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Mosaico de la Antigua Roma representando un perro

Mosaico de la Antigua Roma representando un perro

Picotazos de historia

Dos emotivos epitafios de época romana prueban que el perro es el amigo más antiguo del hombre

En un artículo anterior les hablé a ustedes de la vinculación entre los seres humanos y los perros; un vínculo poderoso, tierno y profundo, como los ojos de estos animales cuando nos miran. Hoy, con su tolerante permiso, quisiera traerles dos epitafios que dos desconsolados dueños dedicaron a las mascotas a las que levantaron mausoleo.

El primero de los epitafios lo podemos encontrar en la iglesia de Santa Marina de Amalfi (Salerno, Italia). Allí se encuentra parte de una lápida de mármol blanco, datada en el siglo II d.C. El texto nos ha llegado incompleto, pero no ha perdido un ápice de la emoción y del sentimiento del dueño por la pérdida de su perro, Patrice.

Dice así: «Te he portado en mis brazos con lágrimas, nuestro pequeño perro, como en circunstancias más felices te llevé desde hace quince años. Pero ahora, Patrice, ya no me darás mil besos, ni serás capaz de echarte afectuosamente alrededor de mi cuello. Tú eras un buen perro, y con enorme pena he erigido para ti esta tumba de mármol, y para siempre te uniré a mí mismo cuando muera. Te acostumbraste fácilmente a un ser humano con tus hábitos inteligentes. ¡Ay, qué animal doméstico hemos perdido! Tú, dulce Patrice, tenías la costumbre de unirte a la mesa y pedirnos dulcemente comida en nuestro regazo, estabas acostumbrado a lamer con tu lengua la copa que mis manos sostenían para ti y a acoger con regularidad a tu cansado amo con meneos de tu cola…» Como pueden leer, el dolor por la pérdida del amigo es palpable.

El segundo epitafio fue descubierto en julio de 1865, durante una obra de la línea del ferrocarril que uniría las poblaciones de Agen con Auch (departamento de Gers en la región de la Occitania francesa). La lápida fue encontrada por el señor Bouthilier y actualmente la pueden encontrar en la sección de antigüedades del museo des Jaconins, en la localidad de Auch. El texto dice así: «¡Qué dulce y amable eras! Mientras estaba viva solía acostase sobre mi regazo, siempre compartiendo sueño y cama. ¡Qué pena, Myia, que hayas muerto! Las profundidades de la tumba ahora te protegen, aunque no sabes nada al respecto. No puedes correr salvajemente ni saltar sobre mí, y no desnudas los dientes con pequeños mordisquitos que no duelen».

El nombre de la perrita —Myia— ya nos da información sobre el dueño. Myia significa mosquito en griego, pero también, fue el nombre que el sabio Pitágoras dio a una hija que tuvo con la matemática y filósofa Teano. Myia se casaría con el atleta Milón de Cremona, quien tuvo un triste y tonto final y cuyo caso no tiene nada que ver con lo que les estaba contando. En definitiva: el apesadumbrado dueño de Myia era una persona culta y acomodada, posiblemente de la clase de los équites (caballeros, por debajo de los patricios y de las familias plebeyas senatoriales), y con inclinaciones filosóficas pitagóricas.

El amor de los romanos hacia estos útiles y afectuosos animales nos lo marca Lucio Junio Moderato Columela (4 – 70 d.C.) —conocido como Columela—, escritor patrio quien afirmó que, después de la compra de una casa, obligatoriamente después viene la compra de un perro. Y es buen consejo que sigue vigente.

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