Cuando España «casi» conquistó China
En mayo de 1576, Rada embarcó con los embajadores chinos en Manila para emprender un segundo acercamiento diplomático, pero nunca llegaron a China
China y España no estaban tan alejados en el siglo XVI. Bajo el reinado de Felipe II, las fronteras del Imperio español se extendían desde centro de Europa al Nuevo Mundo y Filipinas. El dominio de los mares y el poderío militar de la Monarquía Hispánica había convertido España en la gran potencia global del momento, y tenía en las islas Molucas el control del comercio de la región. En medio de este crecimiento económico y territorial se llegó a proponer un plan en apariencia imposible: conquistar China, una idea que cautivó a varios aventureros españoles. En 1565, Miguel López de Legazpi tomó posesión de las Filipinas, en nombre de la corona española, y Manila se convirtió en el centro del comercio.
Al noroeste se encontraba la imponente China, con un inmenso territorio en el que gobernaba la dinastía Ming. Tenían nuevos vecinos en el sur, lo que planteaba retos para ambos. En 1575, los españoles vencieron al pirata chino Limahong en la batalla de Manila, y desde entonces el comercio entre China y España fue abundante y rico en las Filipinas, hasta el punto de que los chinos tenían una presencia comercial muy fuerte en los comercios de Manila, la ciudad principal del archipiélago.
El intercambio comercial era frenético a través del famoso Galeón de Manila: los galeones cargados de seda salían del puerto de Manila y llegaban a Acapulco, en la Nueva España, y después se comercializaba por todo el territorio americano y Europa. Desde la América española se enviaba oro, plata y todo tipo de productos a las Molucas. Es más, el patrón plata español se convirtió en moneda de cambio para las transacciones comerciales con China y otras regiones asiáticas.
Entre la conquista y el comercio
China siempre estuvo presente en los planes de Felipe II: «Procuraréis comunicación y trato con los de la China, y de entender la calidad de la gente de aquel reino y el trato que tienen y de todo nos daréis aviso al nuestro Consejo de las Indias», fueron las órdenes reales que recibió Diego de Herrera, oidor de la Audiencia de México en 1574. Tan solo un año después, el fraile agustino Martín de Rada viajó a China junto a otro fraile y dos soldados a bordo de un junco imperial chino.
Era la primera embajada castellana a China, aunque no contó con el permiso real. Tenían tres objetivos claros: establecer relaciones diplomáticas, económicas e iniciar la evangelización. Los castellanos pasaron 35 días en la provincia china de Fujian, entregaron los presentes a las autoridades locales y regresaron a Filipinas. El fraile Rada describió a los chinos como un pueblo «no belicoso, con una confianza casi ciega en sus murallas y su número».
En mayo de 1576, Rada embarcó con los embajadores chinos en Manila para emprender un segundo acercamiento diplomático, pero nunca llegaron a China porque los chinos abandonaron al fraile y el resto de comitiva en una isla durante la travesía.
A partir de entonces, se empezó a plantear seriamente la invasión de China. De hecho, el gobernador de Filipinas, Francisco de Sande, llegó a enviar dos cartas al monarca con planes militares detallados, en los que estimó que se necesitarían unos 20.000 hombres, y que la empresa contaría con el apoyo nipón.
Pero en abril de 1577, Felipe II remitió una carta al gobernador en la que defendió que «en cuanto a conquistar China […] por ahora no conviene se trate de ello, sino que se procure con los chinos buena amistad, y que no os hagáis ni acompañéis con los corsarios enemigos de los dichos chinos». El Rey Prudente lo dejó claro, pretendía trazar una relación de amistad con el emperador de la dinastía Ming. La postura real no evitó que diez años más tarde, en 1588, el jesuita español Alonso Sánchez explicase en una audiencia real que la evangelización era el mejor modelo para dominar China. Sin embargo, la propuesta llegó en mal momento, en pleno desastre de la Armada Invencible en su intento de conquistar Inglaterra.
A medida que pasaban los años, la idea de una invasión a China fue perdiendo fuerza por sus complicaciones técnicas y por la situación general del imperio. En España no se ponía el sol, tenía territorios en tres continentes, y ampliarlos suponía unos esfuerzos demasiado exigentes a nivel económico y militar. Además, las relaciones comerciales que se forjaron en Filipinas eran una fuente de prosperidad que merecía la pena mantener. Se pensó que el camino para esa expansión en China empezaría por forjar buenas relaciones, y por eso se impulsó la primera embajada regia en 1580, aunque nunca llegó a producirse.