Picotazos de historia
Caterina Campodonico, la mujer que asistía gratis a los estrenos de Verdi
Conocida como «La Paisana», fue un personaje popular, muy conocido en Génova por asistir gratis y en primera fila a los estrenos de las óperas de Giuseppe Verdi, invitada del compositor
Si van a la ciudad de Génova no duden en visitar el Cementerio monumental de Staglieno. Iniciada su construcción en 1844 y terminada en 1851, el cementerio ocupa una extensión de 33 hectáreas (330. 000 metros cuadrados) repletas de esculturas y monumentos funerarios de estilo romántico. Y es que Staglieno fue la última residencia de muchos miembros de la nobleza local, la aristocracia política y económica, los Héroes de la Unificación, artistas, periodistas, etc. El cementerio se completa con secciones separadas para las comunidades de: judíos, ortodoxos griegos, musulmanes y británicos.
El cementerio es un amasijo de esculturas y monumentos ideados y creados por los mejores artistas, arquitectos y artesanos de al zona y de su tiempo. En el pórtico inferior, rodeada por esculturas y monumentos erigidos a la gloria de la burguesía y de las clases rectoras de Génova, se alza una maravillosa escultura de mármol, obra salida de la mano del escultor Lorenzo Orengo, es de un gran realismo y rico en detalles.
La escultura nos muestra una señora de edad avanzada pero no una anciana. Lleva el colorido y complicado traje regional adornado de encajes y sobre sus hombros lleva una toquilla. La mujer lleva el pelo recogido en una trenza enrollada detrás de su cabeza y porta en sus manos unas reste –ristras o collares de avellanas en el dialecto local– además de unos dulces típicos de Génova llamados canestrelli y que tienen forma de rosquilla.
La castañera
La mujer de la escultura se llamaba Caterina Campodonico (1814-1882). Esta mujer nació en el seno de una humildísima familia del barrio de la Portira ( uno de los más humildes en la Génova de entonces). Se sabe que estuvo casada y que su marido fue un desastre . Un borracho que la robaba el fruto de su trabajo para pagar la bebida y que, encima, la maltrataba. Pero Caterina no era mujer que se achantara con facilidad y acabó consiguiendo echar de casa al indeseable aunque para ello tuviera que pagarle una pensión.
Caterina, que no tenía estudio y ni siquiera sabia leer y escribir, se ganaba la vida vendiendo ristras de avellanas, canestrelli, y ciambelle (unos pasteles en forma de ocho). Las zonas por donde deambulaba Caterina ofreciendo su mercancía eran los barrios de Aguasanta, Garbo y San Cipriano –según nos informa la lápida de su monumento funerario– « hiciera sol, lluvia o viento». Y es que Caterina, a quien todos llamaban «Caterina la de las ristras» o «La Paisana» era un personaje popular y querido.
La dura vida que llevó Caterina no la volvió insensible y ayudaba a los estudiantes pobres regalándoles las ristras de avellanas y pasteles que no había vendido. Uno de los beneficiados de la amabilidad de Caterina fue un joven estudiante sin medios que alcanzaría fama como compositor de óperas.
El joven nunca olvidó la ayuda de Caterina y cada vez que estrenaba una opera en Génova se encargaba de que «La Paisana» tuviera un asiento en la primera fila de butacas. El elegante Teatro Carlo Felice, lugar que desde 1824 acoge las representaciones de opera en Génova, miraba con simpatía y aprobación como la la vendedora de avellanas ocupaba su asiento, condición impuesta por Giuseppe Verdi para la representar sus obras en Génova.
Tras muchos años de esfuerzos y ahorros, Caterina, consiguió reunir una cantidad para su últimos años, pero según cuentan, sus sobrinos se consideraron con derecho a exigir y esto no fue del agrado de Caterina. La vendedora de restes decidió gastárselo todo –y algo más ya que hubo que hacer una colecta para terminar de pagar– en su tumba. Encargó la escultura a un conocido escultor y su epitafio a un famoso poeta: Giobatta Vigo.
El monumento fue erigido en vida de Caterina, en 1881, lo que motivó comentarios de todo tipo por la ciudad. Caterina estaba demasiado encantada con el resultado de su gasto y respondía a todo el mundo que le reprochaba el absurdo gasto: «Yo lo he disfrutado en vida. Que después poco importa».
Caterina falleció el 7 de julio de 1882 y, tras el funeral en la iglesia de San Esteban, fue enterrada junto a la estatua que había pagado y que tanto le gustaba.