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Plano de la ciudad y del sitio de Argel; utilizado durante la expedición española de 1775

Plano de la ciudad y del sitio de Argel; utilizado durante la expedición española de 1775

Argel, 1775: el nuevo intento de España de acabar con la piratería en el Mediterráneo

El rey Carlos III de España intentaría atacar Argel y acabar con ese foco enemigo

La primera gran expedición española contra Argel tuvo lugar en 1541 y concluyó en un gran fracaso. No se enviaron las tropas a luchar contras los elementos, pero un gran temporal hizo el trabajo de los argelinos que siguieron siendo un importante peligro en el Mediterráneo. Berberiscos y otomanos, unidos en su lucha contra los cristianos, tenían una importante base en la ciudad de Argel, inexpugnable bajo el mando del dey (título que recibía el virrey de Argel) sometido a los turcos, donde se agrupaban gentes de toda clase: árabes, bereberes, antiguos esclavos cristianos que se pasaron al enemigo o desertores y aventureros que encontraron en la piratería y la guerra una forma de vida aceptable, mejor que la que llevaban antes.

El rey Carlos III de España alcanzó la paz con el sultán de Fez tras el sitio de Melilla y Vélez de la Gomera en 1774 y decidió que era una buena ocasión para atacar Argel y acabar con ese foco enemigo. Después de mucha labor de información y unos preparativos que no pudieron esconderse, todo estaba dispuesto a principios de junio de 1775 para aprovechar el primer viento favorable y hacerse a la mar. Pero también el dey tenía sus fuentes de información y supo pronto lo que se le avecinaba.

Cuando O’Reilly llegó frente a Argel se dio cuenta de que los estaban esperando con fuerzas muy poderosas. «Pues el vino está echado, es menester beberlo», parece que le dijo al duque de Fernán-Núñez. O’Reilly, que había sido gobernador de Luisiana y Puerto Rico, mandaba las fuerzas de tierra embarcadas en la escuadra del teniente general Pedro González Castejón: 348 barcos de transporte y 46 de protección.

El 1 de julio se vieron las murallas de Argel y se dispusieron los reconocimientos para el desembarco. Al comprobar la existencia de muchas defensas y baterías en las playas de Poniente, se eligieron las de Levante. El mismo sistema de 1541. Tratarían de rodear la ciudad por las alturas interiores y, de esta manera, sorprender a las defensas enemigas por la espalda. Los españoles debían desembarcar en dos oleadas. La primera, al mando del marqués de la Romana, lo hizo el día 8. Hubo desorden; las tropas desembarcadas no encontraban sus unidades y costó esfuerzo encuadrarlas convenientemente. Los cañones no avanzaban bien en terreno inundado y la caballería, ante esta perspectiva, ni siquiera desembarcó.

Los africanos empezaron a hostigar a los españoles que, sin la debida prudencia, en vez de rechazarlos se dedicaron a perseguirlos hasta llegar al lugar donde les esperaba la celada. El impulso excesivo de las primeras tropas que, en vez de asegurar las posiciones y esperar al segundo desembarco, persiguieron al enemigo hasta que les mandaron parar. Era tarde, había muchas bajas y O'Reilly, que entendió que no era posible vencer, ordenó la retirada. El terreno era difícil y los argelinos contaban con ventaja: habían llevado a los invasores al terreno que querían. Una vez más, se fracasó en el empeño de conquistar Argel. La retirada no fue tan desastrosa como dos siglos antes, las lanchas de Barceló actuaron con gran habilidad.

Alejandro O'Reilly

Alejandro O'Reilly

La opinión pública se volvió en contra del mariscal O’Reilly con saña, llegando a colocarse pasquines contra su persona en las calles de Madrid. Una vez más, la arrogancia de pensarse superiores fue una de las causas del desastre. No era la única: hubo falta de previsión en la intendencia y no se contó con el excesivo calor de la temporada. Y, desde luego, no fue O’Reilly el único culpable. Uno de los participantes en la empresa, el duque de Fernán-Núñez dejó un manuscrito sobre lo que pasó a su entender. Lo publicó en Murcia en 2001 Juan Antonio López Delgado.

Se extrañaba el duque de que se ordenara la retirada tan pronto, sin haber intentado tomar las posiciones elevadas y sin haber ofrecido un verdadero combate el enemigo: «De modo que he extrañado que el general mandase tocar la retirada cuando ni los enemigos ni su pérdida pudieran aun traerle obligado a ello. Los moros es cierto que apenas se veían; y nuestra desgracia no era aún cosa que merecieses cuidado a la hora de dicho ataque. Esta extrañeza se hará aun mayor cuando más abajo haga ver el número de nuestros enemigos. En sus palabras está contenida la impresión generalizada de precipitación en el embarque. Y sigue escribiendo en un resumen certero: No se puede negar que haber desembarcado en un país enemigo prevenido y con tan corto número de tropas en una acción atrevida y valerosa, y si a esto se hubiese seguido cualquier acción ventajosa, y a esta la retirada que hicimos, hubiéramos quedados airosos una cuando no se hubiera tomado la plaza, con tal que hubiésemos escarmentado de algún modo al enemigo».

Este fracaso obligó a Carlos III a cambiar de política y a usar la diplomacia en vez de la guerra. El tratado de paz con Turquía se firmó en 1782 y en él estaba previsto que el sultán contuviese a la Regencia de Argel para que no atacaran a los españoles, especialmente en las correrías por las costas de Levante para proveerse de esclavos. Esto no se cumplió. Fue entonces cuando se optó por operaciones de castigo en vez de expediciones de conquista.

El marqués de Ensenada había dispuesto que se usaran unas lanchas, o jabeques mallorquines, muy ligeros y artillados para bombardear las costas enemigas y mantener a raya a las embarcaciones piratas. Las lanchas cañonera fue el gran invento de un marino singular, Antonio Barceló. Fue quien comandó las expediciones contra Argel en 1783 y 1784 que causó graves daños a la ciudad y sus defensas, sin intentar el desembarco. Estos castigos propiciaron que el dey firmara un tratado de paz en 1785.

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