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Vladimir Putin, Joe Biden y  Xi Jiping

Vladimir Putin, Joe Biden y Xi JipingAFP

¿Podrá Estados Unidos sostenerse como primera fuerza mundial?

La política internacional ha entrado claramente en una nueva era y la contienda con China ha sido eclipsada por el directo desafío de la Federación Rusa

Algo que no contemplaron los teóricos de la Globalización es que lo que impulsa la conducta humana; son fuerzas mucho más profundas que el egoísmo y el interés económico y político, al menos como los occidentales han entendido en las últimas décadas. Son esas motivaciones las que llevan el curso de la historia por direcciones sumamente impredecibles.

Durante más 75 años, Estados Unidos ha dominado el mundo como un coloso. Su economía y su ejército salieron reforzados de la Segunda Guerra Mundial constituyendo un verdadero «hegemón». Su influencia en la reconstrucción de Europa occidental con el Plan Marshall («European Recovery Program»). Su liderazgo político y militar en la posguerra frente a la otra hegemonía, la soviética, le convirtieron en la potencia suprema.

Cartas ganadoras

Incluso cuando se vio envuelto en aquella lucha mortal con la ideología hostil del comunismo, tenía la mayoría de las cartas ganadoras. Aun así, provocó el resentimiento de quienes no se conformaban con vivir a su sombra. De hecho, el KGB destinó gran parte de sus esfuerzos en potenciar, a través de los partidos comunistas y la izquierda intelectual occidental, un espíritu profundamente antiamericano que se ha propagado durante generaciones y persiste hoy.

Los crecientes retos al dominio estadounidense aumentan: la política internacional ha entrado claramente en una nueva era y la contienda con China ha sido eclipsada por el directo desafío de la Federación Rusa.

Daños colaterales

En el futuro inmediato, Estados Unidos seguirá siendo poderoso. Aunque el ascenso de China y los daños colaterales que, a nivel internacional, puede ocasionar esta guerra significa que Norteamérica podría perder ventaja como «mayor economía del mundo», pasando a ser la segunda más grande, sin perder su dinamismo y sus extensas conexiones globales.

Hoy nos encontramos en un conflicto mayor de como salimos de la Guerra Fría en 1990: el comercio, los viajes e incluso la comunicación entre los distintos bloques políticos se han vuelto más tensos en términos morales, políticos y económicos. La pandemia y la guerra invitan cada vez más a limitar los movimientos, los viajes, las transacciones.

Empresas en retirada

Las medidas contra Rusia han causado otras desconexiones concatenadas y hay consumidores occidentales que no quieren comerciar ya con China por su actitud ante la guerra y las acusaciones que pesan sobre ella.

Algunas empresas se replantean sus operaciones en China a medida que crece la hostilidad del régimen hacia Occidente. Las cadenas de suministro se ven amenazadas por la incertidumbre política.

Joe Biden ha endurecido la norma de comprar a proveedores extranjeros de modo que el gobierno de Estados Unidos compre cada vez más en el mercado nacional. Europa occidental ha comprendido su grave error de no dotarse de una mayor capacidad energética y un mayor desarrollo del primer sector para su autoabastecimiento.

Zona china y zona occidental

La economía mundial parece estar escindiéndose poco a poco entre una zona occidental y una zona china. La inversión directa extranjera entre China y Estados Unidos que ascendía a casi 30.000 millones de dólares anuales hace cinco años, se ha reducido a 5.000 millones.

Un reciente artículo de Bloomberg (J. Micklethwait y A. Wooldridge) mostraba que «la geopolítica está yendo definitivamente en dirección contraria a la globalización, hacia un mundo dominado por dos o tres grandes bloques comerciales».

Este contexto general, y en especial la invasión de Ucrania, «está enterrando la mayoría de las premisas fundamentales en que se ha basado el pensamiento empresarial durante los últimos 40 años».

Globalización

La globalización como lógica impulsora de los asuntos mundiales parece haber terminado. Las rivalidades económicas se han mezclado ahora con las rivalidades políticas, morales y bélicas en una competición mundial por el dominio.

La globalización ha sido reemplazada por el conflicto, tal vez por haber creído ilusoriamente que el poder de las fuerzas materiales, como la economía y la tecnología, para impulsar los acontecimientos humanos y unirnos a todos.

No es la primera vez que sucede: Norman Angell escribió La gran ilusión libro que sostenía que las economías de los países industrializados de su época dependían demasiado unas de otras como para declararse la guerra entre ellos. Pero en el verano de 1914 todo se vino abajo y estalló la Primera Gran Guerra.

Estados Unidos y su respaldo occidental se enfrentan a tres adversarios directos: Rusia, Irán y China. Cada uno de ellos es una potencia revisionista que desea adquirir nuevas posesiones o recuperar las antiguas en su vecindad inmediata.

Cada una de ellas teme su declive demográfico y el estancamiento económico a largo plazo. Cada una de ellas ha cultivado estilos de guerra-híbrida o «zona gris» sin escrúpulos.

Cada una de ellas está gobernada por un líder que envejece y que desea pasar a la Historia antes de desaparecer de la escena; por lo que ninguno tiene miedo de ser visto como villano frente a nociones como Estado de Derecho, respeto a las libertades o derechos humanos y sus parámetros políticos escapan a estas categorías, a su juicio, frágiles y decadentes.

Todo esto les capacita para tomar decisiones desafiantes y definitivamente peligrosas que ningún gran estratega puede predecir.

Ante un choque de hegemonías: ¿podrá Estados Unidos sostenerse como primera fuerza mundial?

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