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Antonio Pérez Henares
Historias de la historiaAntonio Pérez Henares

Ana de Mendoza y de la Cerda, los misterios de la princesa del parche en el ojo

Aristócrata ambiciosa con gran influencia en la corte, Ana de Mendoza y de la Cerda acabó sus días en prisión por orden de Felipe II, acusada de complicidad en un asesinato

Actualizada 04:30

Ana Mendoza y de la Cerda, princesa de Éboli

Ana Mendoza y de la Cerda, princesa de Éboli

El balcón enrejado de su propio palacio en el que estaba prisionera y al que le dejaban asomarse tan solo una hora al día es el símbolo más emblemático de Pastrana. Ese balcón, evoca y desprende todos los misterios, las leyendas, la gloria y la tragedia de la más bella y misteriosa, aún tuerta o más por ello, poderosa, intrigante y desdichada dama de la historia de España: Ana Mendoza y de la Cerda, princesa de Éboli.

La villa ducal de Pastrana (Guadalajara) sigue envuelta y presume de mantener vivo su efluvio y su impronta. El palacio con ese mirador en su costado, preside la gran plaza y por doquier asoma su recuerdo: la colegiata, donde se encuentra su tumba y el impresionante catafalco en que hizo su postrer viaje hacia la tumba o el convento carmelita donde llegó a profesar como monja rezuman algo de su aroma, de sus pecados y de sus secretos.

El balcón en el que se asomaba la princesa de Éboli en el palacio ducal de Pastrana

El balcón en el que se asomaba la princesa de Éboli en el palacio ducal de Pastrana

Pastrana la recuerda y la conmemora, oficial y popularmente. Le ponen a sus dulces y bizcochos su nombre y celebran, con mucho empeño y galanura, un festival cada mes de julio donde las gentes se visten para la ocasión con las galas y las ropas de la época que fue, sin duda, el momento de mayor esplendor de su villa.

Sin embargo, aunque murió allí, nació en la no muy lejana y también linajuda población guadalajareña de Cifuentes (1540). Su madre era María Catalina de Silva y Álvarez de Toledo, una de las hijas del conde que llevaba como título el nombre de la villa, formaba parte del linaje de los duques de Medinaceli y su padre, Diego Hurtado de Mendoza y de la Cerda, nieto del Gran Cardenal Mendoza, que no por serlo dejó de tener hijos.

Los Mendoza fueron por aquel entonces la familia nobiliaria mas poderosa e influyente de España, tanto durante el reinado de los Reyes Católicos como de sus sucesores, la que marcó el relevante papel de doña Ana en la Corte, tanto del Emperador Carlos V como luego de Felipe II. Pero no hay que olvidar, al leer su nombre secular y completo, su apellido de la Cerda, por su descendencia del mayor de los infantes de las Cerda, los nietos de Alfonso X el Sabio a los que su tío Sancho IV, el Bravo desposeyó de sus legítimos derechos al trono aprovechando que su hermano mayor había muerto antes que lo hiciera el rey Sabio. Esta condición de ser de real linaje la llevo siempre a gala y pudo estar en el origen de algunas reales inquinas.

Los príncipes de Éboli, en la Colegiata de Pastrana

Los príncipes de Éboli, en la Colegiata de Pastrana

Sin embargo, tan impactantes abolengos no le hubieran servido del todo para escalar las máximas alturas en la que se movió desde muy joven sino hubiera sido por su matrimonio y la personalidad de su marido, el portugués Ruy Gómez de Silva, amigo desde su juventud del entonces príncipe, y luego su primer secretario y gran valido, hasta su muerte, del rey Felipe II.

Gozó, y fue digno de ella, de su mayor confianza que no se cansó de agradecer el monarca mientras vivió, otorgándole todo tipo de honores y riquezas compartidos con su esposa, príncipes de Éboli, duques de Pastrana y de Estremera, y que incluso trasladó a sus hijos tras su muerte pero no a la viuda a la que acabó por profesar gran inquina. Quizás, con razón y motivos, o tal vez sin ella, y por celos y despecho.

