Fundado en 1910
Historias de la historiaAntonio Pérez Henares

Menéndez de Avilés, fundador San Agustín de Florida, la primera ciudad de EE.UU.

Pero en La Florida no se había conseguido crear asentamiento alguno que perdurara y hubo de ser a la postre el avilesino quien lo consiguiera

Menéndez de AvilésReal Academia de la Historia

La primera ciudad de toda Norteamérica y de los EE.UU., se pongan como se pongan y hagan las películas que les de la gana, no la fundó ningún inglés sino un asturiano, un español, Pedro Menéndez de Avilés en el año, el 1565, en La Florida, en el este, por el lado Atlántico. Pero lo mismo pasó por el Oeste, pues Santa Fe, fundada por Juan de Oñate en 1573, estaba en pie bastantes años antes de que los ingleses pusieran el suyo en Virginia en el siglo siguiente y establecieran su primer asentamiento en 1606. O sea, y para que nos entendamos, que también la primera lengua europea que por allí se habló, desde un océano a otro y por las grandes llanuras, fue la nuestra.

Se lo dejó un día muy claro aquel buen embajador estadounidense llamado Eduardo Romero que tanto favor hizo a España durante su estancia, descendiente de unos hidalgos castellanos, naturales de Corral de Almaguer (Toledo) que partieron para allá en el año 1595 y que les dijo a la cara a los engreidos WAPS (blanco, anglosajón, protestante) que antes que ninguno de sus antepasados hubieran asomado por allí, los suyos llevaban ya decenios en Alburquerque (Nuevo México).

Pero ya antes incluso y por la entonces llamada Tierra Florida había andado Ponce de León (1513), a donde llegó desde donde había establecido sus reales y levantado capital, en Puerto Rico, y tras él un desnortado Pánfilo de Narváez (1527) y el gran jinete y compañero de Pizarro en la conquista del Perú Hernando de Soto (1539), descubridor del Misisipi. Los tres perecieron en el intento. De la expedición de Narváez se salvó el increíble Cabeza de Vaca, el primer caminante de América, que a pie y siempre hacia el Oeste logró llegar al Pacifico y conectar de nuevo con españoles.

Pero en La Florida no se había conseguido crear asentamiento alguno que perdurara y hubo de ser a la postre el avilesino Menéndez de Avilés quien lo consiguiera. Le costó lo suyo, aunque en esta ocasión no fueran los flecheros indios quienes se lo pusieran difícil sino los franceses que pretendían establecer allí sus colonias. Para colmo no eran católicos, sino hugonotes, con lo que la religión se añadió como causa de enfrentamiento pues la corona española no quería ni protestantes, ni musulmanes ni judíos en sus dominios.

De hecho la primera misión en la Florida de Menéndez de Avilés, por cierto recién liberado de la cárcel, fue desalojarlos de allí. La orden real de Felipe II, fue la de «eliminar a todos los protestantes que se encontraran en cualquier resguardo de las Indias». No le fue fácil.

Los franceses encabezados por el jefe hugonote, René Goulaine de Laudonniere, que llegó con tres barcos, avezados marineros, una parva de piratas y 300 colonos habían construido un fuerte que llamó Caroline. Se unió a ellos otro cabecilla protestante, Jean Ribaul, que ya había andado por aquellas aguas, aunque salió trasquilado, con siete navíos y 800 hombres más. Ahora y juntos se sentían fuertes y atacaban los asentamientos españoles cercanos, en particular en las costas de Cuba.

Al llegar Menéndez fue con quien chocó primero; fue en la bahía de San Juan, donde desemboca el rio del mismo nombre, donde se topó con su escuadra a la que atacó de inmediato con sus cuatro barcos. Pillados de sorpresa los franceses perdieron una de sus naves, dándose a la fuga los demás.

Pedro Menéndez de Avilés trasladó su colonia al asentamiento de la tribu Seloy de los Timucu

El asturiano desembarcó, se fortificó, y allí sería el lugar y momento en que se fundaría la primera ciudad en los ahora EE.UU., San Agustín, que comenzó su vida de muy agitada y peligrosa manera. El de Avilés, rápidamente, volvió a embarcarse para atacar desde el mar a Fuerte Caroline. Fracasó y antes de perder hombres y naves perseverando en un intento imposible, se retiró a su campamento. Entonces Rilbaut con cinco barcos y 500 hombres, contraatacó y se dirigió hacia San Agustín dispuesto a destruirla. Pero si algo hay por aquellas aguas desde entonces y hasta hoy, son huracanes de los peores. Uno de ellos mando a pique hundiendo todas las naves y ahogando a casi todos sus tripulantes, incluido él mismo.

Destruida casi a la totalidad la flota enemiga, Menéndez de Avilés trazó un plan alternativo, pues no estaba dispuesto a perder sus naves con tales tormentas, y decidió un ataque por tierra, atravesando las terribles ciénagas, pantanos y cenagales que le separaban de Fuerte Caroline, algo que emularía siglos después Bernardo de Gálvez para atacar y sorprender también a los ingleses durante la Guerra de la Independencia norteamericana en Baton Rouge. Avilés marchó con cerca de medio millar de hombres, entre ellos indios de la etnia Timucua y, aunque en el camino perdió más 100, se presentó ante la colonia francesa, muy mermada de efectivos, y en un fulgurante ataque acabó con todos cuantos no consiguieron escapar en los barcos que les quedaban. Pero no les dio tregua. Con sus aliados indios inicio una verdadera cacería de todos cuantos habían escapado. El lugar se llama desde entonces bahía de Matanzas.

