Europa ante el reto de la verdad
Pienso que un gran debate filosófico europeo para el 2025 será esta confrontación entre la consideración de una verdad objetiva y conforme a la realidad, o la debilidad estratégica para descubrirla en la interpretación de los otros
A pesar de la polarización que contemplamos actualmente en la realidad política española, consciente o inconscientemente tanto los partidos llamados de derecha como de izquierda, coinciden en algunos aspectos, en posiciones análogas dentro de su respectiva ideología. Y no en cuestiones accidentales precisamente. Uno de ellos reside en la aceptación de las ideas laicistas e ilustradas procedentes de la Revolución Francesa. Y desde luego en el pragmatismo político, que Maquiavelo vierte en su conocida obra «El Príncipe», que no en vano se editó comentada por Napoleón, evitando ambos cualesquiera compromisos con «la verdad». Ese libro contiene perlas como: … «la experiencia de nuestros días nos muestra que haciendo varios príncipes poco caso de la buena fe (la verdad) y sabiendo con la astucia volver a su voluntad el espíritu de los hombres, obraron grandes cosas y acabaron triunfando de los que tenían por base de su conducta la lealtad». O sea, es rentable manipular la verdad para ajustarla al interés del príncipe. No digo yo que los príncipes modernos –los jefes de los partidos– confiesen asumir clara y explícitamente las ideas expuestas. Sin dejar de considerar la astucia como ingrediente imprescindible en el quehacer político, no por pragmatismo explícito, sino creyendo prestar un servicio a la convivencia, las ideas ilustradas se visten en la actualidad con nuevas formas de relativismo, abominando de cualquier posición que crea en la existencia de una verdad inamovible y objetiva. La creencia en Jesucristo cuando dice «Yo soy la verdad», exige deducir su contenido con las referencias de toda su vida, pero ello no nos debe llevar a relativizar su afirmación haciéndola depender de nuestra interpretación personal. Pieper, en su libro sobre «La Prudencia», nos advierte respecto de la astucia… «es la forma más típica de falsa prudencia. El término alude a una especie de sentido simulador e interesado al que no atrae más valor que el «el táctico» de las cosas y que es distintivo del intrigante. Hombre incapaz de mirar ni de obrar ni de obrar rectamente». La astucia y el llamado «tacticismo» brillan por su presencia en la política española y en la europea. La Ilustración creía, y cree, que es más prudente llevar a la esfera privada la religión, relativizándola y convirtiéndola en algo íntimo y personal, para así hacer más fácil la convivencia. Pero, creyendo así huir de las grandes guerras de religión que asolaron Europa en siglos anteriores en su lucha por lo que creían «su verdad», ello no impidió que en el siglo XX tuviéramos dos guerras mundiales con una crueldad sin precedentes.
Otra expresión actual y más solapada de reducción al ámbito privado de la religión, se produce en el mundo de los medios de difusión, arrinconándola a espacios de escasa repercusión social o baja audiencia, en una especie de «speaker corner hyde-park» para gente rara, donde comparten banquillo las diversas creencias. O desnaturalizando manifestaciones cristianas de gran repercusión, como la Semana Santa o las celebraciones navideñas, sustituyendo su esencia teológica por tradicionales expresiones populares. En definitiva, como constató Ratzinger en su «Mirada a Europa», ésta «intenta hoy desvestirse de su propia historia y declararse neutral respecto de la fe cristiana, es más, respecto de la fe en Dios, para llegar finalmente a una tolerancia sin fronteras» …Y aunque, según sigue diciendo: «El Estado no puede imponer a nadie una religión determinada…Esto no significa que deba considerar como creadora de valores sólo a la mayoría y privarse de todo fundamento cultural». La verdad no es el producto de lo aprobado por la voluntad de la mayoría, sino, en su sentido lógico, la coincidencia de una afirmación con los hechos, con la realidad.
Aunque parezca que el debate vigente en Europa se produce sobre todo en la solución de los problemas económicos, o de la migración, o el más acuciante, en un momento determinado, de la organización de la defensa común ante una amenaza exterior, antes que nada, está el debate de las ideas que los cohesionan y los iluminan correctamente. Carezco del espacio suficiente para extenderme sobre el estado actual de esta confrontación esencial de la filosofía occidental. Para ello me remito al diálogo –no en un sentido literal, sino articulado por los exégetas– entre uno de los filósofos modernos más influyentes, muerto el pasado 2023, llamado Vattimo, y Ratzinger, que murió en el 2022, y encarna de forma relevante el pensamiento cristiano de los últimos tiempos. Así como Ratzinger considera la verdad como la cuestión esencial y fundamental en el corazón de la fe cristiana y de la racionalidad humana, Vattimo coincide en que se trata de una pregunta decisiva, pero sus conclusiones sobre la naturaleza de la verdad (y con ello sobre la relación entre teología y filosofía) se mueven en una dirección distinta. Para este pensador turinés, el «pensiero debole» y la filosofía hermenéutica determinan que el pensamiento propio, al hacerse conscientemente débil, permiten el diálogo y posibilitan compatibilizarla con la verdad, «al cumplir la regla preferente de la caridad que nos es dada preeminentemente en y por Cristo». Pienso que un gran debate filosófico europeo para el 2025 será esta confrontación entre la consideración de una verdad objetiva y conforme a la realidad, o la debilidad estratégica para descubrirla en la interpretación de los otros.
Federico Romero Hernández fue profesor titular de Derecho administrativo y Secretario General del Ayuntamiento de Málaga