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Reunión política en la fábrica Putilov, Petrogrado

Cuando León Tolstoi profetizó la Revolución Rusa

En el epílogo de su autobiografía dramática que comenzó a escribir en 1890 auguró, sin saberlo, el desenvolvimiento de la Revolución de 1917

El aristócrata convertido en uno de los escritores más relevantes de la literatura con sus inmortales novelas Anna Karénina y Guerra y Paz en las que plasma la cotidianidad de la sociedad rusa y le convierten en uno de los maestros del realismo ruso, León Tolstoi, comenzó a escribir en 1890 una autobiografía en cinco actos marcada por la tragedia a la que tituló: Y la luz brilla en las tinieblas y que quedó inconclusa por su muerte en 1910.

León Tolstoi, en la colección de Yásnaia Poliana. 1910

El vienés Stefan Zweig rescata el epílogo de esta obra en su libro Momentos estelares de la humanidad y bajo el título de La huida hacia Dios, datado a finales de octubre de 1910, reproduce textualmente las tres escenas que componen este último vistazo atrás del escritor ruso. León Tolstoi tras una vida marcada por el activismo político se recogió en la religión católica e hizo de la espiritualidad y sus creencias en lo divino el motor para una vejez serena y reflexiva. Durante estas páginas el escritor narra la huida de un hogar en el que su religión no es compartida y se enfrenta a sus últimos días envuelto entre la melancolía y la tristeza propia de la reflexión sobre lo vivido cuando uno se enfrenta cara a cara con la muerte.

Cobra especial relevancia la primera escena de esta despedida, en la que Tolstoi reproduce una conversación con dos jóvenes revolucionarios rusos que se acercan hasta su oficina «en representación de cientos de miles» para comprender el comportamiento del sabio y le formulan una gran pregunta: ¿Por qué no está usted de nuestra parte?

«Tenemos una sola pregunta para usted, Liev Nikoláievich Tolstoi, todos nosotros, la juventud revolucionaria de Rusia. No hay otra: ¿por qué no está usted de nuestra parte?». En una primera instancia los jóvenes recriminan al escritor cómo el hombre que les ha enseñado la injusticia en el reparto de los bienes humanos y que les ha conmovido el corazón con sus lecturas había dado la espalda a una revolución que había inspirado. La respuesta del aristócrata interrumpe la narración del primer estudiante: «Pero no a través de la violencia».

La conversación se acalora, Tolstoi se mantiene férreo en su postura pacifista y les recrimina que: «Sé que en vuestras arengas llegáis incluso a llamarlo un ‘acto sagrado’. Un acto sagrado fomentar el odio. Pero yo no conozco el odio, ni quiero hacerlo, ni siquiera el odio contra aquellos que ofenden a nuestro pueblo». Y continúa: «También el criminal sigue siendo mi hermano».

Dispersión de una muchedumbre reunida en la Nevsky Prospekt de Petrogrado. Julio de 1917Wikimedia Commons

Ante las respuestas concordia y mesura del escritor, uno de los estudiantes brama: «No habrá paz en tierra rusa hasta que yazcan sepultados en ella hasta los cadáveres de los zares y los nobles; no habrá orden humano ni social hasta que no lo impongamos nosotros».

La réplica del autor de Guerra y Paz frente al odio y la violencia como estrategia para la destrucción del poder, profetiza en ese momento: «No puede imponerse orden moral alguno a través de la violencia, pues la violencia engendra inevitablemente más violencia. En cuanto toméis las armas, crearéis un nuevo despotismo. En lugar de derribarlo, lo perpetuaréis». Y añade haciendo alusión a su fe: «La verdadera fuerza, créanme, consiste en no responder a la violencia con violencia, sino en desproveerla de su poder por medio de la transigencia. Está escrito en el Evangelio».

El aristócrata no pudo evitar que el tono de la conversación continuase subiendo a pesar de sus respuestas conciliadoras. En un momento, enfadado, el escritor les espeta: «¿De veras creéis que vais a erradicar el mal del mundo con vuestras bombas y vuestras pistolas? No, en vosotros mismos está operando el mal, y os lo digo de nuevo, es cien veces preferible sufrir por una convicción que matar por ella».

La entrevista consiguió rebajar los decibelios y los estudiantes no tuvieron más preguntas hacia Tolstoi, únicamente una recriminación final: «Creo que es una tragedia para Rusia y para toda la humanidad que usted nos niegue su apoyo. Pues nadie detendrá este golpe, esta revolución, y presiento que será terrible, la más terrible que se haya visto jamás en la Tierra. Los destinados a liderarla son hombres de hierro, de una determinación implacable, hombres despiadados. Si usted se elevara sobre nosotros, su ejemplo atraería a millones y habría menos víctimas». Pero el escritor, continuó impasible: «Una sola vida de cuya muerte yo fuera responsable y no podría responder por ella ante mi conciencia».

El aristócrata tampoco fue capaz de darles unas palabras de ánimo a los jóvenes revolucionarios en su lucha pues: «En lo sucesivo ya no puedo seguiros y me niego a estar con vosotros desde el mismo instante en que negáis el amor humano y fraternal a todos los hombres».

Desfile de tropas revolucionarias en la Plaza Roja. 4 de marzo de 1917

Pero, a pesar de la acalorada discusión y la violencia del tono en ciertos momentos de su entrevista con los jóvenes, que también se reverenciaron ante él en señal de respeto, Tolstoi, una vez solo de nuevo en su despacho es capaz de admirar y homenajear su compromiso con la revolución, con esa pasión propia de la juventud:

«¡Magnífica, esta eterna juventud rusa! ¡Al servicio del odio y de la muerte con toda esa pasión, con toda esa fuerza, como si fuera una causa sagrada! ¡Y, aun así, me han hecho bien! Me han sacudido, esos dos, pues lo cierto es que están cargados de razones. ¡Urge que me ponga en pie de una vez por todas, que supere mis debilidades y cumpla mis palabras! ¡A dos pasos de la muerte y todavía dudo! En efecto, sólo de la juventud puede aprenderse lo que es correcto, ¡sólo de la juventud!».

Siete años antes, León Tolstoi profetizó que La venganza de los siervos como tituló su libro sobre la Revolución Rusa Julián Casanova, nació con unas premisas nobles, sucumbió al odio, la violencia cegó el amor fraternal y el respeto por la vida humana, e, inevitablemente, derivó en un despotismo cruel que durante más de siete décadas se cobró la vida de alrededor de 100 millones de víctimas.