Leonardo Fernández Otaño, activista cubano: «Que Occidente no siga idealizando la dictadura de Cuba»
Al cumplirse el aniversario de las revueltas en La Habana, Leonardo Fernández Otaño recuerda su tiempo en una cárcel cubana
El domingo 11 de julio de 2021, hace exactamente un año, Leonardo Fernández Otaño, treintañero, habanero, católico comprometido de sensibilidad progresista, volvía a su casa para almorzar después de oír misa cuando noto algo inusual por la calle: había estallado la primera gran revuelta popular en seis décadas de castrismo.
Inmediatamente, y en compañía de unos amigos, se unió al excepcional acontecimiento. Al cabo de unos minutos fue arrestado y llevado a una cárcel a las afueras de La Habana, siendo sometido a tratos indignos y encerrado una celda de castigo.
Allí, explica a El Debate, «me sometieron a tratos indignos». Por ejemplo, le pidieron que entregase su cruz y su anillo de tucum –que identifica a los seguidores de la teología de la liberación– junto al resto de pertenencias. Se los quitaron, se los tiraron contra una pared y se los sacaron a la fuerza.
El suplicio duró varios días. «Después de ser liberado, tropecé con la realidad, vi la represión y me di cuenta que lo que había padecido era poco en relación con otros. Pero luego llegaron las presiones sobre mis padres-, mis amigos, el temor, la impotencia. Es de las semanas más largas de mi vida». La recuerda aún «con emoción».
La segunda parte del suplicio que aún padece este historiador en ciernes es todo un ejemplo de lo que Stéphane Courtois, autor de El Libro Negro del Comunismo, describe como represión implacable a fuego lento, que Raúl Castro aprendió de Yuri Andropov: se evita matar, pero se destruye psicológicamente a las personas.
En el caso de Fernández, las autoridades llevan meses haciéndole la vida imposible y poniendo todo tipo de trabas a su doctorado en la Universidad de La Habana. Las autoridades académicas le deniegan la continuación del mismo, pese a haber documentado públicamente el cumplimiento de los requisitos.
A este Estado lo único que le queda es la represión, cada vez más visible
«Sé», dice, «que se está analizando. Dentro de unos días, se cumplirán cuatro meses desde que entregué la primera carta de protesta a la rectora y noventa al ministro. En el caso de la rectora, ya pasaron los tiempos establecidos».
Es todo un futuro profesional e intelectual que está en juego. Por lo tanto, su deducción no puede ser más nítida: «mi doctorado es la prueba de represión a fuego lento; pero no solo: se me intentó expulsar de mi centro de trabajo y también existe un acoso sostenido sobre mi familia y amigos: a esto hay que sumarle que se han intentado dinamitar mis apoyos psicológicos y afectivos, llamándolos a interrogatorios, difamándome».
Fernández no quiere personalizar más. Prefiere detenerse en el más de un millar de presos que sigue entre barrotes.
–¿Qué lecciones políticas saca un año después de las revueltas?
–Creo que la crisis que se vive en Cuba, que atraviesa todas las esferas y que es generada desde el poder demuestra la debilidad del Estado totalitario que ha perdido toda capacidad y todo apoyo más allá de lo obligado.
–Ya no tiene apoyo en el patio…
–Ni en las redes sociales, ni en las esquinas: basta estar en la calle en Cuba para darse cuenta de cuál es el termómetro político de la ciudadanía. A este Estado lo único que le queda es la represión, cada vez más visible. Por eso la ciudadanía le tiene temor.
–¿Cómo ve a la oposición y la sociedad civil cubanas?
–Cuba vive un ciclo de repliegue tras un tenso ciclo de ocupación del espacio público, como tuvimos en 2019 y en 2021. Después del pasado noviembre, ante la escalada represiva, ha aumentado el número de presos políticos y las salidas hacia el exilio de activistas y demás miembros de la oposición. Es lo normal, pero también surgen nuevos activistas y nuevas voces: es un ciclo que nadie puede detener; el Estado y la burocracia política lo saben.
Pero siguen reprimiendo. Con todo, Fernández se muestra optimista «porque soy un hombre de fe, Dios obra y vivimos una primavera que se ha intentado podar, pero que seguirá reverdeciendo y saldrá con más fuerza».
Pide, eso sí, al Occidente democrático que no sea más cómplice, que no siga idealizando a Cuba, porque en la isla la gente sufre y las instituciones internacionales tienen muchas veces una actitud en plan «sí, pero en Cuba…».
Porque en Cuba, «hay represión psicológica, silenciada por una complicidad de otros Estados democráticos. No podemos seguir mirando hacia otro lado cuando la gente sufre y ha perdido las esperanzas. Este pueblo emigra porque no tiene esperanzas».
Si tuviera la libertad o el espacio democrático para emprender, Fernández tiene claro que «sería un país próspero, hermoso y creativo. Hoy es un país de tristeza y desolación. A los cubanos nos toca hacer mucho, pero la comunidad internacional no puede seguir con esos silencios cómplices».
–Por cierto, ¿volvería a hacer lo mismo que hace un año?
–Sin duda: más que nada porque es un deber cívico, moral y cristiano, parte de mi compromiso con el Evangelio: estar con la gente que gritaba de dolor y pedía libertad.