Lo que no ofrece duda alguna es la fascinante belleza y seductora personalidad de doña Ana, a quien su famoso parche en el ojo, para tapar parece un accidente producido por un florete practicando esgrima, no hacía sino añadir mayor encanto y misterio. Casada por poderes muy joven, niña de 12 años, el urdidor de los acuerdos y quien firmó las capitulaciones con los padres de la novia fue el propio príncipe Felipe, pero no pudo celebrarse el matrimonio, Ruy hubo de viajar con Felipe a su boda con la reina inglesa, hasta cuatro años mas tarde, en 1557.

La Ebolí, culta, alegre y de rápida inteligencia, se convirtió en una de las estrellas de la corte y aunque entonces no hubo al respecto noticia alguna es cuando ya algunos señalan la posibilidad de un amorío con el propio monarca. o incluso antes. Pero lo ciertos es que en aquellos años de su juventud y matrimonio, amén de dar a luz a nada menos que 10 hijos, de los cuales llegaron a la madurez un total de nueve, su papel fue tan relevante como benéfico. Amiga del propio Felipe y de la que sería su segunda y bien amada segunda mujer, la bella y dulce Isabel de Valois, lo fue también de su fulgurante y resplandeciente hermanastro, don Juan de Austria y de su primo el gran Alejandro Farnesio. Fue doña Ana también una de las pocas que, junto a los anteriores intentó la imposible misión de atemperar al trastornado y violento esquizofrénico el príncipe Carlos, primogénito y heredero de Felipe II.

Mientras vivió Ruy Gómez de Silva lo cierto es que no hay tacha significativa alguna, ni se le imputa tampoco, ni en su comportamiento ni en sus actividades ni cortesanas ni políticas. Sería tras su muerte cuando la princesa comenzaría a lo que entonces y ahora se ha llamado «dar que hablar».Y la primera controversia fue a tenerla nada menos que con una mujer de enorme y singular relevancia. La luego santa, Teresa de Jesús.

Teresa de Jesús tuvo varios enfrentamientos con la princesa consorte de Éboli

Teresa de Jesús tuvo varios enfrentamientos con la princesa consorte de Éboli

Los duques le habían ayudado en sus fundaciones y de hecho habían contribuido a la fundación de dos conventos. Por Pastrana había parecido con similares propósitos otros de los grandes de la espiritualidad de la lírica, san Juan de la Cruz. Queda fuerte huella y recuerdo de ambos en la villa. También algún rastro previo de desavenencias, entre la Mendoza y la carmelita, por donde y como y de qué manera hacerlos, que serenó poniendo paz en ellas Gómez de Silva. Fue al morir éste cuando estalló el conflicto.

Lo acaecido fue que la duquesa, al quedar viuda, en un ataque de fe religiosa, decidió meterse a monja. No solo ella, sino acompañada de varias de sus hijas. Y dicho y hecho. A regañadientes hubo de aceptarlo Teresa. Se le concedió una austera celda y ciertas prerrogativas pero pronto se le quedó muy pequeño el habitáculo, así que se trasladó con sus criadas a una casa en el huerto del recinto, donde poder tener sus armarios, arcones, vestidos, joyas y perfumes, disponer de criadas y entrar y salir a la calle cuando le placiera.

A la fundadora de las Carmelitas no le quedó otra, pues era la duquesa y señora de Pastrana, que hacer retirarse a todas las monjas, las de verdad, del convento. Al poco, doña Ana, curada de espiritualidades abandonó la villa y marchó a su palacio madrileño donde de inicio escribió un libelo muy duro contra quien luego sería elevada a los altares, que todo hay que decirlo, fue prohibido por la Inquisición.

