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El presidente francés, Emmanuel Macron, a las puertas del ElíseoAFP

Francia

El nuevo Gobierno francés: continuidad, premio a los fieles y tres sorpresas

Macron conserva a los titulares de Economía, Interior y Justicia, asume riesgos en Educación y sorprende en Asuntos Exteriores

Emmanuel Macron no quiere asumir excesivos riesgos en los inicios de su segundo y último mandato. Sobre todo, de cara a las elecciones legislativas de junio. Por eso tres de los ministerios más estratégicos, Economía, Interior y Justicia, siguen en manos de los mismos titulares. Se daba por segura la continuidad de Bruno Le Maire en Bercy para administrar la tímida recuperación económica –ya se verá hasta donde llega– y la de Gérald Darmanin en la plaza Beauvau para seguir garantizando el orden público. O por lo menos para dar esa sensación, pues las últimas estadísticas sobre delincuencia están repletas de cifras tan buenas como malas. Más comprometida parecía la estancia de Eric Dupond-Moretti en Justicia.

Le Maire y Darmabin, ambos procedentes de la derecha y políticos de raza, han demostrado con creces lealtad hacia el presidente de la República y su proyecto. Son, de hecho, los únicos junto a la nueva primera ministra, Élisabeth Borne, en haber formado parte de todos los ejecutivos desde 2017, fecha de la primera elección de Macron. Le Maire, incluso, no ha cambiado de cartera a lo largo del lustro. Ni Valéry Giscard d’Estaing, que fue ministro de Economía durante nueve años en dos etapas, permaneció tantos años de forma consecutiva en el cargo.

Otra marca la bate Sébastien Lecornu, que a sus 36 años se convierte en el ministro de Defensa más joven desde, por lo menos, la proclamación de la República en 1875. Hay que remontarse a 1947, y al democristiano Pierre-Henri Teitgen, que tenía 39, para toparse con un inquilino del complejo de los Inválidos, sede del ministro de Defensa desde principios del siglo XIX, con menos de 40 años.

Lecornu formó parte, junto a Le Maire y Darmanin, del núcleo inicial de políticos de centro derecha que se unieron a Macron desde el principio. Desde entonces, y al margen de otras funciones ministeriales de menor enjundia, se ha dedicado a debilitar a su antiguo partido, fichando constantemente a cuadros para incorporarles a la causa macronista. Una labor de zapa que el jefe del Estado ha premiado con un ministerio de primera.

Por lo menos ya lleva tiempos asentado en la mayoría de Macron. No se puede decir lo mismo de Damien Abad, nuevo titular de Asuntos Sociales, protagonista del caso más descarado de transfuguismo en esta nueva etapa: hasta anteayer ejercía de portavoz parlamentario de Los Republicanos, el partido de centro derecha.

Su cambio de bando se barruntaba, pero se le suponía algo más de finura política. Haber esperado, por ejemplo, al resultado de la segunda vuelta de las legislativas. Es el ejemplo único en este nuevo Gobierno, pero inequívoco, de cómo desde el Elíseo se pretende seguir pescando en los barriles del centro derecha. No tanto en un Partido Socialista hecho añicos: los nuevos ministros de Trabajo y Sanidad, Olivier Dussopt y Brigitte Bourguignon, hace tiempo que se distanciaron de la que ha sido hasta ahora la principal formación de la izquierda gala.

Aunque Macron también ha sabido recompensar a sus fieles más antiguos: Amélie de Montchalin, una de las políticas más competentes del «régimen», pasa a desempeñar la cartera de Transición Ecológica, siendo sucedida en Administraciones Públicas por Stanislas Guérini, hasta hoy secretario general de La República en Marcha, el partido presidencial, tras una gestión más bien discreta.

Asciende de categoría Agnès Pannier-Runnacher, tecnócrata con ambiciones políticas: será ministra (de pleno ejercicio) de Energía, tras haberlo sido de Industria, pero con rango de ministra delegada. Por último, Yaël Braun-Pivet, diputada de relevancia, ha sido nombrada ministra de Territorios de Ultramar.

De los macronistas históricos a las sorpresas. La de mayor tamaño es la de Catherine Colonna, de 66 años y actual embajadora en el Reino Unido, como titular de Asuntos Exterioeres, antigua portavoz del Elíseo en tiempos de Jacques Chirac, sus malas relaciones con Nicolas Sarkozy le valieron una retrogradación en la embajada ante la Unesco, antes de marcharse al sector privado, de donde la rescató François Hollande, que le ofreció la embajada en Roma, antes de que Macron la enviara a Londres.

El presidente retoma así la práctica giscardiana –lo hizo con Jean Sauvagnargues y Louis de Guiringaud– de nombrar al frente de la diplomacia al embajador, en este caso embajadora, de mayor antigüedad.

La cartera de Cultura ha tocado a la actual consejera del ramo en la Presidencia, la franco-libanesa Rima Abdul Malek, que ha desarrollado toda su carrera en la burocracia cultural. Su nombramiento no trae tanta polémica como el del universitario de origen senegalés Pap Ndiaye, designado para el ministerio de Educación. Partidario de la ideología woke, su nombramiento ya ha desatado la ira de varios sectores de la derecha, empezando por Éric Zemmour.

Pero era la concesión que Macron le debía al ala izquierda de su partido: el nuevo Gobierno es de tintes claramente centristas y la orientación económica se inclina hacia el centro derecha. Y es ante todo, un equipo macroniano de pura cepa, pues salvo Bourguignon, casi nadie es próximo a Borne.

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