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Luis E. Íñigo

La trasnochada pedagogía del esfuerzo

No puede ser casualidad que sean precisamente aquellos países en los que los valores tradicionales vinculados al respeto a los mayores, el esfuerzo, el sacrificio y la autoridad sean los que mejores posiciones alcanzan en PISA

Actualizada 04:30

Se habla mucho de los resultados del Informe PISA y de la posición relativa de España estudios de amplio alcance sobre el rendimiento escolar, como TIMSS o PIRLS. Cuando se hacen públicos los datos de una nueva edición de cualquiera de estas evaluaciones internacionales, el mundo de la educación toca a rebato. Los periódicos establecen comparaciones entre los resultados de los alumnos españoles y los de los sistemas educativos que alcanzan la mejor posición y dan a la imprenta sesudas interpretaciones acerca de los factores que explican nuestro retraso. Los presidentes autonómicos que salen mejor parados sacan pecho, atribuyendo su éxito a la excelente gestión de sus consejerías respectivas. Los sindicatos de profesores, en fin, claman, una vez más, por un incremento de los recursos públicos destinados a educación, como si solo de estos, y no de cómo se utilicen, dependiera que los alumnos aprendan más o menos.

Pocas reflexiones se leen, sin embargo, acerca de la relación entre los sistemas educativos y la sociedad en la que se enmarcan. Se olvida con frecuencia que dicha relación es dialéctica, no unidireccional, esto es, que las sociedades demandan a sus sistemas educativos un perfil determinado de sus egresados que viene determinado por las necesidades de un sistema productivo en continuo cambio, pero también los sistemas educativos poseen la capacidad de modelar la sociedad a la que sirven sembrando en las dúctiles mentes de los alumnos valores y normas, por desgracia no siempre fruto del consenso social, sino de la ideología del partido gobernante.

Y son precisamente esos valores, los valores sociales y los valores que el propio sistema trata de implantar en la conciencia de los estudiantes, los que casi siempre se olvidan a la hora de explicar los resultados académicos. Se trata de un olvido interesado muchas veces, porque obligaría a replantearse muchas cosas que interesa poco cuestionar a la progresía gobernante –y digo progresía, porque ser progre y tener una ideología de izquierda son cosas muy distintas–. Pero la reflexión sobre el tema es obligada, porque no puede ser casualidad que sean precisamente aquellos países en los que los valores tradicionales vinculados al respeto a los mayores, el esfuerzo, el sacrificio y la autoridad sean los que mejores posiciones alcanzan en PISA: Japón y Corea del Sur.

Una reflexión, por otra parte, válida también para nuestras comunidades autónomas, que contribuye a explicar que Castilla y león, que no figura, precisamente, entre las más ricas, figure en cabeza de los resultados españoles en PISA, con un nivel comprable al de Canadá. Por supuesto que no son los únicos factores. El nivel de desarrollo económico también es relevante, como probó de manera irrefutable el célebre Informe Coleman en 1966, pero no determinante, como evidencia el hecho de que países muy avanzados como los Estados Unidos o la misma Noruega no destaquen por sus buenos resultados, mientras otros como Polonia se sitúen por encima de la media europea.

La conclusión se refuerza si tenemos en cuenta el porcentaje de alumnos excelentes. Una vez más, son aquellos países que más valoran el compromiso, el esfuerzo y el mérito los que consiguen que un mayor porcentaje de sus estudiantes obtenga niveles de competencia elevados (5 y 6 de PISA): Japón (23 %) y Corea del Sur (22 %), mientras la mayoría de los estados de la Unión Europea, firmemente comprometidos con el modelo educativo de la Agenda 2030, tan poco amiga de la memoria y del aprendizaje de contenidos, más preocupada por la educación emocional que por la transmisión del valor del esfuerzo y el mérito, no destacan precisamente en la clasificación. El promedio de la Unión es del 8 %, y estados tan representativos (y muy desarrollados) como Alemania o Francia se encuentran por debajo del promedio de la OCDE, un exiguo 9 %.

Naturalmente, no faltará quien, sin mirar siquiera los datos, profetizará que esos países sacrifican a los alumnos con dificultades en beneficio de los más brillantes, y de inmediato los acusarán de perpetuar las desigualdades sociales, privando de oportunidades a los más humildes. No es así.

Los países con mayor porcentaje de alumnos excelentes son también los que menos alumnos tienen con resultados muy por debajo de la media (niveles 1 y 2 de PISA). Japón tiene el 12 % y Corea el 16 % (aunque aquí la supera Estonia con el 15 %). Y no nos equivoquemos: ni Japón, ni Corea, ni Estonia figuran entre las naciones más desarrolladas del mundo. El país nipón tiene en la actualidad un PIB per cápita (el cociente entre la producción total de bienes y servicios del país y su número de habitantes) medido en paridad de poder adquisitivo (esto es, teniendo en cuenta el poder de compra real del dinero en cada país) inferior al español: 50.206 $ frente a 52.779 $ en 2023, y el de Corea del Sur es apenas un poco superior: 54.033 $. No todo es el dinero ni los recursos. Los valores también cuentan. No deberíamos olvidarlo.

  • Luis E. Íñigo es historiador e inspector de educación

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