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San Martín proclama la independencia del Perú el 28 de julio de 1821, en Lima, Perú

San Martín proclama la independencia del Perú el 28 de julio de 1821, en Lima, Perú

El origen del subdesarrollo de las repúblicas hispanoamericanas tras su independencia de España

Conseguida la emancipación de la Corona española, pocas décadas después, el continente vivía la inestabilidad política, las guerras civiles crónicas y un endeudamiento que alimentó una gran desigualdad social en las nuevas repúblicas

Los meses de estío suelen acumular la mayoría de las denominadas Fiestas Patrias en las que las repúblicas hispanoamericanas celebran sus procesos de independencia y son conmemoraciones de un intenso nacionalismo. El último mandatario de México levantó una intensa polémica diplomática con España por la exigencia de una discípula, que ha sido resucitada Claudia Sheinbaum, carente de conocimientos históricos, aunque plena de caducos análisis marxistas, como el que le llevó al derribo de una capilla católica en el 2016.

Ahora la nueva presidenta de México pretende tapar los graves problemas de México abriendo un conflicto artificial con España, para olvidar los 30.000 asesinados anuales por los carteles de la droga, la entrega del nombramiento de los jueces al crimen organizado a través del voto popular, la profunda desigualdad social y un alto nivel de corrupción mantenido desde la lejana época de la dictadura del PRI.

Sin embargo, la América española que Alejandro de Humboldt describió a finales del siglo XVIII, era de plena de riqueza con respecto a la sajona del norte. No obstante, conseguida la independencia de España, pocas décadas después, el continente vivía la inestabilidad política, las guerras civiles crónicas y un endeudamiento que alimentó una gran desigualdad social en las nuevas repúblicas. Las causas que favorecieron aquel cambio hacia el subdesarrollo fueron hijas del propio momento de la independencia.

La invasión francesa de la España europea proporcionará la oportunidad para que aquellas élites derrocasen a las autoridades virreinales y las sustituyesen por juntas patrióticas en manos de las élites locales. El gobierno británico sostuvo, en la sombra, a los agentes independentistas con el fin de ganar influencia en esa vasta región riquísima en potencial minero, industrial, agrícola y comercial.

Las guerras de emancipación fueron en realidad sangrientas guerras civiles que llevaron a las élites criollas a enfrentarse a las capas populares que no vieron en la independencia una mayor libertad

Simón Bolívar había escrito a Antonio José de Sucre, en 1823, que esperaba un nuevo crédito y armas por parte de los británicos, porque preferían la sustitución de España por republicas débiles que mantuviesen un contacto directo con la economía del imperio británico. El apoyo de los «aliados ingleses» a nuestros secesionistas criollos supuso en primer lugar, la reanudación de los saqueos, como los llevados por el agente inglés, Thomas Cochrane, jefe de la flota chilena, quien se apoderó de veinte toneladas de oro y plata en lingotes y monedas del Tesoro de la Real Hacienda, que San Martín se había apropiado en los buques peruanos Jerezana, La Perla y La Luisa, en una similar acción a la que el general William Carr Beresford había llevado a cabo en 1806 contra Buenos Aires, saqueando cuarenta toneladas de oro amonedado y plata que pertenecían a la Real Hacienda del Virreinato de la Plata.

Las guerras de emancipación que duraron hasta 1824, aunque España se mantuvo en los girones isleños del Caribe, fueron en realidad sangrientas guerras civiles que llevaron a las élites criollas a enfrentarse a las capas populares que no vieron en la independencia una mayor libertad, sino un acrecentamiento del poder de las elites que los explotaban directamente.

Indios, negros y mulatos apoyaron la causa española, por su resentimiento contra los criollos que los discriminaban, e incluso los mestizos que ansiaban ser blancos, nutriendo masivamente las guerrillas realistas. Son los casos de Agustín Agualongo, caudillo mestizo de la comarca de Pasto (Colombia), con un 58 % de campesinos indígenas y un 38 % de población blanca; o el del indio Antonio Navala Huachaca, líder de los iquichanos (Perú); o las bandas montoneras de los hermanos Pincheira, en la Araucanía (Chile) o José Dionisio Cisneros, último guerrillero que lideró a pardos y llaneros, siguiendo el ejemplo de Tomás Boves, en una revolución social contra los acomodados secesionistas de la nueva república de Venezuela.

El apoyo de los «aliados ingleses» a nuestros secesionistas criollos supuso en primer lugar, la reanudación de los saqueos

La independencia llegó, pero con enormes deudas contraídas con la banca inglesa por los gastos militares. Las nuevas repúblicas no disponían de las reservas de la hacienda real, saqueada por los británicos, únicamente podían comprometerse a reducir la deuda contraída con la entrega de derechos de explotación de sus ingentes recursos a las compañías comerciales, y a la venta particular de las tierras provenientes de la confiscación de la Iglesia, partidarios de los españoles y comunales de los pueblos indios.

Estos últimos protestaron ante una usurpación de unas tierras reconocidas por documentos de la monarquía españolas que dejaban de tener validez, y unos títulos nobiliarios de la elite indígena, que fue desposeída de su liderazgo.

Las guerras civiles proliferaron en toda la primera mitad del siglo XIX, entre liberales y conservadores, aumentando la deuda externa por la compra de armamento y confiscando más tierras que redujeron a los indígenas y mestizos a la condición de peones. Las guerrillas proespañolas se reconvirtieron en la defensa de los derechos de los indígenas, que nunca habían dejado de serlo. Los liberales pusieron de moda su «latinoamericanismo», al pretender emular a Francia en política y cultura, mientras conservadores, federales o blancos, como se llamasen en diferentes países, defendían una identidad mestiza hispana, enraizada en un mundo rural y católico. La segunda mitad del siglo XIX y primera del XX estará protagonizada por guerras de derechos de explotación comercial, como la del Pacífico, la Triple Alianza o la del Chaco.

Los mismos que impiden su unidad, niegan su identidad hispana, y acusan a España de unos males surgidos tras su marcha

En las últimas décadas del siglo XIX, las repúblicas quisieron tener un rostro europeo favoreciendo una fuerte inmigración de europeos, pero también una eliminación de los pueblos indios, como el genocidio yaqui (México) o el genocidio selknam (Argentina), similar al ejecutado en los Estados Unidos, para disponer de nuevas tierras de colonización.

En definitiva, Hispanoamérica ayudó a través de los Tratados de Amistad, Comercio y Navegación al enriquecimiento de Gran Bretaña, a costa de la depauperación progresiva de sus sociedades, excepto las elites enriquecidas por el comercio exportador de materias primas. Los mismos que impiden su unidad, niegan su identidad hispana, y acusan a España de unos males surgidos tras su marcha, pero se ven favorecidos por las potencias que los mantienen en el poder.

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