África
Las pugnas étnicas y políticas llevan a Etiopía al límite de la guerra civil
Lo que estamos viendo en los últimos días es la presencia de más grupos armados que luchan por una franja más grande de territorio
En verano, mientras todos prestábamos atención a Afganistán, la situación en Etiopía se descomponía aceleradamente. La situación del país africano realmente ha ido de mal en peor; los combates que comenzaron en noviembre del año pasado entre las fuerzas de la región de Tigré y las fuerzas del Gobierno federal atrajeron muy rápidamente a grupos armados adicionales desde Eritrea.
Lo que estamos viendo en los últimos días es la presencia de más grupos armados que luchan por una franja más grande de territorio mientras la crisis humanitaria, que capta gran parte de la atención del mundo, persiste y de alguna manera ha empeorado al encontrar obstáculos para llevar alimentos y otros tipos de asistencia a las personas necesitadas.
Etiopía es un país de aproximadamente 110 millones de habitantes y se estima que tiene hasta 90 grupos étnicos diferentes. Tigré es un estado en la parte norte del país y los tigrayanos constituyen aproximadamente el 5 % de la población etíope. Para entender cómo un grupo étnicamente tan pequeño está en una batalla con el Gobierno central tenemos que dar un paso atrás en la historia de Etiopía.
El Frente de Liberación Popular de Tigray (TPLF) ha sido una especie de actor dominante en el establecimiento del estado etnofederalista de Etiopía. Durante las últimas tres décadas –desde 1991– el estado estaba gobernado bajo la bandera del Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope (FDRPE) que había sido una gran coalición de varios partidos diferentes, cuyos orígenes como organización fue la guerrillera marxista-leninista en gran parte étnicamente distribuida en regiones, pero había un partido dominante entre ellos y ese era el TPLF.
El FDRP fue constituido en 1990 aglutinando al conjunto de fuerzas opositoras al régimen comunista de Hailé Mariam Menghistu del Partido de los Trabajadores de Etiopía, durante la Guerra Civil de Etiopía y bajo la dirección de Meles Zenawi derribó al Gobierno tomando la capital, Addis Abeba el 27 de mayo de 1991.
Desde entonces, los integrantes de la coalición –a pesar de sus asimetrías en cuanto a representación étnica– se trataron entre iguales en el sistema político etíope y eso también se replicó en los Servicios de Seguridad. Es importante señalar que el TPLF en su manifiesto ideológico preveía la secesión de la región de Tigré de Etiopía y la formación de una República Comunista Independiente.
Este largo período de gobierno se caracterizó por un estilo bastante autocrático, que salió a relucir con una respuesta estatal excesivamente represiva contra las personas que expresaron su insatisfacción o disentimiento por asuntos sociales o políticos.
En 2018, cuando llegó al poder Abiy Ahmed Alise logró superar el período de dominio del TPLF y tuvo un período de ‘luna de miel’ bastante exitosa en muchos sentidos, anunciando un conjunto de reformas políticas y liberando a los presos que eran considerados políticos. Asimismo, muchos miembros de la diáspora etíope que habían huido del país regresaron para ayudar a reconstruir el país. Se comprendió en aquel momento que Etiopía iba a tener más espacio político para disentir. Abiy logró suscribir un acuerdo de paz con Eritrea y terminó ganando el premio Nobel de la Paz en 2019 como mérito por acabar con una larga guerra entre ambos países que se cobró más de 70.000 vidas.
Pero como esas tensiones étnicas y políticas subyacentes, volvieron las manifestaciones populares a Etiopía y se vieron las mismas acciones represivas que hicieron crecer las tensiones entre el TPLF y el Gobierno, por lo que el primer ministro Abiy separó del Gobierno y el Ejército a los militantes del TPLF lo que generó mucho resentimiento y una sensación de privación de derechos ante el creciente distanciamiento. Cuando Abiy formó un nuevo partido político, con clara orientación a la derecha, se bloqueó las posibilidades de trabajo con el TPLF.
Adicionalmente, la crisis de la Covid-19 provocó un aplazamiento en las elecciones nacionales de Etiopía y esto contribuyó a profundizar las diferencias, puesto que la propia constitución del país realmente no lo permitía. El Gobierno regional de Tigré, dominado por el Frente de Liberación Popular de Tigré, decidió seguir adelante con las elecciones en un claro desafío a las autoridades federales la cuales se llevaron a cabo en esa región en septiembre del año pasado, mientras que se pospusieron en el resto del país. Esto llevó a una especie de escalada en las tensiones políticas y acusaciones mutuas en la que ambas fuerzas políticas se deslegitimizan unos a otros.
En gran parte, el origen del problema está en que Etiopía se ha establecido sobre un modelo etnofederalista y conocedores de la región atribuyen las tensión políticas a la división étnica y su asentamiento territorial, pero para Michelle Gavin, investigadora principal para estudios de África en el Council on Foreing Relations «no se trata necesariamente tanto de identidad como de derechos y oportunidades económicas como el acceso a la tierra y los recursos».
Si bien es cierto, los líderes de Gobierno regionales organizados en torno a la identidad étnica obtuvieron fuerzas armadas que ahora se han movilizado como parte de este conflicto «no necesariamente se trata de un odio profundamente sembrado hacia el otro» sino que «se trata de cómo se extienden las oportunidades en ese vasto país». explica Gavin.
Luego de la esperanza que despertó el Gobierno de Abiy Ahmed Ali por llevar el desarrollo en esta zona del Cuerno de África y que Etiopía se convirtiera en un país que jugara un papel estabilizador en la región, ahora se ha transformado en una preocupación para la comunidad internacional sobre todo por que estalle una guerra civil a gran escala que profundice la crisis humanitaria de por sí ya grave.