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La flota británica entrando en La Habana en 1762

La flota británica entrando en La Habana en 1762

El duelo entre España y Gran Bretaña por el control de Cuba

Como consecuencia de la rivalidad establecida desde hacía décadas, España declaró la guerra a Gran Bretaña en enero de 1762 y Cuba se convirtió en objetivo de la Armada británica, deseosa de controlar el mar Caribe

El 6 de junio de 1762, los 10.000 defensores de La Habana pudieron observar la llegada de fuerzas británicas que, al día siguiente, comenzaron las hostilidades y el largo asedio de la ciudad que caería, finalmente, el 13 de agosto de 1762.

Para Londres, la captura de la ciudad supuso el cierre del paso del océano Atlántico a las flotas españolas, ampliando el comercio inglés en las Antillas y en todas las costas del Caribe, al tiempo que se imponía su control en una posición estratégica fundamental, dotada de un astillero y un arsenal destacables. La Habana advirtió la inmediata irrupción de los capitales británicos en la isla pues, desde sus trece colonias de Norteamérica, llegaron comerciantes en productos alimenticios, tratantes de caballos y granos; desde Inglaterra, vendedores de lienzos, lanas y vestidos.

Se estableció un activo comercio con las colonias británicas, siendo el tráfico de esclavos el más importante. En los siguientes once meses, llegaron a arribar al puerto cubano más de 700 barcos mercantes, cuando nunca en todo un año habían entrado más de una quincena. Para España supuso un duro golpe la noticia de la caída de La Habana y su explotación económica por los británicos.

Pero la conciliación se adivinaba en el horizonte. Conseguidos todos sus objetivos, Londres no tenía interés en prolongar la guerra, y tampoco Francia —aliada con España en su Tercer Pacto de Familia— deseó seguir experimentado sucesivas derrotas marítimas.

La paz de Hubertburg entre Prusia, Austria y Sajonia, e1 15 de febrero de 1763, confirmó el equilibrio de fuerzas en Europa y el final de la guerra de Siete Años. Cinco días antes se había firmado la paz de París entre Francia, Gran Bretaña y España, en la cual París renunciaba al Canadá, recuperando La Martinica, Guadalupe y otros enclaves estratégicos; entregaba a Londres parte de Senegal a cambio de la devolución de Pondichery; cedía a Carlos III la Luisiana, a fin de recompensar a España por la pérdida de la Florida, en manos británicas, que fue el territorio en trueque que facilitó la recuperación española de La Habana y Manila.

La diplomacia europea volvía a confirmar la supremacía británica en los mares, pues también exigió la renovación de los tratados comerciales con España una vez terminada la guerra. Sin necesidad de retener las bases conquistadas a sus enemigos, el Reino Unido quedó convencido de que el dominio del océano atlántico le aseguraba el control del Caribe.

El 30 de junio de 1763 llegó a Cuba el conde de Ricla, representante de la Corona española, que inició los trámites para la evacuación de las autoridades británicas. Madrid continuó la serie de medidas —que antes de la toma de La Habana— se habían intentado realizar con el fin de acrecentar el control político y económico de la isla. El objetivo fue que Cuba estuviese convenientemente defendida y controlada sin tener que invertir gastos metropolitanos ni depender continuamente del envío de dinero del virreinato de Nueva España. Pronto se advirtió que la isla podía generar numerosos recursos con la explotación azucarera por lo que se facilitó la entrada de africanos para las plantaciones.

La conquista de La Habana por los ingleses había demostrado algunos puntos vulnerables del Imperio español pero actuó como estímulo para la puesta en marcha de reformas por el gobierno de Carlos III. Se inició un proceso de liberalización del comercio exterior en 1765, al autorizarse el intercambio directo de Cuba con nueve puertos peninsulares. La creación de la intendencia de La Habana, la primera en América, facilitó la modernización administrativa del territorio, aunque la isla continuó recibiendo dinero de México para sufragar los gastos militares de defensa. La Habana fue fortificada nuevamente y dotada de mejores tropas permanentes.

Cañones de asedio ingleses frente al Morro (Dominic Serres, 1769)

Cañones de asedio ingleses frente al Morro (Dominic Serres, 1769)

El conde Ricla, primo hermano del conde de Aranda, el principal ministro de Carlos III, fue nombrado gobernador de Cuba, asumiendo como principal misión el impulso de esta nueva política colonial. Ricla eliminó la prohibición de la salida de buques fuera del sistema de flotas, suprimió los privilegios de la Real Compañía de Comercio de La Habana, organizó un nuevo sistema de correos y promulgó un nuevo reglamento de ley arancelaria.

En 1778 nuevamente estalló la guerra entre España y Francia contra Gran Bretaña al apoyar la rebelión de las trece colonias contra Londres. La escuadra situada en La Habana fue encuadrada dentro de las operaciones militares planteadas por Madrid en el Caribe. Se formó en 1780 ante el paso de una poderosa formación británica –al mando del almirante Rodney– hacia aquella isla, amenazando a sus defensores. Comandada por el jefe de escuadra José Solano estuvo formada por 13 navíos, 21 fragatas, 13 bergantines, 14 navíos menores y un número de embarcaciones menores, con 12.500 soldados.

La flota española se concentró en defender Cuba, las Antillas y ayudar a las tropas de Gálvez que, tras una larga campaña, lograron tomar la ciudad de Pensacola, el 11 de mayo de 1781. Ello supuso la recuperación de Florida para la Corona española y la consecución de la vieja aspiración de sus reyes de dominar por completo el seno mexicano, lo que certificó la Paz de Versalles de 1783 con la derrota de Gran Bretaña.

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