campo y ciudad eran grandes.

El sultán de Marruecos, ávido de las leyendas sobre las enormes reservas de oro songhay, confió en sus tropas de élite para la conquista, la mayoría formadas por moriscos hispanos y cristianos cautivos. Acostumbrados a las armas más modernas, no resultaban un rival político pues no estaban enraizados en la sociedad norteafricana.

Su líder era El Jouder o Yaudar, nacido en Cuevas de Almanzora, Almería, de familia morisca. Su carrera militar le había proporcionado el cargo de bajá de Tánger y pachá de la capital, Marrakech. Los espías del sultán le notificaron que el Emperador de Songhay era débil y no podía movilizar sus teóricamente superiores tropas. Aprovechando una discusión entre este monarca y un supuesto hermano, el sultán decidió intervenir y el 16 de octubre de 1590 partió el ejército marroquí hacia su objetivo.

3.000 renegados hispanomusulmanes, armados con arcabuces, 500 jinetes y 1.500 lanceros fueron reforzados con 600 ojeadores que se encargaban de buscar la mejor ruta, localizar pozos de agua y evitar ataques de tribus tuareg.

La lengua predominante en la expedición fue el castellano en su versión andaluza como atestiguaron las transcripciones fonéticas de los cronistas songhay. Esta fuerza atravesó el Atlas nevado, cruzó el río Draa y penetró en el Sahara en invierno pero el paludismo, las escaramuzas de tuaregs y el racionamiento de agua redujeron la expedición a la mitad.

Las descargas moriscas realizaron masacres y provocaron la deserción de sus hombres, de tal manera que la huida fue general

Mientras tanto, el Emperador Isaq II se mantuvo en la ciudad de Geo de forma indecisa sin hacer apenas nada, pues ni siquiera pensó en cegar pozos de agua para evitar su uso por los invasores. El Jouder en sus primeros combates prohibió el uso de cañones y arcabuces para que el enemigo pensara que tenía pocas armas de fuego, por lo que Isaq II decidió hacerle frente con 30.000 soldados de infantería y 15.000 de caballería armados con lanzas, arcos y escudos. El 13 de abril de 1591 ambos ejércitos se enfrentaron en Tondibi, a 50 kilómetros al norte de Gao.

Cuando el Emperador songhay descubrió que todos sus enemigos portaban armas de fuego y tenían incluso cañones fue demasiado tarde. Las descargas moriscas realizaron masacres y provocaron la deserción de sus hombres, de tal manera que la huida fue general, salvo 99 guerreros suna que se negaron a huir, por lo que fueron masacrados.

Tras una estancia en Gao, el ejército invasor se dirigió hacia Tombuctú, pero el Imperio era tan extenso que El Jouder advirtió que nunca tendría la capacidad de controlarlo enteramente. Por ello, propuso a Isaq II que se convirtiera en vasallo del sultán de Marruecos, al comprobar que el oro, después del saqueo de los hispanomusulmanes, era escaso y el control del tráfico de esclavos imponía la dominación permanente.

Finalmente, Al Mansur, decepcionado, le sustituyó a los ocho años por Mahmud, que gobernó Tombuctú pero fue incapaz de conquistar las zonas periféricas del Imperio Songhay. En 1599, El Jouder regresó a Marrakech, obteniendo el perdón de su soberano merced a una fabulosa caravana como regalo al sultán formada por 30 camellos cargados de oro, maderas para tinte, pimienta, cuernos de rinoceronte, caballos, eunucos, esclavos y 15 vírgenes, hijas del emperador songhay, para el harén real.

Hasta 1660, los sultanes marroquíes nombraron a los pachás de Tombuctú y, a partir de entonces, la guarnición hispanomarroqui y sus descendientes fueron los verdaderos electores. Su control efectivo apenas excedió los límites de la ciudad, que nunca llegó a recuperar su esplendor medieval. Los moriscos se mezclaron con los autóctonos dando lugar al pueblo arma, de tal manera que los viajeros europeos del siglo XIX afirmaron que todavía los gobernadores de la ciudad conservaban rasgos del pueblo del que provenían.