San Agustín se consolidó y fue desde entonces el referente español en la zona, aunque no se libró de asaltos y ataques. Fue objetivo del pirata inglés Drake, que la incendió y saqueó (1586) , pero se volvió a reconstruir de inmediato. Después, fortificada rechazó ya todos los asaltos durante siglos. Para su defensa ya contaba con el Castillo de San Marcos (1672) , una excelente fortificación cuyos muros construidos con «coquina», una mezcla de conchas de moluscos y arena, resultaron ser muy resistentes a los proyectiles enemigos, y que ha llegado hasta hoy.

Castillo de San Marcos

San Agustín, amén de sobrevivir y florecer, se fue luego a convertir en refugio de esclavos negros de las colonias americanas de la vecina Carolina del Sur, cuyas condiciones eran mucho más duras que las de los españoles, y allí podían acogerse a la real cedula de 1693 firmada por Carlos III que decía :«dando libertad a todos, tanto a los hombres como a las mujeres, sea ello ejemplo de mi liberalidad y dé lugar a que otros hagan lo mismo».

Aquello conllevó la construcción no muy lejos de San Agustín, el Fuerte Mosé al que se acogieron por cientos, convirtiéndose así en el primer lugar también donde los negros esclavos norteamericanos pudieron vivir en libertad, siendo en el ello San Agustín, pues, la primera ciudad norteamericana en hacerlo.

Su fundador, aunque como de costumbre, bastante desconocido, Pedro Menéndez, tenía ya tras el una buena ristra de hazañas. Era su padre de Avilés y su madre de Pravia y el uno entre nada manos que 20 hermanos y hermanastros. Así que tuvo que espabilar y prueba de ello fue que mandando un patache, una nave ligera y al mando de 50 hombres, que asaltaban las naves francesas que surcaban el cantábrico como medio de vida, en el año de 1539, y contando con tan solo 19 años se topó con una escuadra francesa que había apresado en el puerto de Vigo a tres pequeñas embarcaciones españolas que transportaban un cortejo nupcial de 60 personas raptando a la novia y a la comitiva entera.

El asturiano con su pequeño patache los alcanzo y «a la mayor velocidad que podía, haciendo sonar el pífano, el tambor y desplegando gallardetes», llegó a su altura y les reclamó la rendición y la entrega de la joven. Los franceses le respondieron claro, y a risotadas, «que subiera a buscarla». Entonces el patache emprendió la huida y tres barcos galos se lanzaron tras el. Era una añagaza. Separados los perseguidores de su escuadra, viró en redondo y fue contra los dos que venían adelantados, abordándolos y haciéndose con su control. El tercero huyó. Entonces Menéndez de Avilés pactó con la flota francesa el canje de la novia y sus acompañantes por sus compatriotas presos. Pero se quedó con los dos barcos galos capturados como botín.

Otro de sus hechos sonados tuvo lugar en año 1544 tras la captura por una escuadra francesa mandada por Jean Alphonse de Saintonge de 19 naves vizcaínas en Finisterre. Menéndez lo persiguió hasta el puerto de la Rochelle donde se había refugiado con sus presas, se infiltró en él, liberó cinco de los barcos retenidos, asaltó la capitana francesa, y mató por su propia mano al de Saintonge.

Aquello llegó a oídos del emperador Carlos V quien para que ya no tuviera que operar como pirata, le dio la condición de corsario autorizado por la corona española para combatir las correrías francesas por aguas y puertos de asturianos y gallegos. En tal empeño, al serle ordenado la captura del corsario francés Juan Alfonso Portugués, volvió a meterse en aquel puerto y prenderlo. Prueba de la estima que el Emperador Carlos le tenía fue la encomienda de mandar la flota, de 70 barcos y 4.000 personas entre las que había multitud de nobles castellanos, y llevar al príncipe Felipe II a su boda con la reina inglesa María Tudor desde el puerto de La Coruña hasta el de Southampton y luego estuvo presente en la boda en la catedral de Winchester.

Seria este ya rey de España quien lo nombró con tan solo 35 años capitán general de la Flota de Indias, cargo que ocuparía hasta en nueve ocasiones, hasta el año 1574. En sus singladuras de ida y vuelta con ella con cerca de 80 mercantes y escolta de un par de galeones y 3 carabelas, no perdió un solo barco. En la realidad contra los galeones los famosos piratas del cine actual salían con el rabo entre las piernas. Lo suyo era asaltar barcos indefensas y poblados pacíficos sin protección.

Murió tras volver de la Florida, en septiembre de 1574, en Santander, de tabardillo maligno, o sea tifus, cuando estaba organizando una armada para apoyar a Luis de Requessens en Flandes.