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Lopez obrador y su mujer

Lopez obrador y su mujerAFP

México

López Obrador, historia de la demagogia e hispanofobia conyugal

A la segunda mujer del presidente de México le atribuyen la obsesión de su marido contra la conquista y las empresas españolas

Andrés Manuel López Obrador dijo un día que quería «pasar a la historia como Benito Juárez o Lázaro Cárdenas», los presidentes que hicieron historia con mayúsculas. Lo hizo frente a las cámaras, en un canal de televisión rodeado de un grupo de periodistas. Corría el año 2018 y las elecciones, esta vez sí, las tenía al alcance de la mano. Algunas de las frases que pronunció, con luz y taquígrafos, se las sabía de memoria. La más sorprendente fue, quizás, esta: «Contratos cargados de corrupción no voy a aceptar». Si llegaba, como llegó, a la Presidencia.

La media docena de periodistas que formaba aquel corrillo en el estudio de Milenio estaba acostumbrada a escuchar este tipo de eslogan de campaña. Corrupción es la palabra comodín histórica, cuando un político está en apuros o rabioso por algo; corrupción y decir que la combates es el discurso más sobado y rentable al mismo tiempo en México. La segunda carta ganadora en un auditorio electoral y más reciente en este siglo XXI, es «conquista». Las dos, en estos tres años de Gobierno de López Obrador se han hecho costumbre y entre una y otra, el presidente adoptó el hábito de intercalar «saqueo», por España o empresas españolas. Ir de víctima y echar la culpa a los gachupines siempre fue rentable en México aunque ningún presidente antes hubiera cometido semejante torpeza y falta de respeto.

A AMLO, siglas por las que se le conoce dentro de sus fronteras, le gusta escucharse todas las mañanas (el resto del día también). El problema de hablar tanto es que una lengua hiper estimulada puede desbocarse y generar riesgos. Eso, es lo que le pasa, de cuando en cuando, a «Andrés Manuel», a secas, como también se refieren al jefe de Morena, su partido. El último ejemplo se pudo ver esta semana, cuando quería repartir estopa al ex presidente Felipe Calderón sacudiendo en el trasero de Iberdrola, por hacerle espacio en el Consejo de Administración. En la sacudida, cayeron OHL y Repsol (otro caballo de batalla), pero también se devaluó la cotización de su relación con el Gobierno de Pedro Sánchez y de sus amigos de Podemos.

En la herida abierta de las elecciones que perdió en 2006 por un puñado de votos contra Calderón, se puede hurgar para encontrar el rencor contra la multinacional energética. Mal perdedor, el ahora presidente de México organizó entonces un «campamento permanente» (en realidad fueron más de 40) en el Paseo de Reforma, artería fundamental de la ciudad de México para reclamar que se repitiera el escrutinio en su totalidad.

Hay un hartazgo nacional de las mañaneras

Allí, se rodeó de cientos de miles de leales, modelo indignados, y se pasó la ley por el arco del triunfo que se le había escapado entre las manos. Hasta la escritora Elena Poniatowska, que ahora le ruega que acabe con las charlas «mañaneras» («Hay un hartazgo nacional», le dijo), aplaudía la desobediencia o rebelión civil que mantuvo bloqueada la capital del país. En el Zócalo, como un caudillo moderno, AMLO se dejó proclamar «presidente legítimo». El ex alcalde de la ciudad jaleaba a la turba y se olvidaba de su «Bando 13» que prohibía bloquear la circulación con manifestaciones y acampadas como la suya.

Detrás de un gran un hombre (o pequeño) siempre hay una gran mujer (o no tanto). La frase surge en los escenarios de poder y el de López Obrador lo es. Su primera esposa, Rocío Beltrán Medina, era española por los cuatro costados. Él por dos, por parte de sus abuelos paternos. Uno salió de Ampuero en Cantabria y de ahí viene su amistad con el presidente de la Comunidad, Miguel Ángel Revilla, mientras que la abuela nació en un pueblo de Asturias.

Hasta el 2003 no se le escuchan a Andrés Manuel diatribas contra la tierra de sus antepasados. Aquel año se quedó viudo y con un hijo: José Ramón López Beltrán, el mismo salpicado por un presunto escándalo de corrupción por ocupar una casa de la compañía Baker Hughes en Texas, después de que ésta fuera beneficiada con una licitación de PEMEX (Petróleos Mexicanos)

Inquina y obsesión de su mujer con la conquista América

Tres años más tarde volvería a casarse. En esta ocasión con Beatriz Gutiérrez Müller de ascendencia hispano chilena. A ella le adjudican sus detractores la inquina y obsesión con la conquista de América. A ella también le atribuyen haber dicho, delante de la ex ministra y actual fiscal general, Dolores Delgado, que en México a los españoles los odian. Verdadero o falso, si hay un país en el continente donde la imagen de los españoles no es la mejor, sin duda es el suyo.

Andrés Manuel López Obrador nada entre las aguas turbulentas de una historia deliberadamente incomprendida y el océano profundo de las vanidades propias y conyugales. Un día o a los tres meses de su investidura, dispara de su puño y letra contra la Monarquía (marzo 2019) y exige perdón por lo que hicieron sus antepasados (que también son los suyos) y otro (en junio del mismo año) se despacha con un «¡Qué viva España, que vivan los refugiados españoles, que viva México!» con motivo del 80 aniversario de la llegada del primer barco de exiliados políticos españoles a Veracruz.

Desconcertante, con él nunca se sabe por dónde puede salir. El año pasado prácticamente celebraba el derribo de estatuas españolas y declinó venir a España porque se cumplían doscientos años de la independencia. Después de exprimir el discurso nacionalista y jalear la hispanofobia se le ponía difícil aceptar. Este 2022, tenía el viaje en agenda pero ahora se le ha vuelto a complicar con el nuevo invento de la «pausa» en las relaciones, por más que repitiera, no menos de media docena de veces, que con España, de «ruptura, nada».

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