Chiloé, nueve años de resistencia olvidada de los últimos españoles en Chile
El virrey La Serna entregó Chile menos un archipiélago menor: Chiloé donde solo quedaba un pequeño contingente en un lugar estratégico porque unas islas eran, pensaban, más fáciles de defender
Hay cuatro episodios de defensa numantina de posiciones españolas después de alcanzadas la independencia de los nuevos países de América y Filipinas. Cuatro ejemplos de tesón y cumplimiento del deber a ultranza, honor y firmeza en el juramento ante lo inevitable. El fuerte del Callao en Perú, la isla de Chiloé en Chile, el castillo de San Juan de Ulúa de Veracruz en México y Baler en Filipinas. Los tres primeros casos fueron intentos de mantener enclaves para el supuesto de que llegaran refuerzos con que sostener la soberanía arrebatada, el último fue más bien un episodio de mala comunicación del mando.
Después de la capitulación de Ayacucho el 9 de diciembre de 1824, los restos del ejército realista que aun combatía en América del Sur se sintieron desamparados, sin cabeza y extraviados en la geografía. Algunos desistieron de la lucha, otros (muy pocos) siguieron combatiendo o simplemente resistiendo. El virrey La Serna entregó Chile menos un archipiélago menor: Chiloé donde solo quedaba un pequeño contingente en un lugar estratégico porque unas islas eran, pensaban, más fáciles de defender; porque tenía un complejo defensivo de veintisiete fortificaciones y porque era el puerto de arribada de los barcos españoles que llegaran desde el cabo de Hornos y suponía una buena comunicación con Filipinas.
Después de que Santiago cayera en manos de San Martín y O’Higgins, la situación era muy complicada para los españoles. Lo que quedaba de ejército, lo mandó el virrey Pezuela al sur: Valdivia, Talcahuano y Chiloé. Y puso al frente a Quintanilla. La estrategia era simple: esperar refuerzos provenientes del Río de la Plata, de Venezuela si Morillo aplastaba a Bolívar y tal vez de la España peninsular.
Pero Chile era ya de facto independiente y estaba sin un importante ejército realista desde la batalla de Maipú en 1818 cuando los republicanos vencieron a Osorio. Los refuerzos no llegaron. Cochrane, un británico contratado por el gobierno chileno, tomó a los españoles Valdivia y Talcahuano y el 2 de febrero de 1820 se presentó ante el archipiélago de Chiloé atacando los fuertes de San Carlos y La Aguada del Inglés.
Quintanilla había fortificado bien la isla mayor y contaba con un ejército repleto de voluntarios y algunas lanchas. Los realistas resistieron a pesar de las malas noticias, San Martín había llegado al sur de Perú y Morillo firmó una tregua con Bolívar. Los barcos españoles comprados a Rusia para transportar tropas a América resultaron una ruina y los pocos que pudieron navegar fueron abordados por la escuadra insurgente. Quintanilla se quejaba al rey de su situación y olvido.
En realidad, en la Corte no se habían olvidado de nada, sino que carecían de fuerzas después de haber combatido a Napoleón y tras el pronunciamiento de Riego privando a los realistas del último contingente que pudiera haber retrasado la independencia. Quintanilla intentó algunas acciones en el continente con Benavides y aliado con indios araucanos y algunos corsarios, con escaso éxito.
Los patriotas chilenos estaban furiosos con la resistencia de los islotes en un país dominado. Pero los realistas españoles sostenían que España mantenía soberanía sobre todos los territorios americanos en guerra (no renunciaría a ella hasta 1836). A finales del verano de 1824, el presidente Freire ordenó un ataque contra Chiloé. Hicieron un desembarco en Mocopolli, entre pantanos y bosques, que se saldó con una derrota y más de trescientas bajas.
Los realistas españoles sostenían que España mantenía soberanía sobre todos los territorios americanos en guerra
De nuevo Freire, como general en jefe, organizó una tercera expedición en noviembre de 1825. Estaba temeroso de una reacción de Bolívar y Santander contra su gobierno y que tomaran las islas para incorporarlas a Perú. Necesitaba un éxito que afianzara su poder frente a las provincias de Santiago, Coquimbo y Concepción que parecía desconocer su autoridad. «Chiloé no solo resistía, sino que constituía un claro fermento, en la demostración de la incapacidad del gobierno de Santiago de Chile, que ofrecía un modelo para cualquier resistencia interior», escribe Delfina Fernández en Últimos reductos españoles en América (Madrid, 1992).
Partieron de Valparaíso con una flota mandada por Blanco Encalada, en enero de 1825. Lograron desembarcar y luchar durante quince días a sangre y fuego. Los realistas, apoyados por la población local, era muy inferiores en número y carecían de armas y munición suficiente. Quintanilla, que sabía que estaba perdido y que estaba siendo presionado por su junta de guerra para aceptar la capitulación, optó por la tradición española de la defensa a ultranza. No iba a entregar el territorio sin luchar.
El 14 de enero de 1826, se enfrentó a las fuerzas de Freire. Fue un combate sangriento que supuso una victoria para los chilenos y la toma de la ciudad de San Carlos (hoy Ancud). Al día siguiente se rindió el castillo de Agüi por falta de provisiones. Solo quedaba una pequeña fuerza de 200 hombres al mando de Quintanilla en Tantauco.
Después de nueve años de resistencia, el coronel Antonio Quintanilla entregaba la provincia de Chiloé al presidente Freire, terminando con la presencia española en Chile
Cuando las fuerzas llegaron al límite, el 18 de febrero de 1826, después de nueve años de resistencia, el coronel Antonio Quintanilla entregaba la provincia de Chiloé al presidente Freire, terminando con la presencia española en Chile. «Seguramente, el convencimiento de su impotencia tuvo más poder en el ánimo de los sublevados que las palabras de paz y conciliación de esas proclamas», escribió Diego Barros Arana en el tomo XV de su Historia general de Chile (Santiago, 1898). Había pasado un mes desde la capitulación del fuerte de San Juan de Ulúa. Cuatro días después, el fuerte del Callo también capituló. A España solo le quedaba en América, Cuba y Puerto Rico.
Antonio Quintanilla Santiago, que había nacido en Santander en 1787, a su regreso a España ascendió a brigadier con efectos de 1823 y a mariscal de campo en 1839. Murió en Almería el 27 de diciembre de 1864.