Guerra Ucrania Rusia
Bandos de la guerra de Ucrania en Hispanoamérica
En la OEA todos los votos fueron en contra de la invasión a Ucrania salvo los de Brasil, Argentina, Bolivia y Nicaragua
Los gobiernos regionales van posicionándose con respecto a la guerra de Ucrania. Los dos gigantes regionales, Brasil y México, que ocupan dos asientos no permanentes en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, votaron a favor de una resolución que condenaba la invasión rusa de Ucrania. Hubo once votos a favor, tres abstenciones (China, India y Emiratos Árabes Unidos) y el veto de Rusia. Ante este resultado, el Consejo de Seguridad trasladó la resolución a una Sesión Especial de la Asamblea General de 193 miembros, cuyas decisiones no son vinculantes pero arrojará una visión más clara de los apoyos del presidente ruso Vladimir Putin en Iberoamérica y en el mundo.
Si en cambio nos guiamos por las declaraciones, el presidente brasileño Jair Bolsonaro ha pretendido distanciarse de sus diplomáticos en el Consejo de Seguridad, insistiendo en la neutralidad brasileña –Bolsonaro, a quien no le sobran los aliados, visitó a Putin en el Kremlin en la antesala de la invasión a Ucrania–. Se ha escudado en la importancia de los fertilizantes rusos para la potencia agroexportadora. Igualmente, ha desautorizado a su vicepresidente, el exgeneral Hamilton Mourão, tras condenar este la invasión y plantear el uso de la fuerza en respuesta. Brasil es aliado extra OTAN desde 2019, Argentina desde 2019 y Colombia está en vías de serlo.
El canciller mexicano Marcelo Ebrard, quien se posiciona como sucesor progresista del nacional populista Andrés Manuel López Obrador (AMLO) para 2024, ha sido la voz crítica del gobierno mexicano contra la invasión.
La condena del presidente electo de Chile Gabriel Boric ha sido efusiva. Ratifica la coexistencia de dos corrientes dentro de la izquierda regional. A priori, poco tiene que ver el milenial Boric –que toma muchas de sus referencias del progresismo estadounidense– con la izquierda curtida del presidente venezolano Nicolás Maduro, el nicaragüense Daniel Ortega y el cubano Miguel Díaz-Canel.
Alberto Fernández de Argentina ha buscado la equidistancia. Al igual que Bolsonaro, Fernández se vio con Putin en Moscú hace apenas semanas, durante una escala rumbo a China. Planteó a Argentina como puerta de entrada de Rusia al subcontinente.
En el seno de la Organización de Estados Americanos (OEA), que agrupa a todos los gobiernos de las Américas excepto a Cuba, y en la cual Venezuela está representada por el interinato de Juan Guaidó, todos los votos fueron condenatorios de la invasión Rusa de Ucrania salvo las abstenciones de Brasil, Argentina, Bolivia y Nicaragua.
El mundo de mañana podría ser multipolar; sus polos en EE. UU., China, Rusia, India; quizás la Unión Europea y Brasil, de tornarse actores realmente globales. En su defecto, será un mundo bipolar, organizado alrededor de la rivalidad entre EE. UU. y China. En todo caso, ambos mundos traen consigo incertidumbre.
Una certeza es que EE. UU., la potencia hegemónica en el hemisferio occidental, procurará tener sus fronteras aseguradas; tanto la canadiense, inusualmente inestable por las protestas de los camioneros que tuvieron a Justin Trudeau en jaque, como la mexicana.
La importancia estratégica de México, socio de EE. UU. y Canadá en el T-MEC, se ha puesto de relieve. Como vecino, a Washington le conviene un Estado afín con un modelo político convergente, es decir, una democracia liberal. Los ataques de AMLO a la prensa, el clima de inversión en el sector energético o la captura estatal por el crimen organizado preocupan especialmente a Washington.
Los rivales extra hemisféricos de EE. UU. siempre han medrado en su bajo vientre. En México, podrían prestarse a apoyar a líderes díscolos, lanzar un ataque cibernético o inducir una crisis migratoria, con ánimo de desestabilizar. Ciertamente, son opciones no convencionales, más allá de la relación político-militar que Rusia mantiene con los tres gobiernos parias del hemisferio; venezolano, nicaragüense y cubano.
