Picotazos de historia
El Martini-Henry o el fusil que destruyó al Imperio zulú e inmovilizó a los soldados británicos
El arma entró en activo en 1871 y demostró una gran eficacia en las guerras coloniales. Durante la guerra anglo-zulú la mayoría de los guerreros que sufrieron heridas de bala fallecieron y los que sobrevivieron fue a costa de terribles heridas
Acabo de darme una maravillosa sesión de cine histórico y he disfrutado como un niño pequeño de dos películas, muy entretenidas, sobre la guerra anglo-zulú de 1879. Las películas, por su puesto, eran Zulú y Amanecer Zulú. Ambas, una de 1964 y la otra de 1979, se basan principalmente en el trabajo de Donald R. Morris The washing of the spears. Un clásico imprescindible, aunque los estudios sobre este conflicto han sido muy completados por historiadores de la categoría de Ian Knight y Saul David.
Volviendo a las películas –muy entretenidas, no me cansaré de decirlo– hay un detalle pequeño, pero importante en la representación del arma principal del soldado británico (nombre genérico Tommy Atkins) de entonces. Me refiero al fusil de retrocarga con mecanismo de cerrojo levadizo Martini-Henry.
Esta arma disparaba –a través del ánima del cañón que contaba con siete estrías que producían una velocidad inicial del proyectil calculada en unos 380 metros por segundo– un proyectil de plomo endurecido que pesaba 31 gramos y que había sido fijado a un casquillo abotellado de latón que contenía una carga propelente de pólvora negra (más adelante será sustituido por cordita) de 85 granos (equivalentes a 5,51 gramos de peso).
El fusil, de un peso de 3,82 kilogramos sin carga ni bayoneta, entró en activo en 1871 y demostró una gran eficacia en las guerras coloniales. El fusil tenía un alcance efectivo de unos 400 metros y uno máximo de 1.700 metros pero lo que le hacía temible –además de su cadencia de disparo, alcance y precisión– era su terrible proyectil .577/450 Martini-Henry de 14,7 milímetros de calibre.
Se calculaba que a partir de los veinte disparos seguidos se iniciaban hemorragias nasales, neuralgias y edemas en la zona que recibía el retroceso
Este producía unas heridas tremendas, especialmente de salida, y siendo munición subsónica tenía una fuerza de impacto tremenda. Durante la guerra anglo-zulú la mayoría de los guerreros que sufrieron heridas de bala fallecieron y los que sobrevivieron fue a costa de terribles heridas o la perdida de algún miembro.
La terrible fuerza de impacto del proyectil tenía su contraparte en un retroceso brutal que golpeaba al usuario del arma a lo largo de la caja hasta la coz: extremo de la mal llamada culata que se apoya contra el hombro. Se consideraba entonces que un soldado bien entrenado podía realizar doce disparos por minutos. Pero esta cadencia de disparo solo podía mantenerse durante un tiempo muy limitado y a costa de contusionar al soldado.
Cuando terminó todo, los soldados estaban tan contusionados a consecuencia del retroceso de sus armas que apenas podían moverse
Se calculaba que a partir de los veinte disparos seguidos se iniciaban hemorragias nasales, neuralgias y edemas en la zona que recibía el retroceso. Y eso en soldados veteranos. Tras las batallas, la tropa –que había rechazado o destruido al enemigo– solía encontrarse agotada y dolorida por el terrible retroceso de sus armas.
Durante esta campaña, tras la derrota británica en Isandhlwana (1879), la 1ª compañía del 2º batallón de 24º regimiento de infantería defendió con éxito el depósito y hospital de Rorke´s Drift frente a una fuerza muy superior de guerreros zulúes armados con escudos y lanzas. Se calcula que estos soldados –protagonistas de la película Zulú–dispararon entre 200 y 300 cartuchos cada uno a lo largo de las interminables horas que duró el combate. Cuando terminó todo, los soldados estaban tan contusionados a consecuencia del retroceso de sus armas que apenas podían moverse.