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Nido de ametralladoras francés durante la segunda batalla del Marne, 1918

Nido de ametralladoras francés durante la segunda batalla del Marne, 1918

¿Se utilizó armamento vasco en la Primera Guerra Mundial?

Durante los cuatro años de guerra, la industria armamentística vasca se convirtió en la mayor exportadora de armas cortas de la contienda

Cuando estalló la Primera Guerra Mundial en 1914, España se mantuvo al margen del conflicto, manteniendo su neutralidad a lo largo de toda la contienda. Sin embargo, la guerra no solo se combate en los campos de batalla, sino también en las fábricas, donde la producción de armamento se convierte en un negocio lucrativo. En este contexto, la industria armamentística de las Vascongadas vivió su época de mayor esplendor, convirtiéndose en un proveedor clave de armas cortas para los ejércitos aliados.

Desde mediados del siglo XIX, esa región había sido un refugio para los armeros españoles, quienes aprovecharon la pujante industria del norte para desarrollar un sector especializado en la fabricación de revólveres, carabinas y escopetas de caza, principalmente destinadas al mercado civil. Sin embargo, a principios del siglo XX, este sector se encontraba en declive debido a las crecientes restricciones nacionales e internacionales sobre la tenencia de armas. Todo cambió en 1914 con el inicio de la Gran Guerra.

Al principio, el impacto del conflicto en la economía global generó una paralización de los mercados. Los bancos dejaron de conceder créditos y los compradores dudaban en realizar inversiones. No obstante, a medida que la guerra se extendía y las necesidades militares se hacían más acuciantes, la demanda de armamento se disparó. En abril de 1915, las primeras exportaciones de armas vascas comenzaron a salir hacia Francia, que necesitaba abastecer con urgencia a su ejército frente a la amenaza alemana.

La guerra trajo consigo una revolución en la tecnología militar, con la aparición de ametralladoras, aviones, submarinos y armas químicas. Sin embargo, en el combate cuerpo a cuerpo, un arma mucho más pequeña cobró un protagonismo inusitado: el revólver.

Históricamente, los enfrentamientos cercanos en la guerra se habían resuelto con cuchillos o bayonetas, pero la necesidad de limpiar las trincheras de enemigos dio un nuevo impulso a las armas de fuego cortas. Aquí es donde la industria vasca demostró su gran capacidad de producción y adaptación.

Pistola Ruby

Pistola Ruby

Francia se convirtió en el principal comprador de armas fabricadas por los vascos, pero no fue el único. El Reino Unido, Italia e incluso Rumanía también adquirieron grandes cantidades de armamento. En total, más de dos millones de revólveres y pistolas fueron exportados desde España a lo largo del conflicto, una cifra impresionante para una nación que no participaba directamente en la guerra.

Entre los modelos más vendidos destacan la pistola «Ruby», una copia sin licencia de la Browning 1903/6 estadounidense, y el revólver «.38 Eibar». La «Ruby», una pistola semiautomática de fácil recarga y alta cadencia de tiro, fue la preferida del Ejército francés, aunque su cartucho era de menor potencia en comparación con los revólveres tradicionales. Por su parte, el «.38 Eibar», con su cilindro de seis cartuchos, fue ampliamente utilizado por las tropas británicas.

La calidad de estas armas variaba considerablemente según la fábrica de origen. Aunque los aliados impusieron ciertos estándares a los fabricantes vascos, estos no siempre se cumplieron rigurosamente. A pesar de ello, la demanda era tan alta que incluso los modelos de menor calidad fueron adquiridos y utilizados en el frente.

Durante los cuatro años de guerra, la industria de armamento vasca se convirtió en la mayor exportadora de armas cortas de la contienda. No obstante, el final inesperado del conflicto en noviembre de 1918 supuso un golpe devastador para las fábricas del sector.

Los pedidos que hasta semanas antes eran constantes fueron cancelados de inmediato, y muchas de las armas ya producidas quedaron sin comprador. Además, la enorme cantidad de material bélico excedente que los ejércitos aliados pusieron en venta provocó un colapso del mercado, impulsando el comercio de segunda mano y el mercado negro.

Las fábricas vascas, que habían florecido con la guerra, comenzaron a cerrar sus puertas en la década de 1920, marcando el fin de la «Edad de Oro» de la industria armamentística vasca. Lo que había sido un auge sin precedentes se convirtió en un declive abrupto, dejando atrás una huella indeleble en la historia industrial de esa pequeña región norteña y en la memoria de un conflicto que, aunque librado lejos de las fronteras españolas, tuvo en la industria nacional un actor inesperado y crucial.

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