El perfil del 'premier' caído
Boris Johnson, el humorista lleno de carisma que rompió todas las reglas
El primer ministro británico, muy a su pesar, dimite acorralado por sus ministros, sus mentiras y su doble moral
Boris Johnson flotaba como un corcho en la inmundicia de frivolidad que le rodeaba. Cuanto más trataban de hundirle –los suyos y los otros– más fuerza parecía generar para volver a asomar la cabeza a la superficie de Downing Street, su lugar en ese mundo de fantasía que cubrió de falsedades personales y de Estado.
Metió al Reino Unido en el Brexit con argumentos falaces. Intentó cambiar lo que estaba firmado de su puño y letra con la Unión Europea y provocó la ira de una Irlanda que llevaba décadas como una balsa de aceite.
Por si esto fuera poco, Johnson puso en bandeja que Escocia resucitara sus bríos separatistas y anunciara un referéndum de independencia. Todo, por su culpa, por su única culpa.
La trampa la tenía en el ADN o la aprendió en sus tiempos de periodista rebelde, cínico y… mentiroso. En The Times le echaron por inventar historias, en el Daily Telegraph le admitieron por compasión y en The Spectator le contrataron porque el jefe de recursos humanos no supo hacer bien su trabajo.
Boris Johnson ha roto todas las reglas y con especial intensidad y reincidencia, las suyas. La pandemia fue la más sonada al montar en confinamiento los botellones que los ingleses llaman parties en Downing Street. El primer ministro británico funcionó, sin consecuencias hasta ahora, a los tumbos o a los golpes (algo de esto sabe su última mujer, Carrie Symonds).
En estos tiempos del todo vale para quedarse en el poder, Johnson no enrojecía de vergüenza al desdecirse en un puñado de horas o hacer chistes de los músculos de Vladimir Putin como si la guerra de Ucrania fuera una broma.
Pero, le llegó la hora, la de la verdad. La última bola se hizo gigante y se lo llevó rodando. No fue por la mentira, una raya más al tigre, o al oso, no cambia su destino. Fue porque la trola dejaba al desnudo a un hombre muy gracioso, culto y ocurrente, pero sin escrúpulos ni principios.
Boris Johnson negó conocer que su ministro Chris Pincher tenía la mano larga cuando se tomaba una copa y tenía cerca a sus colegas varones.
Le importó todo un comino hasta que le sentaron en el banquillo de ese comité donde le han llamado de todo menos guapo.
Allí, como un colegial, prometió enmendarse la plana a futuro, se calentó en la discusión, fue para adelante y dio marcha atrás, pero ya no tenía salida. O sí, la que le han dejado: la de la dimisión y salida, por la puerta de atrás, de Downing Street.