Orgullosos de ser españoles
El orgullo de ser español estaba tan extendido que, frente a la total ausencia de testimonios críticos o vergonzantes, proliferan los de quienes se jactan de su condición e incluso compiten en españolidad con los naturales de otros reinos
Hablábamos el mes pasado de la existencia de España en la Edad Media, no como nación, pues tal cosa no existía aún, ni como realidad ni como concepto, en aquellos siglos lejanos y ajenos, pero sí como entidad reconocible por quienes de ellas formaban parte y por quienes desde fuera la contemplaban. Otra cuestión eran los sentimientos. Que las élites culturales y políticas de la España medieval se sentían españoles ya vimos que era cierto. Que no lo hacían los campesinos y menestrales, la inmensa mayoría de la población, también lo es. Pero ¿Qué sucedió después? ¿Se sentían ya españoles los humildes en la Edad Moderna? ¿Estaban orgullosos de serlo, como los británicos lo estarían más tarde de formar parte de un imperio que gobernaba las olas?
La pregunta es difícil, pues los campesinos de los siglos XVI al XVIII, como sus predecesores medievales, no sabían leer ni escribir, así que no han podido contarnos cómo se sentían. Pero sí lo ha hecho la literatura, la hermosa literatura de nuestro Siglo de Oro, en la que podemos encontrar algunas respuestas, respuestas, como vamos a ver, elocuentes.
Escribía Baltasar Gracián, recordando la figura de Fernando el Católico, que, en la Monarquía de España, «…donde las provincias son muchas, las naciones diferentes, las lenguas varias, las inclinaciones opuestas, los climas encontrados, así como es menester gran capacidad para conservar, así mucha para unir». Pero, siendo esto cierto, no significaba que los súbditos de todos esos reinos no se vieran a sí mismos como parte de un todo común. A la Monarquía y la fe católica, fundamentos sobre los que se edificaba la personalidad colectiva, se sumarían en el siglo XVI aliados numerosos y fuertes que vendrían a estrechar los lazos atados todavía con escasa solidez entre los reinos medievales para dar origen a una identidad 'prenacional' española, construida ya no solo sobre la lealtad al monarca legítimo, sino, cada vez más, a las instituciones compartidas y a la patria común que ellas mismas y el recuerdo del pasado perfilaban.
La guerra continua, victoriosa las más de las veces, regalaría en aquellos años a la nación en ciernes enemigos exteriores que, derrotados una y otra vez, la ayudarían a sellar con vigor fisuras y desavenencias internas. Porque las gestas de los tercios no se quedaban en los lejanos campos de batalla, ni se hablaba de sus héroes tan solo en las interminables reuniones de los consejos. Llegaban a la sociedad entera, que participaba de ellas como si fueran suyas. La pintura, el teatro y la poesía narraban al pueblo, en un lenguaje que hasta los iletrados comprendían, las proezas de España, sembrando en el alma colectiva el orgullo de ser español. Orgulloso se muestra Cervantes cuando hace decir al morisco Ricote, uno de los personajes de su inmortal Quijote que «doquiera que estamos lloramos por España que, en fin, nacimos en ella y es nuestra patria natural». Y no lo hace menos Lope de Vega, uno de los grandes muñidores de la conciencia colectiva a comienzos del siglo XVII y principal artífice de los valores asociados a la personalidad española arquetípica, que llega a introducir a España misma como personaje en nada menos que cuatro de sus comedias de santos.
Los intelectuales hicieron también notables aportaciones a la común tarea de la construcción de un espíritu nacional español. De la mano de la Historia General de España, obra del jesuita Juan de Mariana, escrita en latín en 1592 y publicada en castellano en 1601, ven la luz las primeras historias que trascienden la mera crónica de las gestas regias para narrar al fin la epopeya colectiva de un pueblo que dice remontar sus orígenes a la noche de los tiempos
No menor importancia tendrá la lengua. Mientras se extendía por las Indias, donde, a diferencia de lo que sucedía en otros imperios, se enseñaba a la todavía numerosa población local, el castellano se iba convirtiendo en la más prestigiosa y hablada del continente, tanto en los círculos diplomáticos como en los culturales y económicos. Juan de Valdés llegó a afirmar que en Italia «assí entre damas como entre cavalleros se tiene por gentileza y galanía saber hablar castellano». El auge de la literatura que alimentaba el Siglo de Oro y su uso por parte de la élite burocrática que rodeaba al monarca la convirtieron en el idioma culto del país entero, incluso de aquellos reinos que poseían tradición literaria en su propio idioma como Cataluña o Valencia. Es también Valdés quien afirma: «La lengua castellana se habla no solamente por toda Castilla, pero en el reino de Aragón, en el de Murcia con toda el Andaluzía y en Galicia, Asturias y Navarra; y esto aun hasta entre gente vulgar, porque entre la gente noble tanto bien se habla en todo el resto de Spaña».
El orgullo de ser español estaba tan extendido que, frente a la total ausencia de testimonios críticos o vergonzantes, proliferan los de quienes se jactan de su condición e incluso compiten en españolidad con los naturales de otros reinos, como es el caso del jurista catalán Andreu Bosch, quien reclamaba en un escrito suyo de 1628, dedicado, sin contradicción alguna, a exaltar los títulos de honor de Cataluña, el Rosellón y la Cerdaña, se reconocieran también a los catalanes las virtudes tenidas por propias de «tota la nació espanyola, de la qual son part, causa y membre tant principal com ninguna altra Provincia». El mismo sentido de pertenencia, bien que en este caso un poco interesado, que exhibían los mercaderes catalanes afincados en Cádiz cuando se quejaban, en 1684, de que se les tratara como a extranjeros, cuando no eran sino «inmediatos vasallos de una corona, como lo son los cathalanes de la real corona de su Magestad, las quales, como a propios vasallos, son y se nombran españoles, siendo como es indubitado que Cataluña es España». Huelgan los comentarios.
- Luis E. Íñigo es historiador e inspector de Educación.