Francia
Macron toma hoy posesión sin jurar el cargo
El carácter laico de Francia e infaustos antecedentes históricos privan a la ceremonia de juramento
Esta mañana, en la Sala de Fiestas del Palacio del Elíseo, Emmanuel Macron será investido por segunda vez presidente de la República francesa.
Al haber sido reelegido, no será recibido por su antecesor en la escalinata ni mantendrá encuentro privado con él. La ceremonia comenzará a las 11 en punto de la mañana con la proclamación oficial de los resultados de la elección por parte del presidente del Consejo Constitucional -máxima autoridad electoral en Francia-, el ex primer ministro socialista Laurent Fabius.
En ese momento preciso dará comienzo el segundo mandato de Macron. A continuación, el general Benoît Puga, Gran Canciller de la Orden de la Legión de Honor, presentará al jefe del Estado el Gran Collar, una pieza de 950 gramos en oro macizo, para significar su condición de Gran Maestre de la primera orden de Francia.
Pero ningún presidente lo ha lucido desde Georges Pompidou en 1969: todos sus sucesores han dado por válida la modernización protocolaria impulsada por Valéry Giscard d'Estaing. Ninguno de ellos, por ejemplo, ha vestido el frac desde entonces para el retrato oficial. Del trámite falerístico se pasará al discurso presidencial, que será de corte más institucional que político.
Como indica a El Debate Paul de Vaublanc, autor de una Pequeña Guía Insólita del Presidente de la República, recientemente publicada, «el origen de esta ceremonia proviene de la tradición: no hay textos sobre que la regulen. Es el régimen republicano el que ha creado gradualmente esta ceremonia». Sin embargo, esta edición de 2022 contendrá una pequeña innovación, con la asistencia de los dos predecesores de Macron aún vivos, Nicolas Sarkozy y François Hollande.
Aunque lo que más llama la atención es la falta de juramento del cargo. De Vaublanc alega «que no está contemplado por la Constitución», antes de añadir que igual no sería procedente que el presidente jurase el cargo ante el Consejo Constitucional «teniendo en cuenta que nombra a un tercio de sus miembros; en Francia el presidente es algo así como un monarca republicano que está un poco por encima de todo». En 2005 una propuesta de ley constitucional preveía un juramento, pero «nunca culminó».
Con todo, el grueso de la explicación tiene que ver con la naturaleza laica del Estado, que previene un «juramento sobre la Biblia, como su homólogo norteamericano, o sobre cualquier otro texto religioso»; y también con antecedentes históricos.
De Vaublanc admite que «podría jurar sobre la Constitución, pero eso sería revivir el mal recuerdo de 1848, cuando Luis Napoleón Bonaparte juró la de la Segunda República, que violó alegremente tres años después con su golpe de Estado, para implantar su poder personal, antes de restablecer el Imperio y reinar como Napoleón III. Víctor Hugo escribió extensamente sobre este perjurio, que devaluó la noción del juramento entre los republicanos franceses».
Desde la instauración definitiva de la República en 1875, la investidura de los presidentes se ha desarrollado de modo consensual, incluso en los momentos más delicados de la atribulada historia de Francia.
Lo cual no ha sido óbice para que se vivieran momentos tensos. En 1969, Pompidou, sucesor de Charles De Gaulle, tuvo que aguantar durante toda la ceremonia, por razones protocolarias, la presencia de Maurice Couve de Murville, último jefe de Gobierno del general.
Pertenecían ambos al mismo partido, pero el nuevo presidente no perdonaba a Couve su pasividad con motivo del affaire Markovic, el sucio intento, por parte de ciertos sectores del gaullismo y de los servicios de inteligencia, de implicar a su mujer, Claude Pompidou, en un turbio asunto sexual con el que no tenía nada que ver.
Más de un cuarto de siglo más tarde, en 1995, Jacques Chirac se vio obligado a pasar su investidura con el primer ministro saliente, Édouard Balladur, gaullista como él, y su enconado rival durante la campaña electoral. Macron no ha tenido que vivir este tipo de episodios.