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28 de septiembre de 2024

La Llegada, de Augusto Ferrer-Dalmau

La Llegada, de Augusto Ferrer-Dalmau

Por qué España no debe pedir disculpas a México

En agosto de 1521 Cortés entra en Tenochtitlán con unos 850 españoles y con más de 135.000 aliados de pueblos originarios, incluyendo tlaxcaltecas, tetzcocanos, totonacas, entre otros

Aunque son casos muy excepcionales, no es absolutamente descartable que un jefe de Estado de un país pida disculpas a otro por actos muy graves, cometidos por algunos de sus antecesores. Fue el caso, por ejemplo, del entonces presidente alemán Johannes Rau, que en el año 2000 pidió perdón en el parlamento israelí por la responsabilidad de su país en la muerte de seis millones de judíos durante el nazismo. Lo que reiteraría el actual presidente Steinmeier, el pasado año, con motivo del 80 aniversario del levantamiento del gueto de Varsovia.

Obviamente, ninguno de ellos tuvo responsabilidad directa alguna, el primero nació apenas dos años antes del ascenso de Hitler al poder, y el segundo diez años después del colapso del Tercer Reich, pero fue un acto simbólico por la responsabilidad que el führer y también, en cierta medida, la generación de sus padres tuvo en el Holocausto. No se conocen –o al menos yo no conozco–; sin embargo, disculpas otorgadas por hechos ocurridos hace cinco siglos. Las solicitadas por el presidente saliente de México, López Obrador a S.M. Felipe VI y la no invitación a la toma de posesión de la presidente electa, es considerado un acto inamistoso por una mayoría de españoles porque en su día se votó a favor de la constitución de 1978 y, por tanto, de un monarca como jefe del Estado y, en consecuencia, máximo representante de sus ciudadanos.

México no existía en la época de la conquista

¿Por qué en este caso pedir disculpas está fuera de lugar? Empezaré por lo más obvio. España no invadió México. En 1519, cuando llega Cortés a territorio maya, México no existía. Algunos, como el historiador mexicano Zunzunegui, van más allá e incluso aventuran que tampoco existía España y, por tanto, sería una gesta únicamente castellana, teoría con la que, siguiendo al catedrático Martín de La Guardia, discrepo, pues como este ha señalado en su artículo ¿Desde cuándo existe la nación española?: existe «con la unión dinástica de los Reyes Católicos y la llegada de la casa de Austria España se afianza como nación moderna».

Pero la prueba evidente de que ya existía claramente España es que Cortés nombrará «Nueva España» al territorio conquistado. (Por cierto, que en la expedición participaron personas de los múltiples territorios de la Corona e incluso afro-españoles y algunos extranjeros, como portugueses y griegos).

Aunque si fuésemos puristas, la conquista no la realiza la Corona y fue, en un primer momento, responsabilidad exclusiva de Hernán Cortés, ya que el extremeño tenía solamente autorización para explorar y descubrir nuevos territorios, pero no para invadirlos y poblarlos, que fue lo que finalmente hizo, aunque podemos aceptar que la responsabilidad última fue española, ya que dichos reinos y señoríos los conquistó en nombre de su Rey y Carlos V los aceptó de buen grado e incluso nombrará a Cortés primer marqués del valle de Oaxaca, entre otras prebendas, en recompensa por los territorios conseguidos para la monarquía hispana.

Sobre lo que no cabe discusión histórica alguna es que México no existía en la época de la conquista. Si lo que se pretende, en realidad, es pedir disculpas por la conquista del territorio que controlaba la triple alianza, (la que conformaban las ciudades de Tenochtitlán, Tlacopán y Tetzcoco), dicho territorio no tiene nada que ver con las fronteras del México actual, aun incluyendo estados y pueblos vasallos no sería ni un cuarto de dicho territorio y si lo que se pretende es pedir disculpas por la conquista de los territorios del virreinato de la Nueva España, entonces deberían sumarse a esa petición, Filipinas, Canadá, (por Nutka), Estados Unidos, Guatemala, Nicaragua, El Salvador, Honduras, Costa Rica, Panamá, (aunque solo por la provincia de Bocas del Toro) y la mayor parte de los países caribeños e incluso algún país de Oceanía como los Estados Federados de Micronesia.

