El origen de la maldición de Tutankamón, entre la realidad y el mito
El origen real de esta leyenda está en la repentina muerte del Lord Carnarvon, aristócrata británico que había sido el mecenas de la expedición de Carter
«Yo habría sido la primera víctima», fue la respuesta del arqueólogo y egiptólogo inglés, Howard Carter cuando le preguntaron si las misteriosas y sucesivas muertes de varios miembros del equipo se debían a una milenaria maldición egipcia que habían desatado cuando abrieron la tumba de Tutankamón. Ya habían muerto varias personas en raras circunstancias y los periódicos británicos, como el Daily Mail empezaron a hablar en sus artículos y titulares de cómo «la maldición de la tumba del faraón se cobra una nueva vida».
Así, la fascinación de los lectores fue en aumento y se convirtió en un tema muy popular durante años. Detrás de estos titulares sensacionalistas estaba uno de los mayores descubrimientos del siglo XX.
«Cuando mis ojos se acostumbraron a la luz, los detalles del interior de la habitación emergieron lentamente de las tinieblas: animales extraños, estatuas y oro, por todas partes el brillo del oro. Por un momento, que debió parecer eterno a los otros que estaban esperando, quedé aturdido por la sorpresa. Cuando Lord Carnarvon preguntó ansiosamente: «¿Puede ver algo?», todo lo que pude hacer fue decir: «Sí, cosas maravillosas».
Estas palabras que tienen un estilo muy británico por su solemnidad y prosa, las dijo Howard Carter a principios de noviembre de 1922, cuando después de meses de excavación, por fin, encontró las escaleras que daban acceso a lo que después se identificaría como la tumba del faraón más popular del Antiguo Egipto: Tutankamón. Para los egipcios de su tiempo, solo fue un faraón más de los muchos que tuvieron, porque al morir tan joven no le dio tiempo a dejar su legado para historia. Más de 2.200 años después, el descubrimiento de su tumba desató la fiebre por el faraón y la egiptología moderna. Carter y su equipo encontraron el sepulcro de Tutankamón intacto, cosa que no era normal en las tumbas egipcias, y fueron los primeros en abrir su sarcófago desde que los sacerdotes lo sellaran más de 2.200 años atrás.
Entrevista a Alejandra Izquierdo, egiptóloga
«La tumba de Tutankamón tiene gran interés gracias al detalle de documentación de Howard Carter»
El principio del mito
Como si se tratase de una novela de Agatha Christie, la historia de la maldición de Tutankamón empezó, según sus adeptos, cuando Carter rompió el sello real que cerraba los portones del imponente sarcófago, otros afirman que a lo largo de la tumba se encontraban inscripciones que advertían a los saqueadores y extraños de que un terrible mal acecharía sobre las almas de los que intentaran profanar la tumba.
El tiempo y la historia han demostrado que ambas interpretaciones son más propias de las películas de Hollywood que de hechos reales. Sin embargo, las muertes se habían producido, y algunas en circunstancia algo extrañas. El origen real de esta leyenda está en la repentina muerte del Lord Carnarvon, aristócrata británico que había sido el mecenas de la expedición de Carter. Pocos meses después de la apertura de la tumba, el Lord falleció en El Cairo, por culpa de una infección provocada por la picadura de un mosquito, y le siguió su hermanastro en circunstancias similares. La maldición continuó, también en los periódicos.
Sir Archibald Douglas-Reid, que fue el encargado de realizar la radiografía de la momia del joven faraón, murió tres días después de realizarla. Seis años después, una neumonía acabó con la vida del egiptólogo Arthur Mace y el magnate George Jay Gould, que formaban parte de las 58 personas que habían accedido a la tumba. En 1929 también murió Richar Bethell, secretario de Howard Carter, y poco después dos directores de las personas más relacionadas con el descubrimiento también fallecieron. No solo fueron extranjeros, dos directores del Departamento de Antigüedades del Museo de El Cairo sufrieron hemorragias cerebrales que acabaron con sus vidas. Solo quedaba Carter.
Howard Carter falleció por culpa del cáncer que padecía 17 años después, el dos de marzo de 1939, y en todos esos años siguió trabajando en Egipto para ordenar y catalogar lo que había encontrado en aquella tumba. Jamás se creyó las especulaciones de una posible maldición y era un tema que no le agradaba demasiado. El paso de los años convirtió la maldición de Tutankamón en un mito tentador para novelistas y directores de cine, que tanto han hecho por preservar un interés mágico y sobrenatural sobre una civilización asombrosa de dioses, tumbas y momias.