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tribunaJosé Ignacio Palacios Zuasti

Memoria hemipléjica

El Ayuntamiento de Mislata, en el que 15 de sus 21 corporativos son socialistas y de Compromís, ha decidido, con el apoyo del Partido Popular, quitar los nombres de mis paisanos Víctor Pradera y Manuel Irurita a dos calles de la localidad, mientras mantiene la de Dolores Ibárruri ‘Pasionaria’

Actualizada 01:30

La coalición de socialistas, comunistas, separatistas y terroristas que nos gobierna pretende, por ley, falsificar la historia e imponer la mentira de que la República fue un régimen ideal que defendió la libertad y la democracia. Para ello borran la Revolución del 34, el Frente Popular o el asesinato de Calvo Sotelo y hacen que todo empiece el 18 de julio de 1936, cuando unos generales decidieron acabar con ella. Y, como ha sucedido ahora en Mislata (Valencia), eliminan a todos los que no fueron de su bando.

Ese Ayuntamiento, en el que 15 de sus 21 corporativos son socialistas y de Compromís, ha decidido, con el apoyo del Partido Popular, quitar los nombres de mis paisanos Víctor Pradera y Manuel Irurita a dos calles de la localidad, mientras mantiene la de Dolores Ibárruri ‘Pasionaria’, la que declaró que al comenzar la guerra «todo el aparato estatal fue destruido y el poder del Estado pasó a la calle.». Esos corporativos no pueden alegar que el asunto les ha cogido de improviso porque en noviembre de 2023, ante una reclamación del senador de Compromís Carles Mulet, ese Consistorio comunicó al Senado que iba a cambiar los nombres de las calles con «denominación franquista», por lo que tiempo han tenido para informarse sobre ellos. Yo se lo voy a resumir.

Víctor Pradera Larumbe nació en Pamplona en 1873, aunque se consideró de Echalar (Navarra). Ingeniero de Caminos y doctor en Derecho, orador belicoso y mordaz, notable escritor y eminente polemista, era uno de los personajes más importantes del Tradicionalismo y, a pesar de ser visceralmente odiado por los nacionalistas vascos, por haber echado un jarro de agua fría al entusiasmo fuerista reinante entre alcaldes y concejales en la Asamblea Municipal de 1918, en la que se pedía la reintegración foral plena, siempre se consideró vasco. Fue diputado a Cortes en varias legislaturas durante la Monarquía y, en 1933, con la República, fue elegido vocal del Tribunal de Garantías Constitucionales.

En el mes de julio de 1936, como todos los años, Pradera viajó de Madrid a San Sebastián para su descanso estival y allí le pilló el estallido de la guerra civil. El 2 de agosto fue detenido por solidarios vascos y anarquistas de la CNT, que portaban una orden de detención firmada por Telesforo Monzón, en el hotel Úrsula, y, aunque gozaba de la máxima inmunidad y advirtió: «no me pueden detener por mi calidad de vocal del Tribunal de Garantías, ni tampoco me pueden juzgar», como un vulgar asesino, fue conducido a la cárcel de Ondarreta, donde permaneció preso en una celda, junto con su hijo Javier, hasta que el 6 de septiembre, sin juicio previo, fue vilmente asesinado en el cementerio de Polloe, no sin antes haber dicho: «Este crucifijo que llevo en mis manos es el camino de la Verdad y la Vida. Muero como Cristo, perdonando». Un día después asesinarían a su hijo.

Mi segundo paisano es Manuel Irurita Almándoz, nacido en Larrainzar, Navarra, en 1876. Al proclamarse la II República, era obispo de Lérida y tal y como recoge El Debate de 19 de abril de 1931, se adelantó a las instrucciones del Nuncio y el día 16, en una Carta Circular, mostró su lealtad a la República y ordenó a los sacerdotes «no mezclarse en contiendas políticas», «evitar -en las predicaciones- las alusiones directas o indirectas al estado actual de cosas» y «guardar con las autoridades seglares todos los respetos debidos y colaborar con ellas». En 1930 pasó a la diócesis de Barcelona y, el 21 de julio de 1936, cuando el Palacio Episcopal era asaltado y saqueado, tuvo que huír encontrándose en la calle con Antonio Tort Rexachs que le dijo: «En mi casa estará seguro». Allí permaneció hasta que el 1 de diciembre una patrulla lo detuvo, para asesinarlo, el día 4, en Moncada, siguiendo así la misma suerte de 216 sacerdotes y 384 religiosos de esa diócesis. Nada sorprendente porque el presidente Luis Companys, al ser preguntado, en agosto de 1936, por la revista L'Oeuvre sobre la posibilidad de la reapertura del culto católico en Barcelona, respondió: «¡Oh! Este problema no se plantea siquiera, porque todas las iglesias han sido destruidas». Después, Juan Simeón Vidarte, vicesecretario general del PSOE entre 1932 y 1939, contaría en sus Memorias que durante la guerra pasó por Barcelona y se entrevistó con Companys y «cuando le dije que hacía el viaje acompañado de un fraile, soltó una carcajada: «De esos ejemplares, aquí no quedan.»»

Los corporativos de Mislata habrán comprobado que Pradera e Irurita no pudieron ser franquistas y nada tuvieron que ver con el devenir de la guerra civil. Por eso, al apoyar tal acuerdo, han colaborado con el relato que ahora nos quieren imponer de una Memoria hemipléjica en el que se nos vende que los de un bando, en el que se gritaba «¡Viva Rusia!», «¡Gora Euskadi!», «¡Viva el comunismo libertario!», «¡Viva Stalin!», y hasta «¡Muera España!» y en el que nunca se oyó un «¡Viva la democracia!», y sus batallones se llamaban: «Revolución de Octubre», «Carl Marx», «Stalin», «Lenin», o «Rusia» y ninguno «Democracia» eran los demócratas y que los del otro bando, en el que los gritos eran «¡Arriba España!», «¡Viva España!» y «¡Viva Franco!», y sus batallones eran «Lácar», «San Miguel» o «Navarra», y ninguno se llamó ni «Hitler» ni «Mussolini», eran los fascistas. ¡Así nos reescriben la Historia!

  • José Ignacio Palacios Zuasti fue senador por Navarra
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