Día 44 de guerra en Ucrania
Armas nucleares, químicas y biológicas: ¿en qué se diferencian y cuál es la más peligrosa?
La amenaza nuclear ha sobrevolado el conflicto de Ucrania desde el pasado 24 de febrero pero, ¿qué tipo de ataque comportaría un riesgo mayor en caso de escalada?
La alargada sombra de una escalada nuclear ha sobrevolado el conflicto entre Rusia y Ucrania desde el lanzamiento de la invasión, el pasado 24 de febrero. Las llamadas de alerta del presidente Vladimir Putin a sus fuerzas de disuasión y diversas amenazas proferidas por el autócrata ruso en esa línea han avivado –no sin razón– las inquietudes de buena parte de Occidente.
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Sin embargo, la posibilidad de un ataque nuclear no sería tan devastadora en comparación con la capacidad aniquiladora de las armas biológicas o químicas.
Armas biológicas
Consideradas como herramientas de destrucción masiva, la Organización de Naciones Unidas (ONU) define este tipo de armas como organismos vivos o toxinas causantes de enfermedad preparadas para producir daños o matar a seres humanos.
A lo largo de la historia este tipo de sustancias han sido empleadas en asesinatos políticos. Además, son también capaces de provocar infecciones a ganado o productos agrícolas que acaben derivando en crisis alimentarias o económicas, así como catástrofes ambientales y enfermedades generalizadas.
Estos agentes, tales como el ántrax, la viruela, la toxina botulínica y la peste pueden llegar a causar un alto número de muertes en poco tiempo y son prácticamente imposibles de controlar.
Armas químicas
Una derivada de las armas biológicas son las armas químicas, muy similares en uso y empleadas para provocar muertes o daños mediante la propagación de propiedades tóxicas. Sustancias como el gas mostaza, el cianuro de hidrógeno o el gas VX han sido empleadas desde la Primera Guerra Mundial.
En total, más de un millón de personas en diversos conflictos y ataques terroristas han muerto como consecuencia del uso de estas armas, cuyos efectos no se perciben a simple vista como ocurre con las convencionales.
Además, su mayor ventaja radica en el coste de fabricación: mientras que el precio del desarrollo de un arma nuclear supondría en torno a unos 1.000 euros, el de un arma química no superaría los cuatro o cinco.
La Convención sobre Armas Biológicas, aprobada en 1975, sentó las bases para un desarme nuclear y fue suscrito por un total de 183 países, aunque no recogía medidas concretas ni permitía sancionar a los países que lo vulneran.
El mismo acuerdo, pero para armas con compuestos químicos, fue ratificado en 1997 por la Asamblea General de la ONU. Desde 1948, tras el comienzo de la Guerra Fría, la mayoría de países han enmarcado a las armas nucleares, biológicas y químicas en la categoría de destrucción masiva.