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Las mentiras detrás de la Leyenda Negra española en México

No se pretende convertir la historia hispanoamericana en una leyenda rosa o dorada. Pero sí, ofrecer hoy, una revisión histórica de lo que verdaderamente sucedió

Si hay una virtud que puede destacarse de los españoles es la perseverancia. Claro ejemplo son los casi ocho siglos de Reconquista (722-1492) y tantos otros episodios, donde la constancia española ha labrado hitos para la historia. Sin embargo, en los últimos tiempos se ha agudizado un mal que ha transformado dicha virtud en vicio: nuestra baja autoestima como nación ha dado pie a la cabezonería. Sí. Porque nos empeñamos en creernos las cosas que nos cuentan de fuera; sin criterio, sin estudio y, por supuesto, con juicios anacrónicos y descontextualizados. Asintiendo como borregos a un relato compuesto por una nación entonces enemiga, que buscaba dañar la nuestra, con el objetivo de asumir ella la hegemonía.

Efectivamente, nos referimos a la Leyenda Negra. Un relato manipulado de la historia de España, iniciado por Inglaterra en el siglo XVI y ampliado por muchos otros países que la envidiaban —como los Países Bajos que necesitaba reforzar su identidad diferencia de la España de Felipe II o el naciente absolutismo francés—. Un relato que, aunque la comunidad académica trate de desmontar, continúa habiendo «cabezotas» que se aferran a él. En la cultura actual del buenismo, el indigenismo y otros muchos «ismos» degenerados, es de gran utilidad tener un relato oscuro sobre nuestro pasado para poder así ensalzar la misión resarcitoria que muchos abanderan en su búsqueda de poder.

El último ejemplo es la crisis diplomática entre España y México agravada por la próxima investidura de la presidenta electa, Claudia Sheinbaum. Los detalles del conflicto han sido ampliamente cubiertos en este medio, pero ¿qué cuestiones históricas o legendarias motivan esta crisis? En primer lugar, la conquista dícese «violenta, dolorosa y transgresora» por los defensores del «genocidio» fue llevada a cabo, en su mayoría, por los propios pueblos indígenas que acudieron al «hombre blanco» para librarse de la opresión azteca (las cifras de los que se unieron están en torno a los 150.000 hombres). Pero no fueron las armas, las que ocasionaron más bajas, sino las enfermedades que mutuamente se contagiaron y, debido a la falta de anticuerpos para las mismas, diezmaron ambas poblaciones —igual que ocurrió en el siglo XIV con la peste negra en Europa—.

No fueron las armas, las que ocasionaron más bajas, sino las enfermedades que mutuamente se contagiaron

Estos mismos indígenas fueron, por voluntad propia y de los Reyes Católicos y sus descendientes, incorporados a la estructura gubernamental de la monarquía hispánica; e igualados en derechos y dignidad a los habitantes de los territorios peninsulares. En primer lugar, los castellanos reproducen los sistemas de reparto de terreno que se vienen estableciendo en la reconquista, para asegurar dicho espacio y a su población. La encomienda no se trata de una esclavitud, como muchos pregonan, sino de un sistema garantizador de la supervivencia de la sociedad medieval y moderna.

Un quid pro quo jerarquizado, pero fundamentado —en el caso español— en los principios de dignidad humana e igualdad entre encomendero y encomendado. Un señor, con recursos económicos y militares para la defensa, vela por la seguridad y salud física de quienes le son encomendados, además de cuidar su espíritu procurando la evangelización. A cambio, quienes se acogen a este, procuran el alimento para ambos, trabajando el campo.

En segundo lugar, Isabel la Católica prohíbe esclavizar a los indios, mientras otros países —como Portugal— ya se lucraban del tráfico de esclavos. Su reconocimiento como seres humanos y, por tanto, con raciocinio, nos lleva al segundo punto de los derechos indígenas: la intencionalidad de incorporarles a la Iglesia Católica. La Leyenda Negra afirma que las Bulas Alejandrinas se trataron exclusivamente de una excusa para el «expolio». Semejante insensatez puede rebatirse por ambos flancos; eclesial y económicamente.

La monarquía hispánica extrajo tan solo el 7 % de los recursos de oro y plata que se han extraído desde 1521 hasta la actualidad

El deber de la evangelización es una causa real, una motivación fundamental para quienes se embarcaban hacia el oeste. No tendría sentido, si no, la cantidad de misioneros que perdieron la vida adentrándose en las selvas. O la obligación que tenían los misioneros de aprender quechua u otras lenguas para adaptar la predicación a los autóctonos y facilitar la comprensión de la fe.

Respecto al «expolio», la monarquía hispánica extrajo tan solo el 7 % de los recursos de oro y plata que se han extraído desde 1521 hasta la actualidad. La gran mayoría de esos recursos se quedaban en el propio continente para el desarrollo de las ciudades, construyendo numerosas escuelas, universidades y hospitales que acogían a todo el que lo necesitase. Esto desde luego no se produce en otros territorios, donde la supremacía del europeo se sustenta en la expropiación de recursos a los autóctonos.

En la misma línea, la convivencia de los castellanos con los indígenas es radicalmente diferente a la que establecieron más tarde los ingleses en las Trece Colonias. En los territorios hispanoamericanos se produce desde el inicio, la unión matrimonial entre ambas poblaciones, que tiene como fruto el mestizaje. Que los mexicanos actuales sean —en su mayoría— descendientes de castellanos e indígenas a la par, es la consecuencia última y natural de todo lo mencionado hasta ahora. La segregación de la que se acusa a España es más bien es propia de las repúblicas independizadas, que tardarán décadas en conceder el voto a los indios.

No se pretende convertir la historia hispanoamericana en una leyenda rosa o dorada. Pero sí, ofrecer hoy, una revisión histórica de lo que verdaderamente sucedió, lejos de los populismos e intereses personales que desgraciadamente distorsionan nuestra historia en la actualidad.