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Retrato en la Abadía de Westminster que representa probablemente a Eduardo I, instalado durante su reinado

Retrato en la Abadía de Westminster que representa probablemente a Eduardo I, instalado durante su reinadoWikimedia Commons

Picotazos de historia

El comerciante de lana que robó el tesoro real del rey Eduardo I de Inglaterra

Pudlicott decidió robar el Tesoro Real como venganza por la desgracia que había sufrido por culpa del rey Eduardo

El rey Eduardo I, de la casa de Plantagenet, regía Inglaterra con mano de hierro pero también era señor de grandes territorios en el continente y por su esposa, Doña Leonor de Castilla, conde de Ponthieu en Francia. La guerra es la más cara de las actividades del ser humano y Eduardo I estuvo en guerra continua contra sus enemigos a lo largo de su vida. Para mantener los ejércitos que levantó para luchar contra Francia y Escocia tuvo que crear un nuevo impuesto conocido como «Maltolt» o «el mal impuesto».

Inicialmente el Parlamento inglés había concedido a Eduardo I la creación de una nueva tasa sobre la exportación de lana. El gravamen inicial fue de medio marco (seis chelines y ocho peniques, dos terceras partes de una libra) por cada saco de lana. El impuesto creció en años sucesivos, debido a la necesidad de ingresos para sufragar la guerra, alcanzando en 1294 los 40 chelines (dos libras) por cada saco de lana.

Ricardo Pudlicott (muerto en 1305) fue un comerciante de lanas inglés que se vio afectado por el Maltolt y muy especialmente por la economía de guerra del buen rey Eduardo I. Permítanme que lo explique.

En 1297 Eduardo «el zanquilargo», que es como le llamaban los ingleses, estaba agobiado por las deudas, en especial con las contraídas con los financieros flamencos y con los mercenarios de este origen. Los financieros al ver que Eduardo no tenía intención de hacer frente a los plazos fijados tomaron medias y dieron orden de confiscar toda mercancía inglesa en Flandes y cobrarse la deuda. Ricardo Pudlicott fue uno a los que le arrebataron cuanta mercancía había llevado. Se encontró arruinado de la noche a la mañana.

Furioso con la desgracia que sobre él se había abatido, viajó hasta Londres dispuesto a exigir responsabilidades por lo sucedido. En Westminster fue recibido por John Senche, alcaide del palacio real, y por su adjunto Guillermo Palmer. Ambos individuos tenían una reputación dudosa.

En ausencia del rey Eduardo, tanto Sanche como su adlátere Palmer organizaban unas alegres francachelas, a las que se sumaban algunos monjes de la abadía, y en las que se consumía, sin vergüenza pero con alegría, las reservas de vino y cerveza del rey. Ricardo Pudlicott se hizo asiduo de estas reuniones y su figura fue familiar para los miembros de la casa y de la abadía.

Un día vio como los monjes preparaban la mesa en el refectorio y comprobó con asombro que utilizaban cubiertos y utensilios de plata. Pocos días después encontró una escalera en una de las dependencias. La sacó y apoyó en un muro cerca de la ventana que daba a la Sala Capitular. De allí pasó al refectorio, donde robó varios objetos de plata que vendió.

"Vista noroeste de la Abadía de Westminster" de artista desconocido

«Vista noroeste de la Abadía de Westminster» de artista desconocido

Mientras consumía el producto de su delito fue dando vueltas a un nuevo y más ambicioso objetivo. En el palacio abadía de Westminster se guardaba lo que se conocía como la Guardarropía Real (Royal Wardrobe). Originariamente comprendía los ropajes reales y las joyas de la regalía. Con el tiempo se guardaba en esa estancia las riquezas, joyas, dineros y documentos más valiosos de la corona. Era el equivalente al Tesoro Real. Todas estas riquezas estaban guardadas dentro de la cripta, que estaba situada debajo de la sala capitular de la abadía. Para llegar a esta había que utilizar una escalera que partía desde dentro de la iglesia. Pues bien, Pudlicott decidió robar el Tesoro Real como venganza por la desgracia que había sufrido por culpa del rey Eduardo.

Aunque luego afirmó haber construido un túnel para entrar jamás se encontró este ni agujero que lo delatase. Se sospechó del sacristán de la abadía, que esa noche la cerró aislándola del exterior, no permitiendo la entrada ni la salida de nadie durante la noche de autos. Sospechoso, pero no pudo probarse nada.

Pasaron dos meses antes de que se dieran cuenta del robo perpetrado y ello fue por que empezaron a aparecer piezas de plata, joyas y cubertería en los lugares más insospechados y por toda la ciudad. Alertado, el rey Eduardo I, dio orden de que se investigara. El Guardián de la Guardarropía Real (del Tesoro), John Droxford, se presentó en Westminster el 20 de junio de 1303. Llevaba consigo las llaves de la cripta. Una vez dentro se llevó a cabo un inventario de los objetos y riquezas, que se comprobó con el inventario anterior.

Confirmado que habían robado, se dio orden de buscar todo objeto de valor, de origen o procedencia dudosa, en todos las casa de empeño, burdeles, tabernas, tugurios y donde fuere. Aparecieron más piezas y joyas, y la información obtenida dio lugar a más recuperaciones y a más detenciones. Al final se detuvieron a 48 monjes, incluido el abad, y otras 32 personas, miembros del personal del palacio o ajenos.

Plano de la abadía y el palacio de Westminster, extraído de "A Mediaeval burglary" de Thomas Frederick Tout

Plano de la abadía y el palacio de Westminster, extraído de «A Mediaeval burglary» de Thomas Frederick Tout

El juicio se inició a principios del año de 1304 y en el se declaró culpable a Ricardo Pudlicott, a Guillermo Palmer y a once personas más, varios de ellos monjes. En el mes de marzo se llevó a cabo una primera tanda de ejecuciones: Guillermo Palmer y cinco individuos empleados entre los funcionarios del palacio real, fueron ejecutados con el espeluznante refinamiento que se reservaba contra aquellos que atentaban contra la vida o el patrimonio de los reyes.

En la primavera de 1305 regreso Eduardo I de la guerra contra Escocia. Para entonces Ricardo Pudlicott había firmado una confesión por la que se declaraba único culpable y daba una versión – que no se creyó nadie – de como había llevado a cabo el robo. Según él había cavado un túnel desde el cementerio hasta el interior de la cripta. De este túnel jamás se encontró señal alguna.

Para Eduardo la confesión de Pudlicott era muy conveniente. No podía torturar ni ejecutar a los monjes pues estaban bajo la jurisdicción del derecho canónico. El intentar ejercer justicia sobre ellos hubiera llevado a un enfrentamiento con el papado y con toda la Iglesia de Inglaterra. El aceptar la versión del comerciante de lanas simplificaba todo. Además se había recuperado la mayor parte de los objetos y dineros robados – se calculó que sacaron unas 100.000 libras en plata y joyas, el equivalente a las rentas de un año del reino -. Por ello la confesión de Pudlicott, aunque no se la creía nadie, se dio por buena para poder dar un oportuno punto final a un desagradable asunto que, afortunadamente, había terminado bien.

Ricardo Pudlicott fue ejecutado en fecha desconocida ese mismo año. Al día de hoy sigue siendo un misterio como consiguió entrar en la cripta y robar el Tesoro Real.

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