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tribunaJavier Prieto

Cuento (real) de Navidad

Estos días en los que celebramos el nacimiento del Niño Jesús se cumplen 110 años de una efeméride que plasma el espíritu navideño y la fe cristiana más puros y sólidos. Por unas horas, la guerra cedió ante la fuerza de la paz. Esta fue la insólita Tregua de Navidad.

Actualizada 01:30

Tan sólo habían transcurrido cinco meses desde el inicio de la Primera Guerra Mundial. Y la ofensiva del Imperio alemán, que pretendía conquistar París, había sido frenada por el Ejército Aliado de Francia y Gran Bretaña en una amplia franja en Bélgica.

Allí, en el denominado Frente Occidental, ambos bandos comprobaban con impotencia cómo el equilibrio de fuerzas les impedía avanzar. En una irracional y estéril acción bélica de desgaste, tan sólo la muerte y la destrucción ganaban terreno. Se encargaba de ello la artillería que golpeaba constantemente sin piedad.

Para añadir aún más dramatismo, las condiciones climatológicas (bajísimas temperaturas) resultaban terroríficas, tanto en unas trincheras anegadas por el agua y el barro, como fuera de ellas. A ello se unía combatir con una ropa invernal precaria en espacios naturales gélidos. Este cúmulo de factores estaba causando infinidad de enfermedades y bajas entre unos jóvenes (18-25 años) que apenas habían comenzado a disfrutar de la vida.

Noche de paz

En medio de este apocalíptico escenario, llegó el 24 de diciembre de 1914. Imbuidos por el espíritu de una fecha tan señalada, los soldados germanos habían adornado los parapetos de sus trincheras con velas y árboles de Navidad.

A última hora de la tarde, en un instante cargado de magia y emotividad, se escucharon los acordes del tema Stille Nacht (Noche de Paz), así como gritos de alegría. Procedían del flanco alemán. Los británicos, a menos de cuarenta metros, respondieron, tras un primer momento de asombro, con villancicos propios de su país. Poco después, oyeron unas frases en inglés, pero marcado acento teutón: «Si tú no disparar, nosotros no disparar».

El silencio de la paz acalló repentinamente el estruendo de las armas. Y su siniestra melodía, compuesta por el silbido de las balas y las explosiones de las bombas, que había sonado durante más de 150 días, se detuvo de un modo inesperado y espontáneo. Se había obrado un milagro.

Esa misma noche -y al día siguiente-, algunos valientes se asomaron por encima de las trincheras. Al comprobar que se mantenía el alto el fuego, salieron de ellas. Su arriesgada misión consistiría en encontrarse con esos hombres de los que, en realidad, sólo les separaba una línea divisoria y el color del uniforme. Superados unos segundos de tensión y desconfianza, los mismos combatientes que pocas horas antes trataban de aniquilarse, se estrecharon la mano. El simbólico gesto tuvo lugar en la denominada tierra de nadie. Instantes más tarde, ya tranquilos y relajados, compartieron tabaco, whisky, raciones de alimentos y algún dulce, como chocolate. Asimismo, conversaron sobre sus preocupaciones personales, recordando a los amores y familiares que habían dejado atrás. Ah, y entre conversación y conversación, tampoco se olvidaron del canje de prisioneros.

Villancicos y partidos de fútbol

Los gestos de distensión llegaron al ámbito artístico con la interpretación conjunta de villancicos. Pero antes de nada, y en señal de respeto y solidaridad, se habían ayudado mutuamente a cavar tumbas para enterrar a los fallecidos, que yacían en el campo de batalla. Algunas crónicas de la época incluso describen el oficio de misas cristianas compartidas por el descanso eterno de los caídos.

Regresando al ambiente festivo, llegaron a intercambiarse regalos recibidos de sus parientes, así como botones y gorras de los uniformes, en recuerdo de los rivales. Además, las celebraciones contaron con una vertiente deportiva, con la disputa de partidos de fútbol, a pesar de las condiciones del terreno.

El alto el fuego se extendió hasta la conclusión del Día de Navidad, con una participación aproximada de cien mil efectivos. A pesar de la leve oposición de los altos mandos, éstos prefirieron mirar hacia otro lado ante la insubordinación de la tropa, los soldados demostraron su humanidad con una conmemoración insólita. Por unas horas, la esperanza fue más fuerte que la locura belicista.

Cartas y artículos del armisticio

Gobiernos de las principales naciones protagonistas de la Primera Guerra Mundial habían deslizado una prohibición velada a la prensa para ocultar la Tregua de Navidad. Sin embargo, el plan censor saltó por los aires en apenas una semana. El diario estadounidense The New York Times se encargó de romperlo el 31 de diciembre. Le emularon casi de inmediato los principales periódicos británicos de la época, como The Daily Sketch, The Mirror, The Times o The Daily Mail, entre otros. Esa decisión permitió a los ciudadanos conocer de primera mano testimonios del sorprendente armisticio en el Frente Occidental. Publicaron numerosas cartas de oficiales y reclutas que detallaban las celebraciones junto al enemigo. Pocos días más tarde, las portadas incluían fotografías en las que la paz temporal resultaba una evidencia irrefutable. La línea editorial de estos rotativos resultó positiva para sus protagonistas, destacando la bondad de todas las partes, y poniendo el acento en la insensatez del conflicto.

Por el contrario, el tono en Alemania fue diametralmente opuesto. Allí, la cobertura de los medios resultó muchísimo más opaca, restrictiva y negativa. De hecho, apenas se difundieron imágenes del acontecimiento, e incluso se criticó el gesto pacifista.

  • Javier Prieto es periodista
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