Picotazos de historia
Despreciado y venerado: la historia de Gerlaco, el santo que abandonó todo para peregrinar a Roma y Jerusalén
A pesar de que la población le consideraba un santo, había monjes que apelaron a la intervención del obispo y acusaron a Gerlaco de ser increíblemente rico con un tesoro que escondía debajo del árbol en el que vivía
Se calcula que Gerlaco nació en torno al año 1100 en el pequeño municipio de Valkenburg, entonces limítrofe con el ducado de Limburgo. Poco se sabe de él o de su familia. Las pocas fuentes existentes nos dicen que era de la zona, de linaje noble y que tenía propiedades allí. También afirman las fuentes que estaba al servicio del rico arzobispado de Aquisgrán para el cual desempeñaba funciones diplomáticas y militares y que estaba felizmente casado.
Peregrinación a Roma y a Jerusalén
Es al volver de una de las misiones, que había realizado en nombre de su señor, que se encontró con que, durante su ausencia, su esposa había enfermado y fallecido. Mucho se apesadumbró el pobre Gerlaco pues tiernamente amaba a su fallecida esposa. Lo que más le dolía era el no haber estado acompañándola en sus últimos momentos. En aquel entonces, cuando te encontrabas con un problema moral o una gran pena lo que hacías era irte de peregrinación.
Así que Gerlaco lio los bártulos y se fue a Roma en busca de iluminación. Según nos relata la principal fuente de información sobre la vida de san Gerlaco –un texto anónimo escrito en torno al año 1227 y conocido como Vita Beati Gerlaci Eremytae– cuando Gerlaco llegó a Roma el Papa le aconsejó que peregrinase a Jerusalén y, una vez allí, se pasase siete años de vida penitente. Antaño se tomaban estas cosas muy en serio –imagínense la respuesta de si hoy día aconsejaras tal cosa a alguien– por lo que Gerlaco regresó a su casa, repartió cuanto tenía y, una vez arreglados sus asuntos terrenales, partió con destino a Jerusalén.
Durante siete años trabajó como ayudante en el hospital que la orden de san Juan tenía en Jerusalén, y cuando no cuidaba de los enfermos –«Nuestros señores los enfermos» reza en los estatutos de la Orden de san Juan o de Malta– cuidaba el ganado de la orden. Cumplidos los siete años que le habían aconsejado, Gerlaco decidió volver a su hogar.
Cuando llegó a su Valkenburg natal no tenía más riqueza que las ropas que vestía y estas eran bastas pues solo llevaba una túnica hecha de tela de saco –de aspillera– y sobre ella, como penitencia, su cota de malla. Gerlaco buscó un lugar donde encontrar alojamiento y lo halló en el interior de un árbol hueco, en las afueras de la aldea de Houthem, cerca de Valkenburg.
Pronto desarrolló una rutina que cumplía con germánica precisión y tozudez: todos los días marchaba a orar ante la tumba de san Servacio de Tongeren que se encontraba en la basílica de su nombre en la ciudad de Mastrique, que distaba diez kilómetros de la aldea. Los sábados marchaba hasta la capilla de san Jacobo y luego rezaba en la capilla Palatina de la ciudad de Aquisgrán.
Acusado falsamente de hipocresía
Estas actividades piadosas y el descubrimiento de que el ermitaño era capaz de curar los males de las bestias por el sencillo –y barato– procedimiento de la imposición de manos le hizo ser muy popular entre los campesinos de la zona y persona a la que los nobles iban a pedir consejo. Pero ocurre que donde hay fama también hay envidia y no tardaron en surgir individuos que buscaron hacer demérito de las actividades del ermitaño.
En este caso fue el preboste de Meersen, cargo que gobernaba la zona de ese nombre con la autoridad del obispo de Lieja, y que acabó organizándole al pobre Gerlaco una de no te menees. Le acusó de falsedad y de hipocresía. Afirmó que el ermitaño se aprovechaba de la ignorancia de los simples y de la ingenuidad de los nobles y que el dicho Gerlaco, lejos de vivir en pobreza, descansaba sobre un tesoro de oro y joyas que ocultaba entre las raíces del árbol donde moraba.
Y aquí metió la pata el preboste. Cuando las acusaciones empezaron a surgir nadie hizo demasiado caso pero cuando se mencionó el tesoro, a todos se les irguieron las orejas y prestaron atención. El obispo de Lieja no fue una excepción. Muy mosqueado con todo este asunto que había organizado el preboste, en una zona limítrofe con la autoridad del arzobispado de Aquisgrán y sobre un antiguo miembro de la casa del arzobispo, se presentó en la aldea e hizo que se talara el árbol y se cavara en sus raíces.
Por su puesto que no encontraron ni rastro del supuesto tesoro, algo que dejó en muy mal lugar al preboste. El obispo de Lieja ordenó que con la madera del árbol se construyeran dos cabañas: una como morada del ermitaño y otra para capilla. Y si no había suficiente madera, se tomara cuanta fuera necesaria, que el preboste lo pagaría de su bolsillo.
Gerlaco murió un 5 de enero pero se desconoce de que año y, casi inmediatamente, fue declarado santo por su comunidad. Los restos del santo se pueden encontrar en el monasterio de la orden premostense que levantó Gosewin IV, conde de Valkenburg entre los años 1200 y 1212 (el de la batalla de las Navas).