Postmaster, la operación de espionaje inglés en territorio español durante la Segunda Guerra Mundial
Los aliados sospechaban que los submarinos alemanes se abastecían en bases secretas situadas en territorio español: Canarias, Cádiz y Guinea. Se organizó una operación para dar un golpe a esta actividad contraria al estatuto de neutralidad española
En abril de este año se estrenó en Nueva York una película dirigida por Guy Ritchie y ambientada en la Guinea Española durante la Segunda Guerra Mundial. La película no se ha visto en cines españoles, quizás debido al fracaso que tuvo en Estados Unidos, aunque se puede ver en Amazon con el título de El ministerio de la Guerra Sucia. El argumento se basa en unos hechos reales, muy atractivos para la ficción, y que ya han sido contado varias veces en libros sobre la excolonia española.
Pero el resultado en la pantalla es flojo: poca intriga, mal guion, diálogos vulgares y una estética de videojuego en la que un puñado de británicos mata a mansalva cientos de nazis. Cualquier parecido con la realidad es coincidencia. La ambientación en Santa Isabel no está cuidada, no hay la más mínima documentación previa de cómo era Fernando Poo. Aparece una ciudad llena de tropas nazis, cuando allí no hubo ningún soldado alemán. Y, en definitiva, el viejo esquema de película bélica en la que los buenos no ganan a los malos sino que los listos vencen a los tontos.
Nos sitúa en 1940, Churchill había ordenado crear el Servicio de Operaciones Especiales para actividades de inteligencia y sabotaje. Otras veces se conocía como Ministry of Ungentleman Warfare (título original de la película). Esta organización secreta fue la encargada de llevar a cabo la Operación Postmaster en el puerto de Malabo en Bioko. Los aliados sospechaban que los submarinos alemanes se abastecían en bases secretas situadas en territorio español: Canarias, Cádiz y Guinea. Se organizó una operación para dar un golpe a esta actividad contraria al estatuto de neutralidad española. Un comandante británico llamado Gus March-Phillips, uno de los inspiradores de Ian Fleming para James Bond, estaba al frente de una pequeña unidad que operaba con lanchas rápidas y a él se le encomendó la misión.
En el puerto de la capital de la colonia española se hallaban fondeados unos barcos italianos y alemanes que levantaron sospechas. En junio de 1940 Italia entró formalmente en guerra y el 10 de ese mes el carguero italiano Duchessa d’Aosta entró en la bahía guineana. Ya permanecían allí, desde antes del inicio de la guerra, dos remolcadores alemanes que, al menos aparentemente, habían huido de la posibilidad de ser apresados.
Los aliados pensaron que ese barco no estaba allí para evitar la guerra, sino para hacerla. Tenían sospechas que sus bodegas albergaban suministros y repuestos para los submarino alemanes: armas, filtros de aire, alimentos, etc. Era algo tolerado por el Gobierno de Franco, difícil de detectar y muy útil. En la colonia española operaban varias factorías alemanas de casas importantes que reunían todas las condiciones para ser sospechosas de hacer suministros mediante pequeños pesqueros o lanchas. La desaparición de los buques suministradores era necesaria para eliminar la amenaza que los U-boots representaban en el Atlántico y que impediría la llegada de ayuda americana. Los británicos quisieron contrarrestar la actividad alemana con unos espías llegados como ingenieros a las factorías británicas.
En 1942, el Duchessa d’Aoste permanecía atracado en el puerto. Era algo más en la estampa de la ciudad. No parecía tener ninguna actividad, aunque mantenía sus comunicaciones. La guerra rodeaba la colonia con duros enfrentamientos en Camerún y Gabón. Como precaución, en marzo se vía un tabor de Tiradores de Ifni para reforzar la escasa guarnición y se elaboró preventivamente un plan de defensa de la isla. Se instalaron también baterías de artillería de costa.
¿Qué pasó en realidad? El relato más completo es el de Jesús Ramírez Copeiro del Villar en Objetivo África (Huelva 2004). El 15 de enero de 1942, los oficiales principales del barco italiano y los capitanes de las lanchas alemanas habían acudido a una fiesta en el casino de Santa Isabel. La reunión estaba animada y el alcohol corrió en abundancia. A los que tuvieron que quedarse a bordo también se les enviaron unas cajas con botellas de brandy.
Pasadas las 23:30 horas escucharon unas explosiones y, al salir a la terraza, contemplaron asombrados que ni el Duchessa, ni los dos remolcadores estaban ya en el puerto. Los comandos británicos aprovecharon la fiesta, con complicidad desde tierra de un empleado antifranquista español, para abordar los barcos desde dos pequeñas embarcaciones que se les aproximaron a oscuras y llevarlos a aguas internacionales con los tripulantes que quedaban. Las restricciones de luz en la colonia habían dejado todo sumido en la oscuridad. Hubo muertos y heridos.
El cañonero español se hallaba en río Muni y nadie dio orden a las baterías del puerto de disparar. Se trataba de un acto de piratería propio de la guerra sucia, pero una acción brillante de los aliados. La osadía con la que se preparó la operación, la rapidez con la que se hizo y el control de los barcos con solo un puñado de hombres, merecían un mejor guion. Hubo un momento difícil cuando con explosivos se soltó la cadena del ancla. Esto era suficiente para poner en alerta a la tripulación de un barco con la bodega cargada de explosivos para ser volado en caso de peligro. La rapidez de la acción británica evitó que eso sucediera.
En el mundo de la diplomacia estas cosas se tratan con suma hipocresía. Todos sabían lo que había ocurrido pero disimularon con el formalismo habitual. España elevó protesta y el Foreign Office negó que el almirantazgo estuviera detrás y aseguró conocer los hechos por la prensa. Sin embargo, los barcos acabaron en Lagos, colonia británica de Nigeria. En una guerra tan larga, con batallas donde se movían millones de personas, países ocupados y ejércitos movilizados, los hechos de Santa Isabel fueron solo un pequeño episodio.