Fue entonces, ya viuda –Gómez de Silva había fallecido repentinamente en él 1573– y regresada a la Corte cuando comenzaría un sinuoso camino que concluiría para ella de la peor manera. Siguió brillando en la corte y siempre en contacto con los más cercanos al soberano. Tanto que se convirtió en amante de quien había sucedido como secretario del rey a su marido, Antonio Pérez, un inteligente aragonés, criado y protegido por el propio Príncipe de Éboli a quien incluso se llegó a atribuir una paternidad oculta (Gregorio Marañon).

El nuevo valido no resultó, en este caso y en absoluto, digno de la confianza en el depositada sino un verdadero intrigante y muñidor de infamias. La más tóxica contra don Juan de Austria, al que hizo todo lo posible por enemistar con su hermano el Rey acusándole de todo tipo de conspiraciones contra él. Este desde los Países Bajos donde se encontraba al lado de Farnesio, envió, para intentar desbaratar sus manejos, a su secretario, Juan de Escobedo y, temeroso el Pérez de que pudiera descubrir sus intrigas, ordenó asesinarlo.

Tardó el rey Felipe en caer en la cuenta, tanto de la inocencia de su hermano, como de la culpabilidad de su secretario, pero al cabo, y tras serle presentadas abundantes e irrefutables pruebas, ordenó su detención.(1579) Fue apresado y puesto bajo custodia en Madrid aunque con ciertas libertades de movimiento. Juzgado y tras una primera sentencia logró escapar de la cárcel madrileña y se refugió en Aragón, acogiéndose a su Fuero. Los esfuerzos de Felipe II porque se resolviera su caso y fuera entregado a la justicia real chocaron con el Justicia de Aragón, Juan de Lanuza y a la postre Antonio Pérez tras una revuelta encabezada por el propio Justicia lo que le costaría la cabeza fue liberado de prisión (1590) y huyó a Francia y luego a Inglaterra. Empleó el resto de su vida en tejer toda suerte de mentiras y atrocidades sobre el reino y el rey a quienes había traicionado. Vamos, que se convirtió en uno de los grandes pilares de la Leyenda Negra.

La princesa de Éboli quedó, con ello, en una más que delicada situación y el rey Felipe, tras conocerse que había sido su amante, no creyó que hubiera sido desconocedora e inocente de los tejemanejes sino colaboradora de los mismos. Y a ella si que le alcanzó su venganza. Fue arrestada en su palacio de Madrid el mismo día de año 1579 que el secretario, privada de la custodia de sus hijos y encerrada primero en el Torreón de Pinto, luego en castillo de Santorcaz y finalmente en su propio palacio Ducal de Pastrana en 1581 del que ya no saldría en vida nunca.

Palacio Ducal de Pastrana, lugar del encierro de la princesa viuda de Éboli

Palacio Ducal de Pastrana, lugar del encierro de la princesa viuda de Éboli

Allí tuvo la compañía de tres sirvientas y su hija más pequeña que sí tomó de veras los hábitos de monja y la acompañó hasta su muerte. Al conocerse la noticia de la fuga de Antonio Pérez de la prisión de Zaragoza, a las puertas, ventanas y balcones del palacio de Pastrana se les pusieron gruesas rejas. Y a la princesa le quedó solo permitido el asomarse durante una hora a uno de ellos, el que daba a su alcoba, para poder contemplar desde allí la plaza de la villa y el valle a los pies de la misma.

La hermosa Ana de Mendoza y de la Cerda, perdidas sus esperanzas, sus misivas al rey, a quien pedía su protección como «caballero» y trataba de «primo», no recibieron contestación, se apagó dos años después en 1592, tras 13 años de encierro. Fue enterrada junto a su marido, en la colegiata de Pastrana.

La actitud del rey Felipe hacia ella estuvo presidida por una personal inquina. En sus escritos trata de «la marrana» y los calificativos de «puta» se convirtieron en el mote popular a su persona. Fue muy otro, sin embargo, el comportamiento hacia sus hijos a los protegió y cuidó con verdadero esmero. La hija mayor Ana de nombre como ella, casó con el duque de Medina Sidonia y hoy el muy mentado palacio de «Doñana» se llama así por ella.

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