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Florentino Rodao, en una imagen de archivo

Florentino Rodao, en una imagen de archivoEFE

Entrevista

Florentino Rodao, historiador experto en Asia: «En Japón hay una tradición importante de violencia política»

El autor de Franco y el imperio japonés habla del asesinato del ex primer ministro japonés Shinzo Abe, de la cultura japonesa de violencia y de la pena de muerte

Japón y Asia no tienen secretos para Florentino Rodao. Autor de, entre otros títulos, Españoles en Siam o Franco y el imperio japonés, analiza para El Debate el alcance del asesinato del ex primer ministro Shinzo Abe y sus consecuencias.

–¿Qué significa para Japón el asesinato de Shinzo Abe? ¿Cree que es obra de un desequilibrado, de un sicario, o lo atribuye a otras razones?

–Es obra de alguien que padece una enfermedad mental. No olvidemos que en Japón, a pesar de todo el sentimiento de tranquilidad y de paz entre la gente, hay una tradición de violencia política importante, que fue la que la que llevó, por ejemplo, a la muerte de unos cuantos primeros ministros.

–¿De qué época estamos hablando?

–Recuerdo que en los años 30 fueron atacados varios primeros ministros democráticos, y algunos militares. También hubo asesinatos a alcaldes... Asesinaron al que un día iba ser el principal dirigente socialista en un teatro mientras daba una charla. Lo mataron con un cuchillo.

Abe ha sido el primer ministro que más duró en el poder, y eso le dio una estabilidad importante a la política japonesa

–¿Qué rasgos o balance puede hacer de los dos gobiernos de Abe?

–Se puede decir que, de alguna forma, era muy derechista. En algún momento de su mandato empezó la deriva militarista, que ahora se está continuando con Kishida, por ejemplo, participando en la cumbre de la OTAN.

El involucramiento con la Alianza Atlántica partió tanto de la deriva militarista como de la confrontación con China, ya que sabían que, comparados con el gigante asiático, los japoneses ya no eran tan poderosos como antes.

Pero logro una estabilidad...

–Sí, Abe fue el primer ministro que más duró en el poder. Logro dar una estabilidad importante a la política japonesa, y sobre todo, un pensar a largo plazo. Esta última característica ayudó a enfrentar, por ejemplo, el problema del declive de la población, el problema de la falta de trabajadores y ayudó a impulsar la entrada de las mujeres en el mercado laboral. También ayudó a pensar, a largo plazo, en el asunto de la inmigración.

–¿Tenía el ex primer ministro, un hombre con fama de moderado, un perfil que podía incitar al odio?

–No era moderado, era demócrata, pero claramente del ala derechista. Aunque es cierto que era más bien un pragmático, y desde luego su personalidad en absoluto se puede decir que incitase al odio. Aquí hay que culpar, como en tantas otras ocasiones, al asesino.

–¿A qué atribuye un atentado de esa naturaleza contra un hombre enfermo que ya no estaba en el poder y que sólo aspiraba a ir al Senado?

–Obviamente, a la locura de este hombre. Aunque, históricamente, no son casos aislados. El típico ultraderechista que hace un atentado contra un político es relativamente frecuente.

–En el exterior Abe tenía imagen de pacifista, pero la pena de muerte sigue vigente en su país y su reforma de la Constitución era cuestionada.

–No fue un pacifista. Precisamente, intentó modificar la Constitución para permitir una mayor participación de Japón en la guerra. De hecho, cuando él estaba en el Gobierno, se cambiaron algunas cosas de la interpretación de la Constitución para permitir, por ejemplo, que Japón pudiera exportar material militar.

La pensa de muerte en Japón es muy popular, forma parte de su cultura

–¿Se ve con buenos ojos la pena de muerte en Japón?

–Hoy es tremendamente popular. Forma parte de una cultura del país y en general pasa lo mismo en Asia. Se preguntan: ¿Quién es el culpable? En Japón lo es el asesino, pero también hacen responsable a la familia. Es decir, para ellos, si una persona ha cometido un asesinato es porque el entorno personal, de alguna forma, se lo ha permitido.

En Japón al que, además de matar, no se arrepiente se le considera lo peor

–El proceso judicial es...

–En Japón existe la presunción de que todos nacimos como buenas personas, y el que comete un crimen lo ha hecho acorraldo por una situación muy concreta. Los jueces siempre se involucran mucho en los juicios, buscan que haya un perdón por parte de la familia y un arrepentimiento por parte del asesino.

Por eso, a la gente que no se arrepiente se le considera lo peor de lo peor. Les despojan de todo tipo de autoridad, y pierden el respeto. No saben cuándo se les va a enjuiciar ni les comunican siquiera la fecha de ejecución.

–¿Existen muchos perfiles en Japón del estilo de Yamagami Tetsuya?

–Sí, sí. Hay perfiles de este tipo, de hombres locos, que de repente matan a una persona así. Ha habido más casos muy famosos. Como en Japón apenas hay asesinatos, en cuanto ocurre uno de este tipo se vuelven muy conocidos.

Se creo una normativa para limitar la lectura de los mangas, ya que se asociaban con el crimen

–¿Existen corrientes que atribuyen la violencia a la cultura cinematográfica, las producciones de televisión...?

–Hubo un hombre que mató a cuatro niñas en los años 80. Este hombre resultó que, en una ocasión, acudió a una feria de cómics mangas. A partir de ahí, se asoció los «otakus», los fans de los dibujos manga, con la violencia. De hecho, se creo una normativa para limitar la lectura de los mangas, ya que se asociaban con el crimen de este chico. Este asesino usaba como contraseña el nombre de un manga, y se lo puso de apodo.

Varios militares se cortaron los dedos y los enviaron (al juez) para defender la inocencia del asesino del primer ministro

–¿Son frecuentes estas agresiones a políticos en Japón?

–Lo eran más en el pasado. El caso más famoso fue el de un dirigente socialista en 1959, que sucedió en directo en televisión. En la década de los 30, lo que se daba con fecuencia eran sucesos con militaristas: atacaban y mataban a primeros ministros. Hubo varios sonados.

La diferencia es que, en aquellos momentos, la población apoyaba a los militares, los consideraban los salvadores de la patria frente a los corruptos políticos. Recuerdo un juicio contra el hombre que había matado a otro primer ministro donde, en señal de apoyo, varios militares se cortaron los dedos y los enviaron (al juez). Era una forma de defender la inocencia del asesino. La condena fue muy ligera.

–Japón tiene fama de ser un país seguro. ¿Se puede mantener esa afirmación?

–Sí, Japón es seguro. Y se puede decir que la sociedad japonesa siente que Japón es seguro, y no va a cambiar. Un ejemplo, en 1995, miembros de la secta Aum Shinrikyo, asesinaron a 14 personas en el metro con gas sarín. Fue un caso mucho más grave que este, porque mataron a gente corriente en la estación de Kasumigaseki, zona donde hay muchas oficinas del Gobierno. Pues, a pesar de aquello, nada cambió en cuanto a medidas de seguridad.

Lo único que pasó fue que empezaron a buscar al culpable. Había anuncios por todas partes porque aún quedaban libres algunos miembros de la secta. La idea era que, en esta sociedad, que es segura, había alguien que no lo es.

–¿Podría haber más vigilancia en sitios públicos, controles de armas...?

–¿Cómo vas a poner controles en los hospitales, controles de armas? Es imposible. Recuerdo que en Hawái, tuve un accidente y me registraron el macuto en el hospital, por si llevaba armamento. Eso, en Japón, lo veo imposible. No parece que las normas vayan a cambiar, y que vaya a haber mayor seguridad en ese sentido.

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