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tribunaJosé Ignacio Palacios Zuasti

Sobran las palabras cuando se manifiestan los hechos

Si uno compara ese estilo de gobernar de entonces, con hechos, sin palabrería ni de cara a la galería, con el que el actual Gobierno está teniendo para remediar los daños de la Dana de Valencia del pasado octubre, como en las películas, cualquier parecido es pura coincidencia

Actualizada 01:30

En la madrugada del miércoles 26 de septiembre de 1962, casi cinco años después de la riada de Valencia de 1957, en unos tiempos en los que todavía no se hablaba del calentamiento del planeta, después de un verano extraordinariamente caluroso, las intensas y constantes lluvias que azotaron a la comarca del Vallés, en la provincia de Barcelona, hicieron que se desbordaran catastróficamente los ríos Llobregat, Besós y Ripollet. Tan sólo el río Llobregat aumentó su nivel en cinco metros. Toda la comarca vallesana quedó devastada e incomunicada. El municipio más afectado fue Rubí en donde, en el antiguo cauce de la riera, se habían construido viviendas, fábricas y todo tipo de inmuebles y, al aumentar el cauce de la nueva riera, esta se desbordó y el agua regresó a su rambla primitiva, arrasando lo construido, por lo que las gentes dormían en ella desconocedoras de la suerte que se les avecinaba y muchas no despertaron de ese fatídico sueño. Ese desolador panorama de destrucción afectó a la mayoría de las localidades de la cuenca del río Llobregat como Tarrasa, Sabadell, Montcada i Reixach y, en la del río Besós, San Adrián vivió escenas similares.

En un primer momento se hablaba de 2.000 personas entre muertos y desaparecidos, de miles de personas sin hogar y de muchas fábricas destruidas. Al final, las cifras oficiales fueron de 441 muertos, 374 desaparecidos y 213 heridos de mayor o menor gravedad, y las pérdidas materiales se evaluaron en 2.500 millones de pesetas.

La reacción del Gobierno fue contundente. Franco quiso que sus ministros estuvieran donde estaba el dolor y las necesidades de los pueblos afectados para que se adoptaran las medidas que fuesen necesarias sin dilación de ninguna clase. Por eso, al día siguiente, jueves 27, el vicepresidente del Gobierno y varios ministros, entre ellos los de Gobernación —hoy Interior—, Obras Públicas y Trabajo, estaban en el lugar del suceso para informarse de primera mano de la magnitud de la tragedia.

Cuatro días más tarde, el 1 de octubre, fue el propio Franco el que viajó a Barcelona, acompañado de los entonces príncipes Don Juan Carlos y Doña Sofía, que estaban recién casados, y del Gobierno en pleno. Allá, después de un funeral oficiado en la Catedral, se celebró un Consejo de Ministros en Pedralbes en el que se adoptaron los siguientes acuerdos: 1º.— declarar zona catastrófica a todos los pueblos afectados por las inundaciones; 2º.— invertir 100 millones de pesetas en obras de reconstrucción industrial; 3º.— conceder moratorias en los pagos y exenciones de aranceles a empresas e industrias afectadas; 4º.— conceder a las personas damnificadas las máximas prestaciones sociales y 5º.— estudiar un plan para el encauzamiento de los ríos que habían ocasionado las catástrofes.

Al día siguiente, 2 de octubre, Franco, acompañado por el vicepresidente y varios ministros, dedicó toda la jornada a recorrer las zonas arrasadas, visitando los municipios de San Adrián del Besós, Montcada, Ripollet, Sabadell, Molins de Rey, Papiol, Rubí, Les Fonts y Tarrasa. Ese día pronunció estas palabras: «Solo quiero saludaros a todos, compartir vuestro dolor y traeros el sentimiento de toda España por la catástrofe que habéis sufrido (…) Hay dos clases de daños: los daños en las personas y las víctimas que dejaron desamparados, y los daños en la propiedad, en los campos y en las fábricas. Y todo esto, que está en la mano del hombre remediarlo, será remediado, será atendido en la más amplia medida para que puedan restablecerse los campos, las cosas y las fábricas (…) En la primavera quiero venir por aquí para ver cómo se ha restablecido todo y habéis visto borrarse el recuerdo de la noche dantesca que cayó sobre esta población».

De inmediato se iniciaron los trabajos de reconstrucción que, en parte, se vieron inutilizados por las torrenciales lluvias que volvieron a caer sobre esa zona entre el 4 y el 7 de noviembre.

Franco regresó. No lo hizo en la primavera, como había dicho, sino ya en el verano, en el mes de julio del año siguiente y en Rubí le fue tributada una de las bienvenidas más emocionantes de la historia de Cataluña porque miles de personas se congregaron en la plaza del Ayuntamiento para agradecerle desde lo más íntimo de sus corazones doloridos que hubiese cumplido su promesa. Fue allá donde dijo: «Sobran las palabras cuando se manifiestan los hechos (…) hay que acudir con solidaridad estrecha, cuando una población sufre una calamidad como la que padecisteis».

Si uno compara ese estilo de gobernar de entonces, con hechos, sin palabrería ni de cara a la galería, con el que el que el actual Gobierno está teniendo para remediar los daños de la Dana de Valencia del pasado octubre, como en las películas, cualquier parecido es pura coincidencia. Por eso no nos puede sorprender que Franco, con la imagen que de él nos venden ahora, pudiera recibir el cariño del pueblo mientras que un demócrata como Sánchez se ve obligado a tener que huir de la zona de la catástrofe y no se atreve a regresar a ella.

  • José Ignacio Palacios Zuasti fue senador por Navarra
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