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El primer ministro italiano, Mario DraghiAFP

Italia

Draghi se harta del debate sobre la presidencia: «No responderé a ninguna pregunta»

El primer ministro se niega a responder a los rumores que lo sitúan como jefe de Estado y se centra en la gestión de la pandemia de coronavirus y sus consecuencias económicas y sociales

Mario Draghi dejó a los periodistas con la palabra en la boca. O al menos a aquellos que pretendían sonsacarle alguna declaración sobre los rumores que lo sitúan como candidato a suceder a Sergio Mattarella como presidente de Italia.

«No voy a responder a ninguna pregunta sobre el Quirinale», aclaró en una rueda de prensa para explicar el último decreto del consejo de ministros sobre las nuevas medidas de control de la pandemia de coronavirus.

El primer ministro italiano tiene demasiados frentes abiertos entre las nuevas medidas para atajar la ola de ómicron, el paquete de ayudas sociales para paliar los efectos de la pandemia y los planes de recuperación económica, como para distraerse en futuribles que lo sitúan como próximo inquilino del Palazzo del Quirinale, sede de la presidencia de la República Italiana.

En las últimas semanas el ruido entre diputados, analistas y periodistas que sueñan con ver a Draghi como jefe de Estado ha distraído la atención de lo que realmente importa a la presidencia del Consejo de Ministros.

Esos tres asuntos, gestión sanitaria de la pandemia, ayudas sociales a los más afectados por las restricciones y recuperación económica, han sido los ejes de la presidencia del expresidente del Banco Central Europeo. Y a Italia le ha ido muy bien.

El prestigio de Draghi se ha disparado, goza de una enorme popularidad entre los ciudadanos italianos y su gestión es un modelo a seguir en Europa. Tal vez por eso, los diputados del Partido Democrático, el Movimiento 5 Stelle y otros partidos de izquierda y liberales pretenden que sea él quien suceda a Mattarella en un puesto, el de presidente de la República, donde el prestigio y la respetabilidad lo es todo.

Son precisamente esas características, prestigio y respetabilidad, lo que la izquierda argumenta que le falta al otro candidato que ha despuntado en las últimas semanas, el ex primer ministro Silvio Berlusconi.

La imagen de Berlusconi ha quedado irremediablemente anclada a los casos de corrupción de su tiempo al frente del consejo de ministros y, sobre todo, a las funestas fiestas «bunga-bunga», fiestas sexuales con prostitutas, algunas menores de edad, celebradas en su residencia milanesa. La izquierda no quiere ni oír hablar de su candidatura.

Sin embargo, en el partido del «Cavaliere», Forza Italia, y en los demás partidos de derecha, la Lega de Matteo Salvini, y los Fratelli d’Italia de Giorgia Meloni, defienden que Mario Draghi debe permanecer al frente del consejo de ministros para terminar de sacar a Italia de la crisis del coronavirus.

Argumentan también que la salida de Draghi del Palazzo Chigi, sede del consejo de ministros, rompería los consensos creados en torno a su persona en el parlamento, por lo que habría que repetir elecciones.

Mientras tanto, el primer ministro se mantiene ajeno a todo este ruido, y con su habitual tono sereno, ha atajado cualquier tentación de la prensa por mezclarle en un debate que le irrita. Draghi se centró en sus asuntos y advirtió a la prensa, y al pueblo italiano, que 2022 será «un año que deberemos afrontar con realismo, prudencia, pero, también, con confianza y, sobre todo, unidad».

Y a continuación, pronunció una frase en apariencia sin importancia, pero que ha eliminado uno de los grandes miedos de la población italiana: el cierre de las escuelas por la incidencia de ómicron. «La escuela es fundamental para la democracia y debe protegerse, no abandonarse (…) No tiene sentido cerrar la escuela antes que lo demás», afirmó, y con una sola frase mostró más empatía con los ciudadanos que con cualquier debate presidencial.