Y se hizo carne
Cuanto más van transcurriendo los siglos en la historia de la Iglesia y los años en nuestra vida personal, más nos vamos acercando a atisbar la profundidad del misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. Aunque siempre será un misterio
Conviene recordar en estos días que el origen y fundamento de las fiestas navideñas es la celebración del nacimiento de Jesús de Nazareth. Parece una redundancia innecesaria o algo universalmente sabido, pero en el manifiesto o solapado proceso de descristianización de nuestra sociedad, en España y en el resto del mundo, resulta ya casi imprescindible para contrarrestar los numerosos caminos de laicización de estos días, como son - por razones mercantiles o políticas, a veces aliadas - la modificación o excesiva ampliación de las fechas (Maduro las ha trasladado a noviembre; cada vez se anticipan más los adornos y alumbrados de las calles en muchos sitios) y los cambios de denominación ( celebramos el solsticio de invierno, decimos felices fiestas, sin más, etcétera…).
Cuanto más van transcurriendo los siglos en la historia de la Iglesia y los años en nuestra vida personal, más nos vamos acercando a atisbar la profundidad del misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. Aunque siempre será un misterio. En Andalucía, las imágenes en barro del niño Jesús, amparados por María y José, se llaman atinadamente así: «un misterio». Las palabras de Hans Urs von Balthasar, sirven para situarnos: «En Nazaret estaba lo peculiarmente neotestamentario»; … «Una Iglesia puramente espiritual, una iglesia ideal, una Iglesia invisible, son a priori no católicas, porque en ellas no se llega a tomar en serio la totalidad del hombre, que es en ambas cosas: barro de abajo, aliento insuflado de arriba». Por lo que a mí concierne, el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios me va sirviendo también para ir aumentando mi veneración, respeto y admiración por la figura de la Virgen María. En la literatura, y sobre todo en el cine, cuando se quiere diferenciar que estamos en presencia de lo puramente católico en una iglesia, en un hogar, o en cualquier otro lugar, se resuelve situando a Nuestra Señora en el texto o en la pantalla. Por otro lado, también en ocasiones, la figura de la Virgen es objeto de deformación mitológica, cuando no utilizada con una mezcla de superstición o sincretismo, como ocurre tantas veces en Hispanoamérica. Sin embargo, un mayor conocimiento de su persona, tanto por su elección divina como por su repuesta excepcional a la gracia y, desde luego, por su papel de mediadora, justifica el culto diferenciado, de hiperdulía, que le tributamos en la Iglesia. La letanía desarrollada en el rosario no es más que una suma de merecidos calificativos o, si se quiere, piropos que trazan el dibujo casi completo de su personalidad.
La progresión de la información sobre el periodo de gestación y desarrollo del embrión humano en el seno materno, también contribuye ahora a la admiración respecto del papel extraordinario de María en ese proceso misterioso, que se inicia con una concepción acaecida por el sí, que se recaba por el enviado de Dios a la humanidad para incorporarse a ella, y así realizar un Reino que no se basa en el poder exterior, sino en la libertad, que María tiene, mediante un aceptación de efectos universales, como nos recuerda Ratzinger, o Benedicto XVI. En el libro llamado «María sol naciente», publicado junto con Hans Urs von Balthasar, este teólogo nos dice: «por una vez debo contradecir una frase de Ratzinger, que ha sido repetido ávidamente por doquier: la doctrina de la condición divina de Jesús no se vería afectada si Jesús hubiera nacido de un matrimonio cristiano normal. Pero precisamente la relación padre-hijo es más que un acontecimiento fisiológico… la cuestión que aquí se trata es mucho más que un engendramiento biológico: es la decisiva aparición de Dios como el único Padre que excluye en Jesús cualquier otra relación paterna».
En una conferencia, de mi amigo, el catedrático de bioquímica de la UMA Ignacio Núñez de Castro S. J, sobre «Dignidad y vulnerabilidad del embrión humano», nos explicó como en el microquimerismo fetal que se produce en el seno materno, es decir, en el intercambio celular entre la gestante y el gestado, el feto puede presentar células con el genoma materno, pero también puede pasarle la suyas a la madre. Aplicando este hecho comprobado, podemos decir que María participa en la persona única que es Jesús – trino junto con las otras personas de la Trinidad- recibiendo células pertenecientes a la naturaleza humana de su hijo, pero ella también recibe células correspondientes a la naturaleza humana de la persona divina que es su hijo. Esto confiere a María un carácter excepcional y único dentro de la humanidad, como reconoce la Iglesia Católica con un culto diferenciado.
San Agustín desarrolla, en su teología de la fiesta, que existen dos clases de celebraciones festivas: aquellas de las que solo se trata de la conmemoración anual, el retorno a una fecha determinada, y aquellas que se celebran en forma de misterio… en estas, no se trata de la fecha precisa, sino de la entrada en la realidad de un acontecer exterior y del hacerse con dicha realidad. Como hemos visto, «el Verbo se hizo carne». «Dios está en la carne». Y precisamente -como subraya Benedicto XVI- «este vínculo indisoluble de Dios con su criatura constituye el centro de la fe cristiana» y de nuestra existencia”. Eso celebramos.
- Federico Romero Hernández es jurista