Ahondar en estas relaciones político-militares pronto supondría cruzar la línea roja de Washington –tal y como sucedió durante la crisis de los misiles de Cuba– mientras que actuar a través de un Estado tercero permitiría a Moscú esquivar responsabilidades directas.
Las esferas de influencia están a la orden del día. Lo que Rusia percibe como su legítima esfera es el nervio de la cuestión ucraniana. Por lo tanto, conviene desempolvar la literatura sobre la Doctrina Monroe, consustancial a los EE. UU., que marca su esfera y proclama, tanto en su versión realista como en la idealista, «América para los americanos».
Materias primas, inflación y estabilidad
La guerra entre Rusia –exportadora de petróleo y gas– y Ucrania –de cereal– ha acelerado la subida de los precios de las materias primas. Para Iberoamérica, supone un arma de doble filo. Ganan los exportadores; Chile y Perú producen el 40% del cobre mundial, las naciones petroleras (Brasil, México, Venezuela, Colombia, Argentina, Ecuador) atesoran las segundas reservas del mundo tras Medio Oriente y el «triángulo del litio» sudamericano representa las mayores reservas del metal.
Brasil es junto con EE. UU. el mayor productor de soja y Argentina es un gran exportador de cereales. A la vez, pierden los países importadores de energía y de alimentos, que verán crecer sus facturas. La inflación es vector de inestabilidad política en la zona. Destruye el poder adquisitivo. Para las capas populares, la inflación alimentaria se presenta como un impuesto regresivo ya que la cesta de la compra colma su presupuesto doméstico. El erario puede absorber una parte del impacto de la inflación, pero lo hace a costa de incumplir metas fiscales y endeudarse peligrosamente.
Agricultura y ganadería
El campo español, angustiado por la guerra: «Ucrania nos abastece para alimentar a los animales»
Más impopular políticamente que la inflación son sus remedios. Es improbable que la Reserva Federal (Fed) abandone su senda de subida de tipos para controlar la inflación por la situación en Ucrania. Los bancos centrales regionales se mueven al compás de la Fed de EE. UU. Para la región, esto supone crédito más caro y menos liquidez. Todo aquel que se financie en dólares pero obtenga sus flujos de caja en moneda local –público o privado– habrá de resignarse.
El capital que salió de los centros financieros globales en un entorno de tipos de interés ultra reducidos, y llegó a la región buscando mayores retornos, volverá a casa. Las divisas criollas tenderán a depreciarse frente al dólar, a medida que los inversionistas huyen del riesgo para refugiarse en activos denominados en dólares.
Los gobiernos de los países petroleros gozarán de más margen fiscal para gastar, redistribuyendo hacia sus votantes. El barril ronda los cien dólares y tiene recorrido hasta los ciento cincuenta, cifras muy por encima de las empleadas en el presupuesto mexicano, por ejemplo. Ahora bien, debido a las carencias de la petrolera estatal Pemex, México termina siendo un gran importador de combustible. En definitiva, en lo que respecta a la subida de precios, conviene atender a los efectos netos.
En el horizonte electoral asoman las presidenciales colombianas de mayo –Iván Duque no aspira a la reelección–, así como las brasileñas de octubre –Bolsonaro sí y ya ha sacado la chequera–.
Aquellos gobiernos que salgan airosos del lance inflacionario podrán hacer valer la condición periférica –con permiso de los polos industriales de México y la cuenca del Plata– de Iberoamérica. A medio y largo plazo, la región es un «oasis geopolítico» alejado de los focos euroasiáticos donde rozan las superpotencias.
Existen precedentes históricos. En el ocaso del Imperio otomano, la región acogió oleadas de sirio libaneses –«los turcos»– que buscaban un lugar para trabajar y prosperar en paz. Uruguay se disputa el título de «Suiza de las Américas» con Costa Rica desde hace más de medio siglo. El país centroamericano, conocido por su densidad institucional, se ha unido a Panamá y República Dominicana en la Alianza para el Desarrollo en Democracia, un éxito del minilateralismo en medio de la recesión de la integración regional.