Es cierto que la ciudad de México, la antigua Tenochtitlán de los mexicas, fue el origen y la capital del virreinato, pero con el proceso de independencia el virreinato alumbró múltiples estados. México heredó la mayor parte del territorio continental, pero como es bien sabido, gran parte de este le fue arrebatado por Estados Unidos, (a quien curiosamente no se le pide ninguna excusa histórica) y ratificado por el tratado de Guadalupe-Hidalgo de 1848.

850 españoles y con más de 135.000 aliados de pueblos originarios

Aclarado el marco geográfico de la conquista, es decir, ciñéndonos al territorio dominado por la triple alianza, obviamente nadie se cree que 510 españoles, con los que comenzó el de Medellín, por sí solos, pudiesen vencer a los miles de guerreros que componían los ejércitos de las tres ciudades. En realidad, en agosto de 1521 Cortés entra en Tenochtitlán con unos 850 españoles y con más de 135.000 aliados de pueblos originarios, incluyendo tlaxcaltecas, tetzcocanos, totonacas, otomíes, cholutecas, chalcas, huejotzincas y chinatecas, entre otros.

La razón por la que Cortés consiguió tantos aliados, además de sus innegables dotes diplomáticas y por la fundamental ayuda de Doña Marina, es bien conocida. Por el régimen de terror impuesto por los pipiltin o élites tenochcas a sus estados vasallos que debían proveer entre 20.000 a 30.000 individuos anualmente para ser sacrificados en el templo mayor y cocinados y comidos posteriormente en banquetes rituales.

En cualquier caso, pretender que el mexicano actual se sienta solamente descendiente de etnias mexicas es un absurdo absoluto y aún si ese fuese el sentimiento o la identificación del mexicano actual, las disculpas habría que pedírselas a los descendientes de todas las etnias señaladas, lo cual sería un sinsentido.

Vayamos ahora con la conquista y el pretendido «genocidio». Salvo que se pretenda hacer una lectura anacrónica de la historia, en el siglo XVI la guerra de conquista era una constante en Europa, como lo era también en la Mesoamérica pre-hispana. Por poner un ejemplo, Carlos V se enfrentó, apenas cuatro años después de la caída de Tenochtitlán, con Francisco I de Francia para reafirmar su soberanía sobre Nápoles, Flandes, Artois, Borgoña y desplazar a Francia del Milanesado.

En la batalla murieron, aproximadamente, 80.000 franceses y unos 5.000 alemanes. Por supuesto, a ningún jefe de Estado francés o alemán se le ha pasado nunca por la cabeza pedir a España perdón por los caídos en Pavía. La conquista mesoamericana no fue pacífica y existieron muchos episodios condenables, como las matanzas de Cholula o la del templo mayor, aunque en ambas, siendo rigurosos, tenemos que admitir que tuvieron mayor responsabilidad los aliados tlaxcaltecas.

En cualquier caso, como en toda campaña en las que luchan dos ejércitos se produjeron bajas por ambas partes, (en la noche triste, sin ir más lejos, Cortés pierde a unos 800 españoles y a unos 6.000 tlaxcaltecas), pero lo cierto es que la gran mortandad en los pueblos originarios no la provocaron las guerras de conquista, sino que fue debida a las enfermedades que trajeron los europeos.

Muy al contrario, desde los Reyes Católicos España tenía una legislación muy favorable, para la época, en relación con los indígenas y los abusos a los mismos fueron denunciados con total transparencia e incluso sometidos a juicio. La Inquisición no tenía jurisdicción sobre ellos y la Corona no solo promovió el mestizaje, sino que ennobleció a las élites indias, poniéndolas en pie de igualdad con las españolas.

El resultado fue una Nueva España mestiza y, por cierto, tremendamente próspera, favorecida por el denominado «galeón de Manila», hasta el punto que, en el siglo anterior a la independencia, la renta per cápita del novohispano superaba a la del inglés de las colonias del nordeste. Cuando se produce la independencia, los pueblos originarios apoyaron a la Corona. Tenían buenas razones. En la parte de Nueva España heredada por México pasaron de ser más del 50 % de la población al, aproximadamente, 15 % actual y en la heredada por Estados Unidos, menos del 2 %. Estos son datos fácilmente comprobables, así que es sencillo extraer conclusiones.

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