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Tropas alemanas cruzando la frontera con la Unión Soviética (22 de junio)

Tropas alemanas cruzando la frontera con la Unión Soviética (22 de junio)Johannes Hähle / Wikimedia Commons

Picotazos de historia

El plan alemán para invadir la URSS: Stalin nunca se imaginó que Hitler iba a traicionarle

El mariscal Zukhov recuerda en sus memorias que llamó a Stalin para comunicarle el inicio de la invasión y que este no le creyó

La Alemania de Adolf Hitler y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas de Iósif Stalin eran opuestas ideológicamente y en la práctica se complementaban. Ambas eran nietas del socialismo marxista y ambas se apoyaron mutuamente para sobrevivir al aislamiento y desconfianza del resto de las naciones.

Durante la década de los años treinta del siglo XX la balanza comercial entre ambas naciones fue muy intensa, especialmente en materias primas agrícolas, alimentos y el precioso petróleo soviético, vital para la economía del Tercer Reich. Por su parte, Alemania enviaba a Rusia maquinaria de todo tipo: generadores, material eléctrico e instrumentos de precisión, herramientas y otro tipo de accesorios técnicos, etc.

La buena voluntad y ayuda mutua fue tal que los rusos acogieron y entrenaron a las tripulaciones alemanas que formarían las futuras divisiones panzer. Además, se abrió el puerto ártico de Múrmansk para el aprovisionamiento y petróleo de la armada alemana.

La posición ideológica de Hitler a cerca de la Unión Soviética había sido explicada en su libro Mi Lucha: era el objetivo principal del Lebensraum o espacio vital. Sin embargo, durante los dos primeros años de guerra, Hitler no pudo contar con un aliado más fiel que Stalin. Por su parte, y gracias a la alianza con la Alemania de Adolf Hitler, la Unión Soviética anexionó toda la mitad oriental de Polonia, en concreto los territorios comprendidos entre los ríos Pisa, Narew, Bug Occidental y San, excepto la región de Suwalki que fue entregada a Alemania y la provincia de Vilna que fue para Lituania.

Después de recibir su parte del pastel polaco, la Unión Soviética anexionó o invadió la Besarabia, el norte de la Bucovina, las tres repúblicas bálticas (Estonia, Letonia y Lituania) y, tras la guerra de invierno de 1939/40 contra Finlandia, parte de la península de Carelia y enclaves portuarios en el norte de Finlandia.

Esta descarada expansión preocupó a Hitler y le aumentó el deseo de atacar a su aliado, especialmente tras la ocupación soviética de los territorios rumanos, lo que les ponía a menos de doscientos kilómetros del los importantes campos petrolíferos de Ploesti (Rumanía) que suministraban el vital combustible a Alemania.

Los soviéticos tenían noticia del plan de invasión alemán desde una fecha tan temprana como mayo de 1939. En diciembre de 1940, el agente soviético Rudolf von Scheliha informó a Moscú de unos planes de invasión para marzo de 1941, planes que reiteraría y cambiaría de fecha en mensaje codificado transmitido el 28 de febrero de 1941.

El espía soviético en la embajada alemana en Tokio confirmó esta información y envió documentos microfilmados en relación a los planes para la operación Barbarroja (nombre en clave de la invasión de la Unión Soviética). Incluso un soldado alemán desertó e informó de los planes de invasión y fuerzas en su sector. La reacción de Stalin, ante este cúmulo de información, fue declarar que todo era producto de una campaña de desinformación británica y que no había que hacer ni caso. Por el contrario, organizó una nueva purga dentro del seno del ejército Soviético que se llevó por delante a no menos de 300 generales.

Cuando se desató la operación Barbarroja (153 divisiones, 600.000 vehículos, 3.580 tanques, etc.) los soviéticos fueron cogidos completamente por sorpresa. La invasión empezó el 22 de junio, para otoño más de tres millones de soldados soviéticos habían caído prisioneros. El mariscal Zukhov recuerda en sus memorias que llamó a Stalin para comunicarle el inicio de la invasión y que este no le creyó.

Se presentó en la dacha (casa de campo rusa) del dirigente ruso y lo encontró sentado en un sillón, sujetando entre sus manos una pipa cargada, pero sin encender y completamente anonadado por los sucesos. Y es que Iósif Stalin, individuo de una personalidad patológicamente desconfiada, se había tragado todas las campañas de desinformación de los servicios de inteligencia alemanes. Como acertadamente señaló Aleksander Solzhenitsyn, el zar rojo solo confió una vez en su vida y fue en una persona que resultó ser el mentiroso más carente de escrúpulos de su tiempo.

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