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German Chancellor Olaf Scholz arrives for a closed meeting of the cabinet, the first such meeting since the new government is in place, on January 21, 2022 at the Chancellery in Berlin. (Photo by Tobias SCHWARZ / AFP)

El canciller alemán, Olof ScholzAFP

¿Por qué Alemania se coloca en la retaguardia de la crisis de Ucrania?

Berlín cree que un paso en falso podría empujar a Rusia a los brazos de China, cortarle el grifo del gas, dejar facturas impagadas y perjudicar los intereses de empresas germanas

El diario The New York Times se hacia eco, estos días, de que Joe Biden estaba considerando movilizar más buques de guerra, aviones de combate y un amplio contingente ante la amenaza de que Rusia invada Ucrania. El conocido periódico, citando una fuente gubernamental (no identificada) informaba de que «funcionarios del Pentágono han presentado a Biden en Camp David, diversas opciones que contemplan reubicar entre 1.000 y 5.000 soldados y, en caso de que la escalada aumente, llegar hasta los 50.000 efectivos».

Varios estados miembros de la OTAN ya han anunciado incrementar su presencia militar en Europa del Este, con buques de guerra y aviones de combate adicionales: Dinamarca enviará una fragata al Mar Báltico y cuatro aviones de combate F-16 a Lituania para fortalecer la vigilancia aérea en su frontera. Incluso, algún barco español ha zarpado para unirse a las formaciones marítimas permanentes de la Alianza. También, Madrid ha prometido trasladar aviones de combate a Bulgaria. Francia ha mostrado su voluntad de enviar tropas a Rumanía, bajo mando de la OTAN, y Holanda quiere enviar dos aviones F-35 a Bulgaria, a partir de abril.

Alemania, sin embargo, no ha clarificado mucho su contribución, solo un portavoz del Ministerio de Defensa ha dicho al Frankfurter Allgemeine Zeitung (FAZ) que «la Fuerza Aérea intensificaría la vigilancia aérea en Rumania a partir del 22 de febrero» pero sin especificar mucho más. Es inequívoco que las fuerzas armadas alemanas en Europa del Este, sí participan actualmente en la vigilancia del espacio aéreo de los Estados bálticos y que la Bundeswehr lidera una de las cuatro unidades de combate de la OTAN estacionadas en los Estados bálticos y Polonia, constituyendo allí la «presencia avanzada» de la Alianza.

Ciertamente Alemania mantiene hoy una prudente distancia respecto a EE. UU. y el resto de los aliados, la posición de su gobierno es, como han dicho, «no contribuir a una mayor incertidumbre en esta situación».

En el Consejo de exteriores que se ha celebrado en Bruselas, tampoco se han puesto de acuerdo sobre hasta dónde hay que llegar en posibles sanciones contra Rusia en el caso de que invadiese Ucrania, ya sea dentro de la misma Unión Europea o entre ésta y Estados Unidos. El punto difícil está en la instancia de Washington para excluir a los bancos rusos de las transacciones de pago internacionales que se ejecutan a través del proveedor de servicios «Swift» (Business Identifier Codes o BIC) para identificar bancos e instituciones financieras a nivel global.

En este punto el gobierno federal alemán ha tomado distancia y su ministra de Exteriores, Annalena Baerbock , ha dicho en Bruselas, lo que podríamos traducir como que «el golpe más duro no es siempre el más inteligente», «por lo que las medidas financieras deben pensarse para que tengan el mayor impacto en Rusia, pero no en los estados miembros». De todos los países de la UE, Alemania es quien tiene mayores relaciones económicas y comerciales con Rusia y, en consecuencia, las empresas alemanas tendrían que soportar una mayor carga si Rusia ya no pudiera pagar los préstamos y las facturas. Hay, además, otro argumento, en la parte alemana, y es que existe el peligro de que el «Swift» se debilite por este tipo de medidas y que Rusia pueda cambiar a otras alternativas, principalmente un incremento en sus relaciones con China.

Otro aspecto, que mantiene al gobierno alemán en la cautela presente es que las entregas de gas natural se verían afectadas. Hay una importante dependencia energética en Europa occidental del gas ruso y el proyecto del gaseoducto Nord Stream 2, donde entran intereses alemanes, y paralizado por cuestiones burocráticas, está en juego.

Por otra parte, en otro sector de la opinión alemana hay mucho escepticismo de que medidas de este tipo disuadan a Putin o, incluso que Putin pretenda una invasión porque entienden que ya, el presidente ruso, ha alcanzado unos objetivos bastante altos, como la aceptación de facto de la anexión formal de Crimea, la incorporación y rearme de sus repúblicas separatistas en Donbáss y el establecimiento de Bielorrusia como estado vasallo donde se ha permitido un amplio despliegue militar. Otros encuentran que la actitud de Biden está resultando demasiado beligerante.

Pensemos que la socialdemocracia alemana siempre se ha enorgullecido de su comprensión histórica de la política rusa y el canciller Olaf Scholz es socialdemócrata. Pero la aquiescencia con Rusia no solo se da en el sector de la izquierda moderada, también el centro derecha, como demostró en su largo mandato Angela Merkel, quien siempre ha sido un ejemplo de moderación.

El punto más inquietante, estratégica e históricamente, para los alemanes sería si este conflicto terminase afectando a los países bálticos. Recordemos que, tras la Segunda Guerra Mundial y el tratado de Potsdam, la antigua Prusia Oriental se fragmentó dejando una parte a Polonia, otra a Lituania -miembro de la URSS- y otra se la quedó Rusia: con Kalinigrado (antigua Königsberg y ciudad de Kant) como sede de su flota en el Báltico y su más importante enclave estratégico en Europa desde la Guerra Fría. Esto sí preocupa a los alemanes.

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