145 días de guerra en Ucrania
Desde mi trinchera: «Excavamos cuando está tranquilo, nos escondemos cuando bombardean»
La trinchera mide decenas de metros, un laberinto lleno de palas, piquetas y refugios subterráneos donde duermen los soldados
En una trinchera en la región ucraniana del Donbás, Dima admite que le costó acostumbrarse a los sonidos de la guerra, a vivir con sus compañeros soldados y a las moscas por todas partes.
Ahora, el soldado de 25 años de sonrisa fácil, dice confiado que todo está bien, pese al constante retumbar de la artillería.
Su apodo «Moriak» (marinero) está escrito en su uniforme junto a las consignas usadas por los soldados: «Born to hunt» (nacido para cazar) y «Si vis pacum para bellum» (Si quieres paz, prepárate para la guerra).
Después de servir en el frente en las regiones norteñas de Sumy y Járkov, Dima fue enviado a la región de Izium.
Esta zona se sitúa al noroeste de Kramatorsk, centro administrativo del Donbás, una región industrial que las tropas rusas intentan conquistar.
La tierra negra
Desde su llegada, Dima ha cavado en la tierra negra, como todos en su unidad.
La trinchera mide decenas de metros, un laberinto lleno de palas, piquetas y refugios subterráneos donde duermen los hombres.
«Excavamos cuando está tranquilo, nos escondemos cuando bombardean», dice un soldado. Las fuerzas rusas están a pocos kilómetros.
«¡No pasarán!», exclama en español el jefe de la unidad, Ahil, un soldado con mucha experiencia y parco en palabras.
A la pregunta de cuántos hombres hay en la unidad, responde: «La cantidad que necesitamos». ¿La situación? «Podría ser peor». ¿Armas? «Nunca tenemos suficientes. ¿Moral? Buena».
Ahil dice que ha estado combatiendo en el Donbás desde 2014, cuando separatistas apoyados por Rusia tomaron el control de parte del territorio. Él cree que la situación ahora es completamente diferente.
«Hoy hay una guerra total», afirma el soldado, quien espera «descansar cuando acabe todo». «Si es que llego a ese punto», agrega.
Antes de despedirse de un grupo de periodistas, Ahil se quita el casco y deja expuesta su cabeza rapada, con excepción de unos cabellos largos a un lado.
Corte de pelo cosaco
«Es un corte cosaco. Calza con el momento», dice riendo.
Esta parte de la línea de frente ha sido una de las más activas desde que comenzó la invasión rusa el 24 de febrero, pero se calmó en las últimas semanas, después de que los rusos intentaran avanzar en otros sitios.
«Este sitio ha sido uno de los más sangrientos», admite «Grizzly», otro comandante con barba y tatuajes que viste sombrero de lana pese al calor.
«La unidad anterior perdió muchos hombres. Hasta 40 % de ellos permanecen aquí para siempre», dice. Dima también ha visto camaradas suyos caer en combate.
«Claro que es triste cuando le ocurre a amigos con los que compartes la vida en las trincheras», admite.
«Pero al mismo tiempo te motiva aún más para sacar a esos bastardos que nadie quiere aquí», afirma.
Cuando le preguntan si piensa en la muerte, responde: «Por supuesto, pienso a menudo que podría ser mi última taza de té o la última vez que voy a dormir».
Afuera de la trinchera, el campo se extiende por un paisaje que sería magnífico si no fuera por los extensos terrenos arrasados.
Bombas sin explotar
Artefactos sin explotar yacen en las carreteras, marcadas por cráteres y vehículos quemados.
Se observan algunos vehículos militares. Un tanque T-72 levanta una nube de piedras y polvo al girar. Unos kilómetros atrás está el cuartel de la brigada, en una finca abandonada.
Gallinas deambulan entre las ruinas, un gato duerme en una silla abandonada. Un misil Tochka-U yace en el patio.
En el fondo de una pequeña escalinata, el oficial a cargo trabaja en una habitación de 15 m² lleno de mapas y radios para comunicarse con sus puestos.
Tres hombres están tendidos en la oscuridad del cuarto mirando sus teléfonos.
Oleksandr, el oficial, un hombre jovial de 34 años, dice que la situación está «bajo control».
«Estamos aquí desde finales de abril y, tras varios intentos del enemigo por avanzar, somos nosotros los que avanzamos, kilómetro por kilómetro», afirma.
¿La meta? «Victoria total». ¿Es posible un alto el fuego? «No, no, no».