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Hongo producido tras la explosión de una bomba nuclearPixabay

69 días de guerra en Ucrania

Una guerra bajo amenaza nuclear

A falta de cualquier posibilidad de cambio pacífico, el riesgo de Armagedón está muy presente

El mayor y más recurrente quebradero de cabeza de todos los analistas internacionales, así como de los servicios de inteligencia occidentales, es el asunto nuclear. La expansión de esta guerra, su prolongación en el tiempo y un posible aumento de escalada no deja de preocupar a los responsables estratégicos.

Desde la década de 1940 los líderes políticos se enfrentaron a un problema nuevo: ¿qué hacer con armas que pueden destruir el mundo? Si, hasta ahora en la historia, los estados habían resuelto diferencias en contiendas convencionales, el alza en la capacidad destructiva desde las guerras mundiales presentaba un peligro inaudito.

El final de la Segunda Guerra sentó un precedente espantoso con el lanzamiento de bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, destruyendo ciudades enteras en una sola explosión. Nadie sabía lo que vendría después. Se había roto el ciclo y tendíamos a «lo imposible».

Tras finalizar la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos y la Unión Soviética acordaron dividir Corea en dos, situando una frontera en el paralelo 38, que dejó el Norte a cargo de los soviéticos y el Sur bajo Estados Unidos. Cada superpotencia controló su área respectiva: la República Popular Democrática de Corea en el norte y la República de Corea en el sur.

Las tensiones aumentaron cuando la Unión Soviética consiguió la bomba atómica en 1949. De hecho, cuando, en junio de 1950, las fuerzas norcoreanas invadieron el Sur, Washington y sus aliados se pusieron inmediatamente del lado de Seúl, enfrentándose a Moscú, que junto con Pekín apoyaba a Pyongyang. La gran pregunta fue: ¿cómo se desarrollaría la guerra en la «era nuclear»?

Así la guerra de Corea fue el primer gran conflicto bajo amenaza y en ella se establecieron tácitamente unas reglas del juego para la nueva época. Ninguna de las potencias nucleares contendientes quería otra guerra total, así que ambas pusieron límites estrictos a los medios, a los fines y al alcance del conflicto. Decidieron que la guerra se desarrollara de forma convencional.

Armas nuleares excluidas

De esta forma, los responsables políticos de Moscú y Washington tomaron decisiones cruciales en tiempo real sobre cómo perseguir sus objetivos en Corea: «Las armas nucleares, a pesar de todo su poder, quedaron excluidas, teniendo en cuenta que su uso comportaría grandes costes y aportaría muy pocos beneficios». Ninguna de las dos superpotencias las puso en juego.

Una década más tarde, otro conflicto hizo sobrevolar la amenaza nuclear: la crisis de los misiles de Cuba. Por fortuna reforzó el creciente tabú contra el uso de las armas nucleares y dejó a las partes aún más reacias al riesgo.

Luego, Vietnam siguió el mismo patrón que Corea. Ninguna de las potencias nucleares, incluida ahora China, hizo uso de armas nucleares. Ninguna atacó el territorio o el régimen de otra potencia nuclear. Y más allá de eso, todo valía.

Plan A y plan B

Según analistas occidentales: el plan A de Rusia consistía en conquistar Ucrania rápidamente e instalar un Gobierno amigo en una política de hechos consumados. Esto se ha complicado por una decidida resistencia militar y Moscú pasó al plan B, golpeando las ciudades desde la distancia y abandonando el intento de apoderarse de la totalidad para concentrarse en el este y el sur.

Aumento de la tensión nuclear

Un final de esta guerra podría asemejarse a las de Corea, el Golfo o a la situación de Abjasia, Osetia del Sur y Transnistria. Pero es factible su extensión hacía este último territorio, en Moldavia, lo que agravaría la guerra caliente y aumentaría la tensión nuclear.

Tranquiliza mirar la historia y pensar que desde 1945 los líderes de las potencias nucleares, desde los presidentes estadounidenses Harry Truman o Lyndon Johnson hasta los totalitarios y asesinos de masas como J. Stalin o Mao Zedong, han rechazado el uso de armamento nuclear.

Putin no será una excepción

Putin no será una excepción y tanto sus defensores como sus antagonistas creen hoy que actuará con la cabeza fría. Aún el uso de una ojiva de baja intensidad, que contemplan los más pesimistas, acarrearía lluvia radioactiva que se podría fácilmente volver contra la propia Rusia.

Por esta razón la OTAN no atacará a Rusia ni buscará socavar el régimen ruso para no desesperar a Putin. No habrá tropas de la OTAN sobre el terreno, ni zona de exclusión aérea ni acciones semejantes. Pero la situación real presente no deja de ser complicada por los grandes riesgos de aumento de escalada, que tanto la OTAN como Moscú quieren evitar.

La OTAN negará a Moscú cualquier victoria significativa, no sólo por Ucrania, sino para no sentar el peligroso precedente de que las armas nucleares sean útiles para proteger el rédito de una agresión convencional. Al fondo, una negación de la realidad. Parce que, dentro de estos límites, la guerra se librará al máximo hasta que todo esto cuaje en un punto muerto.

Pero el hecho es que la realidad ha cambiado y que, entre los principales actores mundiales, están China, la India y una parte de Oriente Medio, quienes han optado por un apoyo tácito a Rusia.

La multipolaridad ya no es una teoría, es un hecho, y las potencias emergentes exigen, cada vez más, un papel en el establecimiento de las reglas globales. A falta de cualquier posibilidad de cambio pacífico, el riesgo de Armagedón está muy presente.