La guerra civil catalana de 1462 o la escuela que forjó a uno de los mejores monarcas de la historia de España
Su destreza contribuyó a lograr el aislamiento del rey francés y a la definitiva derrota de la rebelión catalana en 1472, con la entrada triunfal de Juan II en Barcelona
Caótica y peligrosa fueron la infancia y la juventud del Rey Católico, ya desde su nacimiento. La autoridad de su padre Juan de Trastámara, como regente en Aragón en nombre del ausente Alfonso V, había sido desafiada por la nobleza y el alto clero del reino. Entre rebeliones y disturbios su embarazada madre, Juana Enríquez, tuvo que refugiarse en la frontera con Navarra. Allí nació Fernando en 1452, en una pequeña localidad que todavía conserva su recuerdo: Sos del Rey Católico.
La muerte de Alfonso V le convirtió en heredero de la corona. Su padre, ahora Juan II de Aragón, le designó gobernador de Cataluña en 1462, bajo la regencia de su madre por su corta edad. Fueron muy mal recibidos en Barcelona por la oligarquía que detentaba el poder en la ciudad Condal.
Cataluña estaba entonces profundamente dividida. Los «malos usos» característicos del feudalismo catalán, habían causado un creciente enfrentamiento entre los campesinos y sus señores tanto laicos como eclesiásticos. También en Barcelona existía un conflicto permanente entre la oligarquía mercantil, entroncada con la nobleza, y los sectores artesanales y populares. Las políticas de Juan II en apoyo de los más desfavorecidos y de los campesinos le valieron la animadversión de los grupos dirigentes encastillados en la diputación de Barcelona y agrupados en un partido que vino a llamarse «La Biga». Frente a ellos se levantó otra alianza entre los campesinos y las clases medias urbanas conocida como «La Busca» partidaria del rey.
El golpe de Estado producido en Barcelona en 1462, después de varias conspiraciones, para eliminar el poder regio, provocó la huida, en difíciles circunstancias, de Juana y Fernando. Refugiados en Gerona fueron rodeados por un ejército levantado por la diputación barcelonesa. Así comenzó la guerra civil catalana que iba a durar diez años.
El rey Juan buscó el apoyo de la poderosa Francia de Luis XI, monarca avieso, traicionero y extraordinariamente astuto. La necesidad de obtener fondos le llevó a hipotecar los condados transpirenaicos del Rosellón y la Cerdaña la corona francesa. Pudo así organizar un considerable ejército que consiguió in extremis levantar el asedio de Gerona.
La recuperación de Juan II hizo evidente a los rebeldes que no podrían imponerse sin apoyos externos. Lo intentaron con Castilla eligiendo a Enrique IV como soberano del principado. Tras la renuncia de este ofrecieron nada menos que la corona de Aragón al Condestable Pedro de Portugal, que proporcionó considerables refuerzos y experiencia.
En este momento aparece por primera vez Fernando como jefe de las fuerzas aragonesas, aunque solo con carácter nominal por su corta edad. El condestable fue derrotado en la batalla de Calaf, muriendo poco después. El desmoralizado bando rebelde decidió ofrecer entonces la soberanía de Cataluña a Renato de Anjou, cabeza de una dinastía tradicionalmente enfrentada a Cataluña. Este ofrecimiento fue apoyado en secreto por el sinuoso Luis XI de Francia que apuñaló por la espalda, sin escrúpulos, a su hasta entonces aliado.
Los considerables recursos franceses impusieron un nuevo giro a los acontecimientos. Un poderoso ejército derrotó en 1467 a las fuerzas aragonesas, encabezadas por el jovencísimo príncipe Fernando, en la batalla de Viladamat. Prisioneros los mejores jefes militares realistas, el propio Fernando se salvó milagrosamente de un desastre en el que combatió valientemente.
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En estas circunstancias, un envejecido y enfermo Juan II solo podía buscar ayuda en la vecina Castilla. Conservaba importantes contactos en aquel reino tras la proclamación como heredera de la princesa Isabel en 1468. La propuesta consistió, como es sabido, en acordar el matrimonio de Isabel con su primo segundo Fernando que se celebró en 1469.
Apartado de la guerra en Cataluña por sus obligaciones en Castilla Fernando se ocupó tanto de enviar refuerzos a su padre como de movilizar a su favor las considerables relaciones internacionales castellanas. Su destreza contribuyó a lograr el aislamiento del rey francés y a la definitiva derrota de la rebelión catalana en 1472, con la entrada triunfal de Juan II en Barcelona.
La experiencia de una década de combates y desventuras había convertido al príncipe Fernando en un joven lleno de criterio y muy maduro para su edad. Lo demostró con creces en el difícil momento de la sucesión castellana en 1474, un año dramático para España. La guerra civil promovida por los partidarios de la Beltraneja en alianza con Portugal y Francia puso en gravísimas dificultades a los nuevos reyes. Fernando tuvo que multiplicarse tanto en el frente diplomático como en el militar.
Tuvo que acudir en ayuda de su padre ante la nueva invasión francesa de Cataluña y resignarse a aceptar inteligente y momentáneamente la pérdida del Rosellón y la Cerdaña. Para luego centrarse en Castilla donde su aprovechamiento de la indecisa batalla de Toro fue magistral. En conclusión, la experiencia de la guerra civil catalana fue la escuela decisiva en la que se forjó uno de los mejores monarcas de la historia de España.